Por Mempo Giardinelli
Después de las sorprendentes y no esperadas tan numerosas marchas por la Soberanía, el Paraná y el Canal Magdalena –algunas fueron multitudinarias tanto en la Plaza de Mayo porteña frente al Ministerio de Transportes, como en Rosario a las puertas de la Bolsa de Comercio y en otras ciudades ribereñas como Posadas y Corrientes– la semana que pasó dejó también a la vista algunas posibles lecturas inusuales en la política argentina.
En parte porque, más allá de lo esperado, la marcha porteña –de la que casi no hubo coberturas periodísticas y cero televisivas– dejó en claro que todos los atentados a la Soberanía son convocantes, aquí y en la China, por la sencilla razón de que todos los pueblos pueden ser distraídos con fuegos artificiales, y lo son, pero en el fondo de toda cuestión que afecte a la soberanía, la verdad finalmente reluce. Siempre.
Hay múltiples pruebas de ello en todos los órdenes de la vida argentina: por caso todo lo referido a la ya calamitosa "Justicia" local; o el cotidiano sainete de una oposición que a cada rato se desboca por maximalismo y payasería, además de que la corrupción está en su ADN; o el también y diario espectáculo confuso del Frente gobernante, que dice más de lo que hace, calla lo que no debiera (como la cuestión del Paraná) y así por momentos hace más sarasa que defensa de la Patria. Y a semejante puchero criollo hay que sumarle todavía, como marco planetario, la malévola confusión universal provocada por la OTAN para poner como víctimas a los nazis ucranianos y a la vez alterar la vida del mundo en nombre de la Paz, mientras la industria más próspera del planeta es la industria bélica, como ha sido por lo menos desde hace 150 años.
En tal contexto otro sainete: el de la Corte Suprema (que ya cuesta escribirla con mayúsculas) y que se perfeccionó con la insólita entronización de "un tapado a la cabeza", como se dice en ambientes turfísticos, que corriendo de atrás y a despecho de antecedentes horrorosos –como los que circulan profusamente en toda la Provincia de Santa Fe y que incluyen influyentismo y gravísimas acusaciones de matonería, abusos de género y hasta de drogas– de pronto aparece como posible verdadero mandamás de esta desdichada república. Claro que nada deja de ser coherente si se repara en esa especie de frenesí descontrolado, y enervante, que depara la lectura serena y el análisis de todo o casi todo lo que acontece en esta República. Ahí están los candidatos de la oposición –que ya se siente sucesora y está agrandada como zapato de payaso– ahora a los codazos entre ellos para ver quién se queda con la torta y termina de reconvertir a este país partido al medio en lo que ya parece ser: una colonia con triste apariencia de república pero no soberana; una sociedad dividida en gente paqueta y bruta, por un lado, y gente en la miseria y embrutecida, que no es lo mismo, por el otro.
Y también país de sarasa indetenible, para colmo, porque no de otro modo cabe decir de ciertos espectáculos que ofrecen los tres poderes que establece la arcaica Constitución Nacional que tenemos y padecemos. Puestas en escena que son, o sea y en los hechos y a los ojos de la inmensa mayoría de la población, manifestaciones de esa especie de inutilidad maligna que funciona como la Hidra de Lerna, aquel monstruo policéfalo que regeneraba dos cabezas por cada una que perdía o se le cortaba, y a la que sólo Hércules consiguió matar.
Lo cierto es que si por un lado la Justicia es injusta e inútil pero "habla por sus sentencias" jaraijajá, por el otro la conducción del FdT pareciera que no ve o niega, o ve pero no acepta, lo que está pasando. Y eso mientras desde las sombras, aunque cada vez menos discreta, opera la histórica y tradicional porción fascista de esta sociedad, pero ahora con una comodidad digna de mejores causas y propósitos. Una oposición –hay que decirlo– que no es más que un hato de charlatanes incendiarios que en los canales amigos, que son prácticamente todos, se dedican a enervar, atormentar y contaminar a un pueblo que está justificadamente harto de la explotación, la injusticia y la censura aunque no sabe expresarlo y/o no lo ve claro, y entonces parece pensar –es un decir, que lo piense– que todos los gatos son pardos y una misma menesunda indescifrable. Que es lo que le conviene a la caterva facha con ropaje de derecha democrática.
En estos contextos la Soberanía aparece como el vocablo fundamental para imaginar y construir un futuro venturoso como el que merece el pueblo argentino, trabajador y solidario. Sin embargo, también es ya hipersabido que la llamada "deuda" y la vigencia absurda de las leyes de inversiones extranjeras y de entidades financieras, no se tocan. Por pánico propio o provocado por los hipermillonarios abusadores del Paraná, lo cierto es que lo que hay que hacer no se hace. Lo que es doblemente grave porque el presente lo es, y de ahí la enorme importancia del concepto "Soberanía", que es por definición equivalente a autodeterminación, independencia, autonomía y responsabilidad en el cuidado y ejercicio del patrimonio de una nación. Y concepto que es urgente reflotar porque todas las indicaciones y evidencias obligan a pensar, visibles y dolorosas, que es evidente que ha sido y está siendo cada vez más pervertido.
Y concepto además que, recuperado en su esencia como símbolo de lo nacional y popular por antonomasia, justo en estas gravísimas horas resulta imprescindible para reorientar a la República Argentina en la mejor senda: la que rige a los grandes pueblos que lideran el mundo y esta columna enumera como modélicos porque lo son en esta materia: los Estados Unidos, Inglaterra, Rusia, China. Y también otros, hermanos, cuya dignidad es ejemplar, como México.
Basados en esa idea, algunos organizadores de la marcha del pasado miércoles 20 trajinan ya, y con entusiasmo, la organización de un Tribunal como fueron el Russell y el Sartre, y como el que ahora lucha mundialmente por la libertad de ese héroe contemporáneo condenado de por vida que es Julian Assange. Emparentado, todo sea dicho, inclaudicablemente con la libertad de Milagro Sala.
Este posible Tribunal, que bien podría llevar el nombre de Alcira Argumedo –precursora de la reivindicación de soberanía sobre el Paraná– estaría empezando a tomar forma, orientado a la necesaria docencia que es imperativo practicar sobre todo con la vasta porción de juventud argentina que o no escucha discursos o parece pensar que le están hablando en japonés. Esa instancia se orientaría a hacer docencia cívica para enseñar la importancia decisiva del concepto "Soberanía", que es revolucionario de por sí pues, como establecen casi todas las Constituciones del mundo, "la soberanía reside en el pueblo".
Sobre todo mirando a la juventud, y cualquiera sea su aparente orientación ideológica, hoy el común denominador de esos sectores, y de los y las docentes jóvenes así como de gran parte de quienes egresan del esquizofrénico sistema educativo argentino, es que saben poco y nada de todo esto. Que es, aunque lo ignoren, vital para sus vidas y de las futuras generaciones.