Por Eduardo Aliverti
Mientras se resuelve el tira y afloje con el Fondo Monetario, la continuidad del enfrentamiento cambiemita sirve para amortiguar los dilemas de Unión por la Patria.
Es un aspecto interesante del combate electoral porque revela que la derecha genéricamente entendida, aunque parezca tener todo servido para ganar, no acuerda en cómo implementarse.
Se tirotean con cuanto venga. Desatan a luz pública resentimientos personales. Cruzan comunicados y declaraciones agresivas. Violentas. Sus medios y periodistas militantes no aciertan en definir dónde pararse, entre el alcalde porteño y la Comandante Pato. Mauricio Macri se borró. El resultado de las primarias santafesinas, llamador a que se muestren orondos, los dividió más todavía porque no saben dilucidar si la ambigüedad “moderada” de Larreta es trasladable al escenario nacional; o si allí contará el esloganismo de una Bullrich que no dispone de estructura, ni de grandes equipos, ni de nada que no sea largar frases a la bartola.
Las proposiciones “técnicas” de ese sector no existen, al margen de lo revelado por sus antecedentes cuando fueron Gobierno. El establishment empresarial, las grandísimas corporaciones, el Poder y chau, a tono con tamaño despelote, tampoco está seguro de si le conviene apostar ahí. A los cambiemitas. O, reiterado por enésima vez, si no les sería mejor ponerle fichas al candidato que tiene el peronismo adentro.
Ese peronismo tiene un problema superado. Se muestra unido (más en su sentido de unión que de unidad), aunque para la galería presente dos fórmulas presidenciales que comparten todo el resto de las listas.
Pero hay una controversia que no arregló porque, quizás, no tenga resolución al tratarse de la frazada corta que si tapa la cabeza destapa los pies y viceversa.
¿Cómo hace el peronismo, en el discurso y la práctica efectiva, para intentar un sostén de la base “kirchnerista” que no le deserte sus muy eventuales votos “hacia el centro”? Y si se corre hacia allí, ¿cómo logra que no se espante el núcleo duro “cristinista”, por más que sea poco determinante en términos de influencia electoral masiva?
Coloquémoslo en nombres concretos, traducidos en los números y presunciones que provocan la incertidumbre oficialista.
Sergio Massa cuenta con el apoyo de toda la estructura peronista, empezando por la propia Cristina. Gobernadores. Intendentes (por ahora). Aparato. Plata. Recursos organizativos. Algunos medios de comunicación.
En esas condiciones, es fantasioso imaginar que Sergio Massa pueda perder la interna. La discusión no es ésa, sino cuánta sombra conviene que le haga Juan Grabois.
Una cosa es el probable acierto táctico de CFK al habilitarle la participación al dirigente social, para contener dentro del espacio el disgusto que generó la candidatura de Massa. Y otra cosa, muy diferente, es que esa movida perjudique al postulante oficial hasta límites inadecuados.
Los cálculos del búnker peronista son los siguientes (siendo que “búnker” es una forma de decir porque, por ahora y ya es un momento bastante largo, hay edificio físico pero no contenido).
Si Grabois consigue un porcentaje de hasta cinco, pongámosle, testimonialmente habrá satisfecho el enojo y no se estima que, rumbo a primera vuelta y balotaje, sean votos que vayan a algún lugar que no fuere Massa.
Pero si ese porcentual fuera más amplio, Massa correría el riesgo de no ser individualmente el precandidato más votado y esa posibilidad afectaría sus chances, por la “influencia psicológica” de enfrentar instancias decisivas como perdedor.
Todo esto, sin perjuicio de ser trazado en la arena, no es inferencia. Es dato, en cuanto a con qué conjeturan en la inexistente dirección de la campaña oficialista.
Massa arrancó “kirchnerizado”, con sus alusiones a un programa de fuerte inserción estatal; de capitalismo productivista; de pagarle al Fondo Monetario para que, como quiso y ejecutó Néstor Kirchner, se vaya y no vuelva nunca más.
El problema es que el Fondo volvió y cómo, con esa deuda maldita que la tenebrosidad del macrismo dejó por generaciones. Y que la correlación de fuerzas no es, ni de lejos, la misma que durante comienzos de siglo, cuando el kirchnerismo gobernaba en un marco regional y global favorable.
De allí que Kirchner tenía con qué imponer un contexto de popularidad, situándose, con gran potencia, a la izquierda de una sociedad donde la familia antiperonista es enorme.
Esas condiciones variaron, paulatina pero firmemente, y hoy carece de votos imprescindibles que antes era más ¿fácil? lograr.
Aquello -más acá- de que sin Cristina no se puede y con Cristina sola no alcanza, hoy se convirtió en dónde y cómo juega Cristina.
Si aparece demasiado damnificaría la “competitividad” de Massa, porque lo insufla del síndrome Alberto. Y si se aparta, lesiona a las bases que son indispensables para conservar sustancia.
Esto conduce a la pregunta de en qué lugar puede pescar Unión por la Patria, asumiendo como tal la suma de voluntades que rechaza el retorno de lo peor.
Si se va hacia izquierda con elocuencia, no parece precisamente el momento más apropiado (de nuevo: la primera que lo advierte es Cristina, al haber aceptado o impulsado a Massa). Si se muda al centro o a derecha, corre el riesgo crecido de que el electorado prefiera al original en sus formas de Larreta o Bullrich. Y encima, afronta el desafío de que Javier Milei no se caiga del todo porque, al menos, le sirve para partir el voto de derecha. O falsamente anti-sistema. O como se quiera.
Es muy complicado de resolver.
Si es por ensayar hipótesis, pareciera que lo más pertinente para el oficialismo es ir a buscar a los desilusionados. Los que en cifras aumentadas se quedan en su casa, o votan en blanco.
No son una pujanza arrolladora ni nada que se le asemeje, contrariamente a lo deducido por ciertos o muchos analistas gracias a la asistencia disminuida en las elecciones provinciales.
Son inferencias facilongas, como si la cantidad de gente que no va a votar (o impugna el voto, o no sabe qué hacer) expresara tendencias profundamente distintas a la que sí lo hace.
Massa comienza a intentar algo en ese camino, interpretándose por “Massa” al conjunto electoralmente más grande de peronismo, progresismo y “sueltos” varios que podrían desembocar hacia allí.
Por algo dice que debe irse en búsqueda de los desencantados. Que debe proponérseles que “nos den otra oportunidad”. Que tienen que “admitirse los errores” (y, cabe agregar, también aceptar los méritos en vez de bombardearse en continuo, que fue el tremendo yerro cuando acabó la pandemia: ahora hay que retroceder sobre esas balaceras intestinas y, sobre mojado llovido, hacerlo creíble…).
No se ve de qué otro lado podría rascar UxP.
Es difícil que entusiasme y, de hecho, no se percibe ni por asomo que “la militancia”, los simpatizantes, o los horrorizados por la vuelta del macrismo, salgan a respaldar a Massa en modo activo. Probablemente, o no, o más o menos, ocurriría frente a un balotaje. Al estilo del Scioli vs. Macri de 2015, cuando ya era tarde.
Lo que el oficialismo no debiera perder de vista, en su retórica, propuestas y acciones, es aquella obviedad de que todavía gobierna.
Debería sentirse obligado a hablar y proceder con sectores “bajos” y “medio-bajos” que va perdiendo y que, por ejemplo, dudosamente se sientan alcanzados en actos como los del aniversario por la recuperación de Aerolíneas Argentinas (junto a esa imagen confusa, polémica, de Massa como comandante y Cristina de copiloto).
Aerolíneas es clave como símbolo de factor integrador. Es un emblema emocionante y eficaz, del que muy bien dio cuenta Mario Wainfeld en su columna de este domingo. Pero el acto en sí se dirigió a convencer a los convencidos. Ese tipo de escena no basta, si no se lo complementa con realizaciones y proyección hacia las franjas populares. Si no se conecta hacia ahí.
Para el oficialismo, en síntesis, reconquistar a los escapados debería quedar por delante de asegurar a los propios.