Por Daniel Guiñazú
River encarará la revancha de la semifinal ante Palmeiras con menor poderío del que supo tener en las dos ediciones anteriores de la Copa Libertadores. Marcelo Gallardo dispone de un plantel que le ofrece menos variantes y con el que no ha podido absorber o compensar las salidas de Exequiel Palacios, Ignacio Scocco, Juan Fernando Quintero, Lucas Martínez Quarta y Lucas Pratto: los jugadores que en el último año dejaron el club para aliviar los números rojos de la tesorería "millonaria".
La necesidad imperiosa de vender por parte de la institución y la firme decisión de los jugadores y sus representantes de irse ante la primera oferta recibida dejaron como consecuencia un River maltrecho. Que sostuvo su competitividad porque aún le quedan buenos y muy buenos jugadores y por la elevada exigencia de Gallardo para reinventarse y extraer lo mejor de ellos. Pero que no parece tener ya el plus de jerarquía que se necesita a la hora de definir los torneos.
En la Superliga 2020, River no pudo aguantar la embestida de Boca y terminó perdiendo el título en las dos fechas finales al empatar de local con Defensa y Justicia y de visitante con Atlético Tucumán. Tampoco consiguió llegar a la definición de la Copa Diego Armando Maradona la que en buena parte asumió con equipos alternativos o integrado por una mayoría de suplentes. Y el pase a la final de la Libertadores aparece muy complicado. Más como una apuesta heroica a revertir el pesado 3-0 de la ida en Avellaneda que al fútbol que verdaderamente el equipo puede volcar sobre el verde césped en San Pablo.
En otro momento, el club hubiera justificado su fama de potentado y habría salido al mercado para reponer los jugadores que se marcharon. Ahora le fue imposible. La pandemia y el dolar disparado por las nubes recomendaron prudencia y River entonces, apostó a sus divisiones inferiores. Santiago Sosa, Federico Girotti, Lucas Beltrán y Benjamín Rollheiser resultan proyectos interesantes y a futuro, pueden llegar a dar satisfacciones. Pero todavía parecen verdes como para asumir las grandes responsabilidades. Gallardo lo sabe y los va intercalando de a poco. Hoy por hoy, la diferencia entre los titulares y varios suplentes de River es visible. Y eso ha reducido el margen del entrenador para intentar nuevas variantes o disimular algunas bajas por lesión y ciertos lógicos declives individuales.
Se han ido muchos buenos y no ha llegado nadie a reemplazarlos. Los pibes todavía son pibes y algunos grandes parecen empezar a sentir en su físico la carga de los almanaques. Gallardo mira al banco y se da cuenta que River tiene menos que antes. Pero de todas maneras, no puede renunciar a su historia. Por eso, con lo que le queda de un plantel que supo de grandes glorias y de noches inolvidables, intentará vivir una más. Con más aliento épico que fútbol. Sólo impulsado por la fe y por esas razones del corazón que la razón no entiende.