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Opinión del Lector

Un lugar central en la película de la memoria

Luciana Bertoia

Por Luciana Bertoia

El legado de Judith König, del Juicio a las Juntas a la investigación de los responsables empresariales del genocidio.

Judith König abrió los ojos grandes cuando Luis Moreno Ocampo le propuso ir a trabajar a la fiscalía que intervendría en el Juicio a las Juntas. Ella tenía 20 años y hacía dos años que había entrado a trabajar a la Procuración General mientras empezaba a cursar Contabilidad en la Universidad de Buenos Aires (UBA). “Mirá que no hay plata, no hay horas extra. Nada”, se apuró a decir el secretario letrado que era una rara avis en el edificio por su barba y su estilo descontracturado. “No, no importa”, contestó la chica que había atesorado un diario La Nación de cuando Raúl Alfonsín firmó los decretos que habilitaban el juzgamiento de los comandantes. Así fue como Judith se zambulló en las tareas para construir una acusación histórica y cómo dio sus primeros pasos en el Ministerio Público Fiscal (MPF), adonde llegó a dirigir las áreas encargadas, entre otras cosas, de investigar cómo fue la apropiación del salario de los trabajadores durante la última dictadura, cómo las empresas contribuyeron y se beneficiaron con el exterminio y cómo los represores despojaron a sus víctimas también de sus bienes. Murió el sábado pasado, pero dejó una marca. Como dice un fiscal que trabajó con ella, las buenas personas también sostienen a las instituciones. Y ahí estaba ella.

Judith se sumó al equipo de la fiscalía de Julio Strassera en enero de 1985, cuando faltaban tres meses para el inicio de las audiencias. En las primeras semanas, se ocupó junto con sus compañeros de leer los legajos de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) para seleccionar los casos que presentarían en el Juicio. Después, le tocó contactar a quienes vivían en el interior o en el exterior para que fueran a declarar. Era la más chica, la que atendía al público y, por ende, respondía el teléfono. Le tocaba, además, atender a quienes llamaban para amenazarlos de muerte. “No, señor, las amenazas se reciben de 8.30 a 9.30. Está fuera de turno”, la escucharon decir sus compañeros mientras colgaba el teléfono. Ella no recordaba su desparpajo de entonces, pero repetía la anécdota con gracia.

“Judith era la productora, la que garantizaba que todo estuviera bien”, relata Carlos “Maco” Somigliana, uno de sus compañeros en la fiscalía de Strassera que, con los años, la adoptó como una hermana más. “Siempre fue la alegría hecha persona. Era la tipa que recibía amenazas de muerte y hacía chistes”, suma Moreno Ocampo.

La rutina en esos días avanzaba en modo circular. Trabajo en la fiscalía, audiencia, trabajo en la fiscalía. Almorzaban y cenaban juntos. ¿Alguien más podía entender el vértigo de leer los testimonios de las víctimas, conocerlas y buscar que pagaran por sus crímenes los máximos responsables del exterminio? Judith intentaba mantener algo de su vida anterior: sus estudios en la Facultad de Económicas. Un día agarró la cartera para irse a cursar y uno de los chicos de la fiscalía, Nicolás Corradini, la detuvo sin más: “¿Adónde vas? ¿A vos te parece que, en algún momento de tu vida vas a hacer algo más importante que esto?”.

Con los chicos de la fiscalía se paró en una esquina de la sala del Juicio –ubicada en el Palacio de Tribunales– y escuchó el primer testimonio de una sobreviviente, el de Adriana Calvo. También se asomó cuando declaraba el represor Jorge Radice y explicaba cómo la superioridad le determinaba los blancos –que, claro está, podían ser seres humanos–. Muchos años después investigó cómo Radice se enriqueció robándoles a los detenidos-desaparecidos de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).

Cuando terminó el juicio, tuvo que volver a trabajar como empleada de la Procuración. Nada le parecía suficientemente bueno. Se pidió licencia y se fue a trabajar a un estudio contable. Llegó el Punto Final y volvió a trabajar ad honorem con sus compañeros de la fiscalía durante los fines de semana para preparar la mayor cantidad de casos posibles y buscar esquivar la impunidad. Después llegaron la Obediencia Debida y los indultos. De esos días aciagos conservaba en una caja los ejemplares de Página/12 junto con las libretitas –con tapa verde y espirales– en las que anotaba los datos de los testigos del Juicio a las Juntas.

Seguramente se llenó de felicidad cuando en 2001 el juez Gabriel Cavallo declaró la inconstitucionalidad de las leyes de impunidad, tarea a la que había estado dedicado su compañero, Pablo Parenti, por entonces secretario del Juzgado Federal 4. Como responsable de las oficinas que investigaban delitos económicos en el MPF, Judith investigó casos como Papel Prensa, Ledesma, La Nueva Provincia, Molinos Río de La Plata. Fiscales que trabajaron con ella la definen como de lo mejor que podía ofrecer la casa.

En los últimos tiempos se había entusiasmado mucho con la película que prepara Santiago Mitre sobre la historia del Juicio a las Juntas y que se estrenará en la segunda mitad del año. “Fue nuestra principal fuente de consulta y la primera que tuvimos”, cuenta el director, que dice que, por el tiempo compartido, la siente parte de su vida.

Judith fue varias veces al rodaje y hasta logró un papelito en la película. “Lo que hicimos es muy difícil de contarles a nuestros hijos. Ojalá que con la película aprendan de todo el esfuerzo que hizo Judith cuando tenía 20 años”, agrega Moreno Ocampo.

La de ella pudo haber sido una vida de película. Sin embargo, fue real y fue de compromiso.

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