Por José Luis Lanao
Con la deuda del gobierno anterior se podría decir aquello que Picasso le contestó a un oficial nazi cuando frente a una fotografía del “Guernica” le preguntó si lo había hecho él: “No, lo hicieron ustedes”, contestó. Hoy esa deuda ha venido habitar nuestra tristeza. El dolor nos aguarda a la vuelta de la esquina.
La memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Los recuerdos siempre nos esperan. Esa prodigiosa revelación de la memoria involuntaria, la que ilumina de golpe el yacimiento intacto de todo lo olvidado.
Lucky Luciano decía que en cualquier negocio lo primero que hay que procurar es no ser el muerto. En el “negocio” de la deuda los “muertos” abundan, pero el “muerto ” principal resucita cada cierto tiempo a los pies de la fuente de Castalia, al pie del Parnaso, de la que sale siempre limpio y purificado. Bucea en su poso séptico ideológico sin otra cosa que hacer que contar pobres, fabricados con el trigo candeal de sus ajustes, con las “moralidades” de su poder y las inmoralidades del capital. Alguien dijo que lo difícil no es sacar la deuda “macrista” de la realidad, lo difícil es sacar a Macri del inconsciente colectivo de los argentinos. Está enquistado como una pena negra.
En ocasiones la historia se impregna de un surrealismo que se desliza cálido por los intersticios de un presente desbordante. Hace unos días el ex mandatario criticó la gestión de Riquelme y Bermúdez en el equipo “xeneize”. Se refirió a su “Gestión”, con mayúsculas. Lo dijo y lo asume. Sin reparos. El psicoanálisis nos ha mostrado que, incluso en la mejor de las circunstancias, la psique requiere de la negación para sobrevivir en sus encuentros con el mundo. Una forma de decir “no”. Un instrumento de protección psicológica que opera bajo la premisa de la negación en la construcción de una realidad sustitutiva. Eso que Weber llamaba -antes del psicoanálisis- “la irracionalidad ética del mundo”. Esa decencia moral sin las cuales es imposible habitar el mundo.
Macri se niega y se reproduce. Se lo recordó el “patrón” Bermúdez: “Mientras en Buenos Aires había gente apedreando el Congreso nacional por las medidas que él tomó como administrador de este país, sale y desvía la atención hablando de Boca y criticándonos. No puedo aceptar que hable así de nuestra labor digerencial. Entre otras cosas porque aprendí a amar este país como al mío. Tengo un hijo argentino y amo está tierra. No hubo otro mandatario que endeudara más este país como ese señor, y se atreve a hablar mal de nuestra administración. A Riquelme no lo quiso como jugador, todos lo sabemos. Ese Topo Gigio no fue gratuito”.
El futuro inmediato de Mauricio Macri está en la Fundación FIFA. Un modelo de negocio sostenido en el tráfico de influencias, desde donde tira de los contactos del iPhone para engrasar las famosas puertas giratorias, esas que giran como una calesita cortesana del tránsito de lo público a lo privado.
Durante las últimas décadas hemos asistido a un capitalismo financiero y crediticio ligado al final de las ideologías y a la consolidación de un sistema capaz de integrar todas las alternativas dentro del modelo dominante de mercado: la sociedad cerrada.
Hoy se impone de nuevo el realismo crediticio y quien vuelve por los fueros es el victorioso mercado acreedor, exigiendo leoninas condiciones al Estado deudor. Por eso, quienes hoy parecen ser los villanos ya no son los mercados sino esos Gobiernos “insolventes”, “deficitarios” y “manirrotos” que hay que disciplinar. El perro de Pavlov del FMI está al corriente de la condición humana y de los ex gobernantes serviles. Con Macri, babea.
(*) Ex jugador de Vélez, y campeón del Mundo Juvenil Tokio 1979