Por Jose Narosky
Hubo hombres de gran talento y muy coherentes con sus convicciones que hicieron de la ética una manera de vivir. Pero en muy pocos, como en Osvaldo Pugliese, se reunieron ambas cualidades. Tanto es así que su apellido fue acompañánode con el apodo de "El Maestro".
Un mito popular, muy arraigado especialmente en el ambiente de los músicos, dice que cuando se presenta una dificultad hay que decir 3 veces ¡Pugliese!, en referencia a Don Osvaldo Pugliese. Hecho esto, vendrá la suerte y se resolverán situaciones complicadas.
Entre las figuras de nuestra música popular, hubo hombres de gran talento y muy coherentes con sus convicciones que hicieron de la ética una manera de vivir. Pero en muy pocos, como en Osvaldo Pugliese, se reunieron ambas cualidades y, tanto es así, que hasta su apellido Pugliese fue acompañándose por el apodo de “El Maestro”, un rótulo que su modestia tardó mucho en aceptar.
Corría la década del cuarenta. Las grandes orquestas típicas tenían sus seguidores. Algunos gustaban del ritmo vertiginoso de D’Arienzo en el “Chantecler”;otros se identificaban con el melodioso "Señor del Tango", Carlos Di Sarli.
Los porteños del centro escuchaban especialmente a Troilo. En el interior, se aclamaba fervorosamente a De Ángelis. Pero en Barracas… en San Telmo, en el Gran Buenos Aires, estaba la “hinchada” si cabe decirlo así, de nuestro hombre, que parecía ejecutar a medida para los bailarines.
Pugliese fue en el aspecto personal un hombre medido, sin duda, tímido. Tuvo una sola hija de su primer matrimonio, que heredó su alma tanguera.
Luego en un segundo matrimonio, lo acompañó por muchos años una mujer, Lidia, que controlaba casi religiosamente su salud… y sobre todo su economía, rubros ambos que a Osvaldo Pugliese, jamás le importó cuidar.
Hay una fecha que ya es histórica: 11 de agosto de 1939. Faltaban sólo 20 días para que se desencadenase el horror de la Segunda Guerra Mundial. Y en ese agosto de 1939 una nueva orquesta debutaba en el prestigioso café “El Nacional”, con un cantor joven, Amadeo Mandarino.
Dirigía la orquesta un hombre de baja estatura, delgado, sobrio en el decir y en sus maneras. Tenía 34 años, ¿su nombre? Osvaldo Pugliese. Aunque era joven todavía, ya tenía 20 años como profesional.
Fue pianista de Roberto Firpo, de Pedro Maffia, de Elvino Vardaro. También lo contaron en sus filas, siempre antes del debut en “El Nacional”, Pedro Laurenz y Miguel Caló.
Pugliese llegó a sumar en total más de 55 años ininterrumpidos de actividad.
Actuó con su orquesta en países como Japón, Rusia, China y Francia. Un periodista le preguntó una vez a Pugliese: “Y Ud. ¿Cómo se define con respecto a la música que ejecuta?”.
Y sin falsa modestia, este grande, que por serlo no necesitaba mostrar su grandeza, le respondió: “Soy un laburante de la música”. Y él lo sentía así, dado que era un músico de primer nivel.
Porque “el gran artista es lo más parecido a un niño”. Y era realmente grande. Además la música, más que sonido, para él era oxígeno. Pasaron por su orquesta ejecutantes como: Penon, Julian Plaza, Mederos y muchos otros.
Y cantores como Chanel, Vidal, Belussi, Montero y luego los últimos: Guida y Abel Córdoba. Un gran dolor signó los últimos años de Pugliese. Dos años antes de fallecer, moría el mayor de sus 3 nietos, un hijo de su hija. El HIV, esa cruel y misteriosa enfermedad, le quitó la vida a Osvaldito Pugliese, que además de tener su mismo nombre, compartía el fervor musical de su abuelo.
Fue “uno de esos dolores para los que las lágrimas, no alcanzan…”. Osvaldo Pugliese mencionó muy pocas veces ese trágico hecho. Pudo sí, por su mesura, guardar sus lágrimas. Pero lo que no pudo guardar… fue su dolor.
Porque “las heridas espirituales no sangran, pero lloran”. Cuando el autor de “Recuerdos”, “La Yumba”, y de tantas otras joyas moría en Buenos Aires a los 89 años, un 25 de julio de 1995 muchos pensamos y lo diré en forma de aforismo que: “Los espíritus superiores no necesitan vencer, necesitan dar”.