Por Victoria Donda
Ya ha pasado un cuarto de siglo y la pregunta sobre cómo generar inclusión social y bienestar para los sectores más vulnerables cobra cada vez mayor relevancia. En esta nueva etapa de la humanidad, marcada por un mundo multipolar y transformadoras formas de producción, encontrar respuestas se vuelve crucial tanto a nivel global como local. Para abordar este desafío, es indispensable tomar una posición sobre dos cuestiones fundamentales: en primer lugar, qué entendemos por bienestar; y en segundo lugar, aunque no menos importante, quizá incluso más crucial, cuál debe ser el rol del Estado en los procesos de inclusión y bienestar.
Sobre la primera cuestión es necesario que llevemos adelante una reconceptualización de lo que significan los Derechos Humanos, analizando su dimensión cotidiana y lo que significan profundamente para no dejarlos dormir en el cajón de las excepcionalidades históricas del pasado. Pensar cómo en este nuevo siglo se llevan adelante procesos de inclusión y bienestar es pensar cómo garantizamos en el día a día los derechos que tienen todas las personas a poder desarrollar su vida de una manera digna. Dignidad, Derechos Humanos y vida cotidiana son parte de una misma cosa, ya que garantizar el cumplimiento de los Derechos Humanos implica asegurar que todas las personas -y en especial los sectores más vulnerables- tengan acceso a la salud, la educación, una alimentación adecuada, una vivienda digna, un medio ambiente saludable, el deporte, una vejez plena, y que nadie sufra violencia ni discriminación por razones étnicas, de género u otras. Se trata de construir una sociedad en la que todos puedan vivir con igualdad de oportunidades y respeto.
Esta reconceptualización de lo que entendemos por derechos humanos no es un ejercicio ingenuo ni desvinculado de los procesos políticos y sociales que configuran nuestro mundo. Por el contrario, pretende arrojar luz sobre el vínculo innegable entre la dinámica política de gobernar y la permanente búsqueda de la dignidad humana como eje central de nuestras sociedades.
Asimismo, es justamente esta dinámica la que va a dar cuenta, según el país o la orientación ideológica de un gobierno, del rol que juega el Estado. por que en definitiva cuando estamos hablando de políticas de DDHH la única forma de garantizar los DDHH es con la distribución de la riqueza. Y esta es la disputa central, dado que estamos viviendo un tiempo donde los super millonarios se han declarado ya abiertamente en contra de pagar impuestos.
En el caso de Argentina, el presidente Milei ha sido categórico al respecto: ni él ni ninguno de sus funcionarios tienen en su horizonte de sentido aportar a la dignidad de su pueblo. Eso queda a merced del mercado, que como bien sabemos ni es invisible, ni neutral ni se regula solo. Ni hoy ni nunca en la historia. Por eso, las consecuencias de esta postura son evidentes en el tejido social: los sectores más vulnerables sufren cada vez más, la desigualdad se profundiza, y la riqueza se concentra en pocas manos. A esto se suma no sólo el intento deliberado de desmantelar los organismos de Derechos Humanos vinculados al proceso de Memoria, Verdad y Justicia, sino también la negación sistemática de la dimensión cotidiana de los derechos humanos. El resultado es alarmante: miles de argentinos caen sin remedio en la pobreza y la indigencia.
Podemos ver como en otras latitudes hay pueblos que están logrando resultados auspiciantes, en por ejemplo la cantidad de personas que año a año logran salir de la pobreza, políticas públicas aplicadas a lograr la anhelada movilidad social que lejos están de la falsa “teoría” del derrame
Veamos uno de los ejemplos de los cuales estoy hablando: el caso del gigante asiático es uno de los más excepcionales por su rol de líder mundial en desarrollo. El gobierno de Xi Jinping ha implementado una serie de medidas dirigidas a reducir la pobreza extrema, garantizando acceso a servicios básicos como salud, educación y vivienda a los sectores más vulnerables. Esta Dinámica tiene como eje vertebrador el principio de que el Estado es el principal garante de los derechos sociales y económicos, con políticas que priorizan la redistribución y el apoyo a las regiones más desfavorecidas. La inversión estatal en infraestructura, programas de salud pública y educación ha permitido que una buena parte de la población china logre salir de la pobreza extrema en las últimas décadas. Sin duda, se trata de un desarrollo económico orientado desde la perspectiva de los Derechos Humanos, enfocado en mejorar la vida cotidiana de las personas. Por supuesto, este proceso tendrá sus contradicciones, pero sin un Estado que planifique será más difícil darle dignidad a la vida humana.
Por otro lado, y más acá cerca nuestro, de hecho un lugar muy visitado por miles de compatriotas este verano, es el caso de Brasil, quien además son nuestros socios en el Mercosur. El presidente Lula da Silva logró una disminución histórica en la pobreza en Brasil alcanzando el nivel más bajo desde el año 2012.
China y Brasil son dos modelos a seguir en materia de desarrollo económico enfocado en garantizar el acceso cotidiano de los Derechos Humanos. Es primordial construir un mundo donde la vida cotidiana sea arropada por una concepción de DDHH que luche por la dignidad de todos y de todas.
Los Derechos Humanos se garantizan a partir de la distribución de la riqueza y para eso necesitamos un Estado fuerte que sea fuerte contra los fuertes.
Harta como muchos de ustedes de las expresiones y políticas neo fascistas desplegadas por Milei y cia, nuestra responsabilidad hoy es no ser calco ni copia de nadie, pero saber que hay otro camino. Un camino posible de transitar donde todos y todas tengan un lugar.