Por Sergio Anaya
Aunque no me gusta ver películas promovidas por gigantescas campañas publicitarias, desde "La Guerra de las Galaxias" hasta hoy, y el género ciencia - ficción me aburre, acepté una invitación para ver el binomio de moda: "Barbie" y "Oppenheimer". Todo sea por la obligación profesional de conocer las corrientes culturales de moda, así pensaba justificar mi asistencia a las dos funciones, pero en realidad fui para cuidar a mis nietas en el primer caso y en el segundo porque me regalaron un boleto y estuve obligado a darle uso.
Más allá de anécdotas personales, lo de "Barbie" me parece un discurso feminista desabrido para sacar raja millonaria de un negocio millonario. No más.
Me inquieta más el discurso de "oppenheimer" por su estúpida promoción del genocidio. No me vengan con el reconocimiento que hace Harry Truman sobre su responsabilidad total de lanzar las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, una frase para aliviar el supuesto sentido de culpa de Robert Oppenheimer.
Y no sólo del director del proyecto Manhattan sino en general de todos los científicos que trabajaron con él en la creación de la bomba atómica. A todos ellos, en especial a Oppenheimer, la película intenta situarlos en el limbo del conocimiento y la inteligencia donde habitan los grandes científicos.
Claro, la mitificación de estos personajes requería también dotarlos de rasgos humanos como las contradiciones personales, remordimientos y conflictos de grupo. Sus cuestionamientos éticos son los mismos de quienes han disfrutado un poder inmenso y cuando lo pierden le encuentran limitaciones y miserias. Al final los creadores de la bomba se alzan como dioses de la mitología contemporánea liderados por Prometeo J. Oppenheimer.
Hay múltiples versiones sobre la felicidad de ese grupo cuando realizaron la primera detonación en Álamogordo y su indiferencia ante los estallidos en Hiroshima y Nagasaki.
Más contundentes han sido los argumentos que califican el uso de la bomba en Hiroshima y Nagasaki como un crimen de lesa humanidad, un genocidio contra el pueblo japonés que en agosto de 1944 ya estaba derrotado y sus generales emitían mensajes de inminente rendición.
El discurso de "Oppenheimer", con su ritmo, efectos y contenido que huelen a relato épico hollywoodense, es una estupidez inaceptable.
No exagero. Si tienen duda, vean esa película con mirada japonesa.