Por Valentín Abelenda Carrillo
La Navidad, ha dicho el Papa, es un tiempo privilegiado para la contemplación. Ese es el sentido de la insistencia de Francisco en las últimas semanas en la importancia de revitalizar la tradición del Belén, que pone en primer plano la historicidad de los evangelios y desmonta la imagen de Dios como “un señor lejano o un juez alejado”, en palabras del propio Pontífice. En la sencillez del pesebre está la clave del amor humilde de Dios, que se despoja de su grandeza para abrazar la humanidad de sus criaturas. Y está la clave para entender cómo debe ser la misión de la Iglesia en el mundo, acompañando a las personas en sus situaciones concretas.