La tarde del 1 de octubre de 2001, un llamado de alerta movilizó a los policías de Empedrado. Un automóvil estacionado a casi 200 metros de la Ruta Nacional N° 12, cerca del acceso a la ciudad, hizo pensar a varios conductores, que se había producido un siniestro vial. Pero lo que ocultaba era algo más oscuro. A pocos metros encontraron el cuerpo acribillado de José Elías Oliva, un remisero, de 29 años, a quien presuntamente intentaron robarle el auto. Hubo un único imputado por el crimen, pero tres años después, la Justicia decidió que era inocente, la causa volvió a cero y quedó así desde entonces.
Los detalles del crimen sacudieron a la opinión pública. Oliva trabajaba para una empresa de remises de la Capital y ese día, se encontraba haciendo unos recorridos por la zona del centro. Según revelaron luego los investigadores, pasadas las 16, él subió a un grupo de al menos tres hombres en inmediaciones de la clínica Iberá, porque eso fue lo que avisó a la base a través del radio.
José le dijo a la operadora que los pasajeros le indicaron que querían que los lleve hasta San Cayetano, a unos 15 kilómetros de la Capital. Él accedió y en una de las últimas conversaciones, avisó que iba por la avenida Maipú para salir a ruta. Después el último contacto, con un mensaje preocupante: iba a seguir un poco más lejos por pedido de los hombres y le quedaba poco combustible.
El automóvil Siena blanco con dominio BSY-987, nunca pasó por el puesto de peaje. En la reconstrucción del recorrido, determinaron que luego del control provincial cerca del Riachuelo, el vehículo desvió por un camino vecinal de San Cayetano y retomó la ruta casi un kilómetro después, a metros de donde finalmente encontrarían al conductor muerto.
MISTERIO
Para los peritos, el móvil del crimen fue un intento de robo. A José lo hicieron bajar del auto, caminaron un par de metros y lo acribillaron de cuatro balazos por la espalda y uno más en la cabeza. Murió en el acto y ellos pretendieron escapar en el automóvil. Pero nunca hicieron caso a la última advertencia de la víctima y efectivamente, casi 200 metros más adelante, se quedaron sin combustible.
Del grupo de delincuentes se supo poco y nada. Pero fueron dos personas, quienes dijeron haber visto caminar a unos sospechosos cerca del auto parado a la vera de la ruta. Una fue la propietaria de la casa más cercana a dónde se detuvo el auto. El otro, su vecino.
Después de que se supo del asesinato, ambos denunciaron que un grupo de hombres abandonó el auto. Pero la complicación fue que, la mujer no pudo reconocer a ninguno, y el hombre sólo notó los rasgos de uno de los desconocidos. Dijo que tenía el cabello largo, usaba una remera y short y nada más.
La investigación que se inició después, permitió la demora de varios hombres. Pero en la rueda de reconocimiento, de la que participaron ambos testigos, sólo se resultó con la aprehensión de un único imputado por el crimen. Era Oscar Alfredo Lipchak, el hombre de cabello largo.
Pese al intenso trabajo, sus cómplices parecieron esfumarse. Nadie más vio nada, ni se volvieron a tener datos. Ni siquiera hallaron el arma calibre 38 milímetros con la que asesinaron al joven remisero.
Lamentablemente, estos testimonios fueron las únicas pruebas que la Justicia encontró viables, y perdieron validez con el paso del tiempo.
El juicio se llevó a cabo a mediados de 2004 y con un fallo polémico (ver abajo), absolvieron a Lipchak. Adujeron que no había evidencias suficientes y pese al reclamo familiar, el caso quedó archivado y sin resolver.