Por Lucas Schaerer
En sólo un mes, dos obispos católicos -los gobernadores eclesiales de una jurisdicción o diócesis- designados por el Papa Francisco no terminaron de asumir. Esto ocurrió entre mediados de diciembre y la primera quincena de enero. Mientras miles de turistas disfrutan de las vacaciones de verano en Mar del Plata, el mundo católico en la ciudad está convulsionado. Incluso la noticia sobre lo que sucede en el país del Papa trascendió a nivel internacional.
Tras el traslado del obispo, nacido en Mar del Plata, Gabriel Mestre hacia la diócesis de La Plata, ciudad capital de la provincia de Buenos Aires, queda vacante la diócesis de “La Feliz”. Allí Francisco designa pastor de creyentes y no a José María Baliña. Un obispo auxiliar de muchos años de ejercicio en la Vicaría Centro de la Ciudad de Buenos Aires. Por lo informado de manera oficial Baliña encuentra un grave problema en la vista y decide no asumir. Entonces pasa a formar parte de los obispos eméritos, esto quiere decir jubilados. De allí nace una segunda designación para la diócesis que es epicentro de la Argentina en el verano, con una numerosa población, más de medio millón de personas sólo viviendo en la ciudad de Mar del Plata , extensa en territorio (casi 23 mil kilómetros cuadrados que incluye los partidos de: Balcarce, General Alvarado, General Madariaga, General Pueyrredón, Lobería, Mar Chiquita, Necochea, Pinamar y Villa Gesell) y con una economía centrada en la industria pesquera, frutihortícola, sumado al complejo hotelero, gastronómico y teatral.
Gustavo Larrazabal es el segundo obispo elegido por el Papa en la diócesis de Mar del Plata. Entonces empiezan los cuestionamientos al nuevo obispo desde el propio clero y los laicos. Algo que no había surgido cuando Larrazabal recibe su ordenación episcopal y es trasladado a la provincia de San Juan como obispo auxiliar del arzobispo Jorge Lozano. Ante los ruidos internos que llegan a Roma, el Vaticano decide respaldar a Larrazabal. Esto se evidencia vía su embajada, llamada nunciatura, en la Argentina que dirige un texto reafirmando la integridad del nuevo obispo. El titular de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), Óscar Ojea, hace publicar el texto vaticano y se difunde. Pese al respaldo público de la Santa Sede y del titular de la CEA, Larrazabal decide rechazar la misión y entonces el Vaticano anuncia que no asume el segundo obispo designado.
Quién es Ernesto Giobando
La crisis eclesial queda expuesta. Es entonces que algunos sitios especializados en religión antiFrancisco siguen su ponzoñosa campaña. Rápido de reflejos el Sucesor de Pedro recurre a un hombre leal al Evangelio y probado en la cruda realidad, al jesuita Ernesto Giobando. Este es otro obispo auxiliar de la Ciudad de Buenos Aires con una década de gobernar la Vicaría de Flores, donde Bergoglio también fue obispo auxiliar antes de ser designado arzobispo.
El vínculo de Bergoglio y Giobando nació hace 50 años atrás. Ernesto era estudiante de cuarto año cuando, tras una clase en la escuela santafesina de los jesuitas “Inmaculada Concepción”, le pidió a Jorge Mario ingresar al seminario. Bergoglio le aconsejo que esperara. Al año siguiente el joven Giobando volvió a insistir con su hoy famoso profesor. Este le pidió que terminara los estudios y luego verían. Finalmente ingresó a la Compañía de Jesús. Tal es la estima de Su Santidad al nuevo interventor en Mar del Plata, llamado eclesialmente “administrador apostólico”, que le encargó una tarea especial. Ser el actor de la causa para la santidad de Mama Antula, llamada así en quichua María Antonia Paz y Figueroa la quinceañera santiagueña que en el siglo XVIII tras la expulsión de los jesuitas de América decide continuar el legado de San Ignacio de Loyola a través de los ejercicios espirituales y ser la base espiritual de la naciente Nación Argentina.
Giobando que vivía desde hacía diez años en el barrio de Flores, hasta este miércoles 17 de enero, y viajaba al microcentro porteño a la Casa de Ejercicios con el corazón puesto en la canonización de la primera mujer argentina santa ahora cambió abruptamente de casa, ciudad y misión. Ya asumió en Mar del Plata para enfrentar los desafíos en una diócesis con un entramado de poder político y económico particular que tiene la atención del Santo Padre.
De todo este enredo queda claro que ninguno de los obispos designados era marplatense. Francisco buscó ajenos a este complejo ecosistema marino y rural con 49 parroquias que incluye casi 800 mil bautizados.
“Hágase en mí, según tu palabra”. Es la frase tatuada como lema episcopal por el jesuita que debe timonear la barca de la diócesis de Mar del Plata.