Por Lila María Feldman
Rebecca Solnit escribió, entre sus muchos libros, uno en particular, que se llama “Una guía sobre el arte de perderse”. Entre otras cosas, diferencia el perderse del estar perdido. El perderse es un saber y una decisión que implica cruzar umbrales y fronteras, arriesgarse a alguna metamorfosis. El perderse como condición necesaria para encontrar un camino.
En estos días nos encontramos en carne viva frente al arrasamiento de lo público y una de sus amenazas, una muy insoportable, que es la amenaza que pone en jaque, que tiene al filo de la extinción a las universidades públicas nacionales. Sabemos que esto es parte de una maquinaria de destrucción, y que la universidad, no es cualquier engranaje en la vida de nuestras sociedades. La universidad en la Argentina ha sido y es llave de futuros, democratización y ampliación del derecho a estudiar y a tener un futuro, vengas de donde vengas, seas quien seas.
En estos mismos días las redes sociales son testimonio de la imperiosa e interminable necesidad de millones de nosotros, la de contar que la universidad es parte de nuestro cuerpo, el cuerpo colectivo y el cuerpo singular de cada quien. Contar el recorrido personal, narrar la biografía incluye, para tantísimos de nosotros, la mención a la universidad pública, emblema de orgullo, sitio vital en el que pasamos años decisivos, años fundacionales para nuestros oficios, amores, vínculos.
Marchar y hacer multitud es parte de nuestra experiencia histórica nacional. Se enlaza o liga a la Plaza nuclear de nuestra ciudad de Buenos Aires, tan paradigmática como el mismo obelisco, tan soberana como el Congreso. Marchar en multitud es sitio de memoria y experiencia de lo común.
Marchar y hacer multitud tiene en nuestra historia algunos hitos. Ha tenido pañuelos, blancos y verdes, ha tenido paraguas, ha habido balas y bombas y la marcha de los cuerpos que insisten en hacer historia, en defender la vida, sigue. Seguimos marchando. Alguna vez se pobló de inesperadas mariposas, se ha llamado marcha del silencio en Catamarca. Hoy es la marcha de los libros la que se avecina, la que se sumará como huella en nuestra historia. No son cualquier objeto, los libros. En tiempos en los que la inteligencia artificial es uno de los gobiernos posibles con los que el futuro amenaza, diseño sofisticado de control que desde adentro y desde afuera hará de máquina de cálculo, cronometrador de movimientos y respuestas, de tiempos y espacios. Un libro, apenas un libro, o miles y millones, es todo un símbolo y un arma poderosa de resistencia y de lucha. De saber incalculable, porque es incalculable su capacidad de revolucionar la vida, el mundo. La universidad es una de las casas en que viven los libros. Es la casa que permite que los libros se instalen en una, en cada uno de nosotros. Es la casa que dice que leer lleva tiempo, que requiere espacio, que se hace con otros.
Libros. Irene Vallejo les dedicó una historia monumental traducida a cuanto idioma habita bocas humanas, cabezas humanas. Libros. Se ha matado por ellos, se ha vivido y se vive por ellos. Se han quemado y prohibido, se han enterrado y escondido esperando tiempos mejores. Como la cigarra, dijo una cantora y escritora nuestra. Tan nuestra como la universidad, como la idea de que la universidad es un derecho y es para todos, todas, todes. Parte del suelo argentino que nuestra Constitución lleva escrito, es para todo aquel que quiera habitarlo.
Una guía sobre el arte de perderse es un hermoso libro. Dice que hay que saber perderse y deambular para decir cosas importantes, para hallarse, para luego saber a dónde ir. Marchar es parte de la guía argentina de lo común, de la vida común y política de nuestro pueblo. Nos sabemos perder ahí, nos importa sentirnos parte de ese cuerpo gigante y vivo, omnipotentes como una hormiga decidida a seguir andando y transportando cosas que tienen sentido. A veces memoria, a veces derechos. Esta vez libros. Con fuerza colectiva y paciencia de hormiga vamos a marchar mañana.
Marchar es descubrir las potencias ignoradas que laten como promesa en la multitud de cuerpos, nos perdemos allí porque confiamos en que es la única manera de encontrarnos, de no habernos perdido, de resistir a perdernos.
La cordura fascista les teme a los libros. Nosotros los amamos. Locamente los amamos, porque esa locura –a muchos de nosotros- nos ha salvado. La historia humana por la libertad de los pueblos y las naciones es la historia de la batalla por los libros, por el acceso a ellos, por el deseo de escribirlos, por el poder que la escritura sella cuando la tinta fija palabras en papeles, letra tras letra dice que pensar es humano. Y que la tinta es como la sangre, sin ella no respiramos.