Por Carlos Alberto Rozanski
La renuncia de Elena Highton como ministra de la Corte Suprema de Justicia de la Nación y su inminente alejamiento, abre una verdadera “caja de Pandora”. Como la mítica ánfora, el máximo tribunal guarda en su interior muchos de los males de los que han sido capaces sus actuales responsables. Así, el 14 de diciembre de 2015, Mauricio Macri designó por Decreto 83/2015 a los doctores Rosatti y Rosenkrantz para integrar la Corte Suprema. A sólo cuatro días de asumir, Macri violaba de ese modo, la legislación vigente. Es interesante destacar que el nombrado Rosenkrantz, era conocido por su desvalorización pública del Derecho Internacional de los Derechos Humanos, así como por ser abogado del grupo Clarín. En el caso de Rosatti, era conocida su crítica a la designación de jueces “en comisión”, como se lo estaba designando a él, así como por su fuerte oposición a la interrupción legal del embarazo. Organismos especializados como Justicia Legítima y el Centro de Estudios Legales y Sociales (Cels), impugnaron duramente dichos nombramientos sugeridos por el actual prófugo “Pepin” Rodriguez Simon y materializados por el entonces ministro de Macri, Germán Garavano. No obstante, ambos nominados aceptaron esa modalidad irregular, aunque recién el 22 de junio de 2016 resultaron designados de manera legal, previo acuerdo del Senado de la Nación. Las designaciones fueron duramente cuestionadas, además, por carecer por completo los nombrados, de una perspectiva de género, imprescindible para una correcta administración de justicia. En ese sentido se expresaron FEIM –Fundación para el Estudio e Investigación de la Mujer, ELA –Equipo Latinoamericano de Justicia y Género, MEI– Fundación Mujeres en Igualdad, REDI- Red de Derechos de Personas con Discapacidad, FIFCJ –Federación Internacional de Mujeres de Carreras Jurídicas. Esas y otras entidades, sostuvieron que las designaciones vulneraban el principio de igualdad y no discriminación. Ninguno de los reclamos fue escuchado. Con los años, diversos fallos del máximo tribunal confirmarían la pertinencia de los temores que, desde aquel fatídico 14 de diciembre de 2015, señalaban las diversas entidades defensoras de los Derechos Humanos. Baste recordar que los jueces Highton, Rosenkrantz y Rosatti, el 3 de mayo de 2017, votaron por la aplicación del conocido cómputo de 2 x 1 por el cual se beneficiaba a los genocidas de la dictadura. Emerge igualmente de la corte de Pandora aquella trágica mañana del 17 de diciembre de 2017. El senador Mario Pais, llegaba puntualmente a la hora indicada para que el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti, le tomara juramento como nuevo integrante del Consejo de la Magistratura en reemplazo del senador Ruperto Godoy, brutalmente apartado de su cargo de Consejero por “no ser abogado” (sic). La jura de Pais estaba prevista para las 9 de la mañana. Sin embargo, se dilató hasta las 13 horas, dando tiempo al Consejo de la Magistratura que, a 3 cuadras del palacio, decidiera, fraude de por medio, el inicio del juicio político al Juez de la Cámara Federal, Eduardo Freiler. Cabe apuntar que Jorge Lanata ya había anunciado en televisión la decisión de Mauricio Macri de deshacerse del doctor Freiler. El doctor Lorenzetti nunca fue sancionado por esa maniobra. Un ejemplo más de los fallos de Pandora, completa el objeto de estas reflexiones. El 4 de mayo de 2021, los 4 masculinos de la Corte, en un fallo infame, favorecieron a Horacio Rodriguez Larreta no sólo respecto de la presencialidad en los colegios porteños, sino sobre todo sobre el concepto de “autonomía” de la ciudad. Este pronunciamiento había sido anticipado el día anterior por el grupo Clarín, del que fuera abogado uno de los firmantes del fallo y Presidente de la Corte.
Hasta aquí algunos de los males que emergen al abrir la corte de Pandora. Pero, al igual que en el mito griego, una vez expuestas aquellas miserias judiciales, queda en su interior la esperanza, y con ella, una de las expresiones más ricas que nos deja aquella historia: “La esperanza es lo último que se pierde”.
La vacante que deja la doctora Highton es una magnífica oportunidad. No se trata sólo de incorporar una mujer en su lugar. Se trata de asumir de una vez por todas que la integración del más alto tribunal del país no es negociable. Sería un trágico error que la ampliación (imprescindible) del número de miembros, dependiera de una “negociación”. Que la selección de integrantes -actuales y futuros- fuera fruto de “concesiones” mutuas entre partidos políticos.
La verdadera esperanza es que les jueces que reemplacen a cada une de les actuales, sean buenas personas. Necesitamos con urgencia una Corte Suprema no binaria. No en su integración aritmética, sino en que sus integrantes tengan una profunda convicción humanista, sensible y por, sobre todo, no discriminatoria. Con eso estará garantizada la equidad de cada sentencia de quienes, a diario desde tan alta función, deciden sobre nuestras vidas.