Por José Narosky
“La eternidad sólo pertenece a los creadores”. En 1996 Tato Bores, volaba hacia el cielo convertido en un mito. Fue como cómico, sin duda alguna, uno de los más grandes. Pero como humorista político el número uno absoluto.
Tuvo libretistas de primer nivel, como correspondía a un artista de su talla. Landrú, al principio de su carrera, allá por 1957; luego César Bruto, con su escuchado “Tato, Siempre en Domingo”. También Aldo Cammarota y Juan Carlos Mesa.
Nuestra Figura, trabajó intensamente hasta tres años antes de su muerte, acaecida a los 68 años.
Hacía poco tiempo que se había sometido a una compleja operación de una hernia de disco, en la que se le detectó un extendido cáncer de huesos, que determinaría su fin.
Había nacido en un hogar muy modesto, en Buenos Aires en 1927.
De jovencito tenía una fijación: quería ser clarinetista y se acercó a una orquesta melódica conocida en aquel tiempo, la de Luis Rolero que actuaba en Radio Splendid.
Allí trabajó como “Plomo”, que es un término con el que se designa a los ayudantes que llevan los instrumentos y las partituras musicales.
Y en un pasillo de la emisora, se cruzó en una ocasión con Pepe Iglesias “El Zorro”.
Circunstancialmente le contó un chiste el que le agradó tanto a Pepe Iglesias, que lo tomó de inmediato para que lo secundara radialmente poniéndole el seudónimo de “Tato”.
Ganó doce veces el Premio Martín Fierro a la mejor labor humorística en TV.
Pero quiero finalizar con un hecho que se relaciona con Tato Bores y que me tocó vivir personalmente. Debo aclarar primero que lo conocí muy poco.
Varias veces nos saludamos en algunos programa de TV a los que habíamos sido invitado ambos, junto a otras personas. Pero a veces las circunstancias juegan un rol.
Hace unas décadas, quien les habla, vivía en Adrogué.
Decidí mudarme a Buenos Aires, al barrio de Palermo.
A cincuenta metros vivía Tato Bores.
Ya estaba muy enfermo, quizás por eso jamás nos cruzamos allí, pese a la cercanía de nuestros domicilios. Pero un detalle me llamó la atención.
La gente de la zona, los comerciantes y los vecinos, que lo habían tratado, todos, sin excepción, aludían a su modestia, a su cordialidad, a su hombría de bien.
Algunos contaban anécdotas que aludían también a su generosidad. Y todo esto me lo corroboraba hace poco, mi querido amigo Juan Carlos Mesa.
Fue en definitiva el suyo un humor tan brillante como singular, singular en su velocidad para expresarse y en la elección de los actores que lo secundaban todos pintorescos como Rodolfo Crespi o Raúl Ricutti o Peralta Ramos o Roberto Carnagui.
Y Tato Bores fue también muy personal en su caraterización y en su vestimenta.
Tuvo muchos problemas por los temas políticos que abordaba. Pero su prioridad irrenunciable fue la dignidad y pagó a veces caro por ello.
Y cierro con un aforismo, que se relaciona con esta faceta que adornó su persona.
“La dignidad cobra un precio. Pero siempre hay hombres dispuestos a pagarlo”.