Por Ariel Prat
En medio de las falsas apropiaciones de algunos términos desde la política, valga el rescate de valores y herencias que, con la excusa del fútbol, pueden servir para reivindicar cuestiones olvidadas.
"De casta le viene al galgo" menta un refrán que escuché bastante en España. Referido desde el limbo inasible de los tiempos al "rabo" del animal, quiere indicar sobre aquello que se hereda en tono preferentemente positivo, aunque también puede que sea usado en tono opuesto, irónico si se lo mira detenidamente desde una posición semiótica. Podría ser un príncipe con rango de alta valorada estirpe porque el rey padre gozó de buena prensa popular; pero si un jugador de fútbol, defensor con fama de bruto, engendrara un descendiente a su imagen y semejanza, el refrán tendría alusión a sus limitaciones deportivas, o al menos peligrosas para los contrarios, y porque no como suele pasar para el equipo propio. Se me ocurre hoy este refrán para utilizarlo como ejemplo de la política nacional, sobre esta galeria mediática e intensa de personajes que mentan a la palabra casta con un sentido obsesivo, les cabe probándose a su vez el sayo como perla; son la herencia del proceso y los sostenes civiles del poder hegemónico, emergiendo como una dilecta casta del terror que amenaza el reino.
En los medios deportivos españoles, cuando un equipo en inferioridad de condiciones envuelto en la adversidad tras irse al vestuario con menos jugadores, o un resultado en contra; nombran asimismo a la palabra en clave de orgullo: "Tirar de la casta". Es decir que deben recurrir a ella para resistir o dar vuelta la cosa. Lo he oído incluso con algún tenista en medio de un match y también cuando un boxeador averiado obtuvo una victoria al final de la contienda, tirando de ella antes de que le arrojaran la temida toalla.
Ya que estamos en el plano deportivo, ¿como no recurrir a la figura del centrojás aquel que se puso el equipo al hombro y junto a un wing terco y persistente, elaboraron con sudor y gambetas el triunfo sobre la hora? En nuestro fútbol sin distinción de camisetas, tenemos ejemplos que son historia legendaria, sin olvidar aquel tropiezo inicial en el último mundial, cuando todo se nos ponía cabrero y fuleria. La casta, no implica saber el resultado de lo que se llegue a lograr; es el impulso, la determinación, un elegir creer. Es un artefacto en sí de construcción anímica con lo que se tiene, sabiendo o no que se puede. La vida misma.
Una tarde lejana en el complejo "Las Malvinas", mi equipo jugaba una final en un torneo interno de las inferiores de AAAJ. Enfrente estaban los fabulosos "Cebollitas" con Pelusa y todo. El resultado estaba 0 a 0 por lo que en un momento, Francis -DT y arbitro en la contienda- levantó la mano dando cinco minutos más antes de ir a los penales si el resultado no se movía. En ese lapso, hice dos goles y nos quedamos con el torneo. Nadie daba dos pesos por nosotros, ni mi viejo, que a los postres era el único afuera de la cancha que festejaba contento a los saltitos, porque los padres de los demás pibes, un poco chupamedias, no esbozaban una sonrisa, ni un puño apretado...Mi primer acercamiento al contenido de la palabra casta.
He aquí mi rescate hoy de la palabra casta, batallada a caballo frente al dragón tan temido, en estos días que se juega tanto en esta contienda. Casta por la memoria en el corazón popular que nos legara tanta sangre ofrendada por nuestra ascendencia, 30000 mediante, y regresar a la fuente con las patas desnudas, para "tirar" también con toda la casta que se lleve dentro en estas semanas agitadas desde donde nos toque.
La adversidad está sonando como llamada, campana o silbato de la historia. Honremonos con gloria. Acástemonos.
Besos de esquina y abrazos de cancha.