Por Juan Carlos Junio
Una vez más nuestra plaza histórica fue escenario de un notable acontecimiento político: celebramos el aniversario de la Revolución que nos liberó del colonialismo, luego de 300 años de dependencia de la monarquía absolutista. Conmemoramos los 20 años del advenimiento a la presidencia de Néstor Kirchner, que daría nacimiento al kirchnerismo como fenómeno político, social y cultural. Estos grandes simbolismos se amalgamaron con otro elemento determinante de la lucha política: la multitudinaria presencia del pueblo, cantando bajo la lluvia, y compartiendo con Cristina Fernández de Kirchner, su líder, la emoción y la expectativa del encuentro.
Luego de este suceso que será un punto de inflexión de los tiempos por venir, el flamante candidato del PRO, elegido por un extraño e insondable “democrático sistema de encuestas”, inició su campaña repudiando a la gente que vive en situación de calle en la Ciudad de Buenos Aires, incluyendo a familias con sus hijos. Todo indica que alguna encuesta le indicó que ese dramático problema social le resulta molesto a una parte del electorado porteño. El píccolo primo de la famiglia tandilense Jorge Macri no trepidó en subirse a la ola mediática de rechazo clasista: “Hoy los cajeros automáticos se han transformado en monoambientes de algunos. Se apropian de sectores de la Ciudad”. No sólo oculta los ataques y violencias del Macri verdadero a las personas en situación de calle de su tristemente célebre UCEP, inventada por el actual prófugo Pepin Rodríguez Simón, sino también la política de desfinanciamiento para ayudar y contener a dicha población o el subregistro estadístico con el fin de relativizar su presencia ante los vecinos. Para completarla, sostuvo que hay 3 mil personas en esa situación, lo cual es una vulgar mentira, ya que el censo popular realizado a pie durante varios días estableció que son 9 mil. Redondeando su patético relato racista pontificó: “Un tercio de ellos tienen problemas de adicciones y salud mental”.
El píccolo primo Jorge comenzó su campaña con un discurso continuador de sus antecesores de derecha: en vez de propender a que en la sociedad porteña crezca una conducta integradora y solidaria entre sus diversidades sociales y culturales, apuesta a incentivar el rechazo de unos hacia otros, retomando la vieja idea de las dictaduras de expulsar a los “indeseables” de las distintas minorías. El mismo oportunismo de todas las épocas que subestima el sentido democrático y humanista de la mayoría del pueblo porteño. Lo nuestro siempre se sustenta en su contrario: convocar a una vida social que favorezca y construya lazos solidarios frente a las desigualdades, las carencias y el dolor de la gente con quienes compartimos la vida cotidiana en las escuelas, en los centros de trabajo, en los barrios de la Ciudad. Ese camino nos orienta hacia una convivencia más fraternal. Esta línea de conducta señala un norte hacia donde caminar, no es una cuestión utópica ni retórica, por el contrario se trata de una concepción política que tiene todas las posibilidades de materializarse en los planes de un gobierno auténticamente democrático.
Los principales responsables de gestionar la Ciudad están abocados a la campaña electoral, de allí que crecen los reclamos de sectores muy diversos ante la pasividad del gobierno. Uno de los más trascendentes, por su carácter estructural y permanente, es el de vecinos de muchos barrios, quienes rechazan el avance de los negociantes de la construcción, generadores de la destrucción del diseño arquitectónico barrial, con su consecuente daño ecológico. En los últimos días, el vecindario de Chacharita, se sumó a los reclamos de otras barriadas, como Villa Ortúzar, Caballito, Palermo, Belgrano, Villa del Parque, Núñez y Parque Patricios. Todos se oponen al código urbanístico aprobado bajo la inspiración del PRO en el 2018, que entre otros tópicos, autorizó elevar las alturas en distintos lugares de la Ciudad, a partir de lo cual se potenció el negocio de los capitalistas inmobiliarios. Así es que se multiplicaron los grandes edificios para los cuales necesitan “tierra”, o sea, demoler las casas, pagando precios desorbitantes por ellas. Como relata el periodista Santiago Brunetto de este diario, los vecinos de Chacarita sumados a las protestas se tomaron el trabajo de construir un mapa de las obras, los terrenos baldíos, las casas en venta y las demolidas. Del mismo surge el cambio drástico de la arquitectura, con el consecuente daño a la calidad de vida de los vecinos: menos verde, menos luz y sol, más calor y más polución. En Chacarita, al igual que en otras zonas de la Ciudad, se acentúa el peligro de que la infraestructura que sostiene los servicios públicos vitales, sea superada por el desenfreno de la construcción de edificios que inevitablemente genera un abrupto crecimiento poblacional. Con el mismo propósito, núcleos ambientalistas, en este caso unidos a profesores y estudiantes, realizaron un acto de protesta en la reserva ecológica de Ciudad Universitaria en Costanera Norte, denunciando ante la opinión pública porteña que el gobierno se propone levantar otros tres edificios en el área protegida. Serían emprendimientos comerciales, lo cual, en opinión de los asambleístas serán dañosos, en una zona de alta biodiversidad. El proyecto reviste tal gravedad, que el consejo directivo de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) se pronunció expresando su preocupación por el proyecto en ciernes.
Un elemento valioso en términos sociales y políticos de estos crecientes movimientos vecinales es la recuperación del protagonismo de la sociedad porteña en defensa de su calidad de vida, de su barrio y de su ciudad. La forma asamblearia que se fue instituyendo posibilita un sentimiento de participación auténtica, de carácter colectivo, superador de las identidades culturales y partidarias. Hasta el presente, han logrado triunfar los vecinos de Belgrano y Núñez, sin embargo se multiplican los nucleamientos en otros barrios confiando en que con su cooperación y militancia lograrán cambiar el actual sentido de las políticas que los perjudican, confiando en que su lucha logrará resultados en un sentido positivo para la comunidad.
* Juan Carlos Junio es secretario general del Partido Solidario y director del Centro Cultural de la Cooperación "Floreal Gorini".