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Sociedad

Corrientes es un carnaval a contramano

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Crédito: 49904

Peleas, trampas, vicios, desorganizaciones, disputas, ejecuciones de jurados sospechados. Como si el carnaval correntino se hubiera contagiado de otros órdenes sociales, donde la situación está verdaderamente mal; el Rey Momo ofrece debilidades para todos los gustos. Solo para empezar.

 

La organización del corso oficial, como si los barriales no lo fueran en su forma paralela, ocupando casi el mismo calendario en la ciudad; considerada deficitaria y cometiendo serias irregularidades económicas, como que no mantuviera deudas por 16 millones de pesos y se dedicara a jugar libremente con las expectativas de los verdaderos protagonistas del espectáculo: los comparseros. Donde sus dirigentes, en lugar de asomarse como paladines defensores de estos intereses prioritarios, se convirtieran en cómplices silenciosos de tanta desprolijidad de una empresa que de Fénix solo tiene las cenizas, de donde no puede resurgir económicamente.

 

Como si fuera poco, el tiempo le jugó una mala pasada a la programación y le aguó la fiesta a lo largo de tres fines de semana, donde el corazón del comparsero estaba a flor de piel, mirando hacia arriba para ver cuando dejaba de llover.

 

El hecho de no ofrecer este año los discutidos shows de comparsas, por una cuestión de estar ante un “carnaval de emergencia”, algo nunca visto, ni escuchado; evidentemente tenía su razón en la “emergencia”, pero económica de la empresa organizadora.

 

De nuevo las comparsas y agrupaciones musicales salieron a dar la cara por la fiesta y pudieron entregar una edición fabulosa. Detrás de escena, se sabe que no hay solvencia económica y los cachés o compromisos de pago, solo serán cumplidos con la recaudación de cada noche. Es lo mismo que hacer trapecio sin red para los trapecistas.

 

Las otras deudas fantasmas seguirán esperando y nadie sabe verdaderamente de cuánto se está hablando. Algunos aseguran más de $600 mil otros de $400. Pero la deuda está y será de difícil cumplimiento.

 

En el medio de todo ese berenjenal a alguien se le prendió la “lamparita” de traer al resistido Diego Maradona. Amado y odiado por partes iguales. Como si el carnaval correntino no tuviera bastante despelotes en su seno, para traer algo que es siempre sinónimo de polémica y escándalos, producto de su sostenida incoherencia.

 

Pero hay más, porque se habla de un carnaval popular, del pueblo, de la gente, de la ciudad, de los barrios, que lo hacemos entre todos. Y resulta que están todos agazapados esperando una oportunidad para meter el zarpazo para ganar un título, un premio, una medalla, una banda, algo. A cualquier precio. Aunque se trate de traicionar los principios de popularidad que se le dieron a estos multitudinarios corsos barriales y lo manchen con cualquier cosa. Como si la cuestión fuera de vida o muerte, y no se tratase simplemente de una fiesta que debiera ser verdaderamente popular.

 

La política de nuevo metió la pata. Desde un principio cuando en las dos gestiones consecutivas del justicialismo (Camau y Ríos), en el municipio de la capital se apuntalaron los corsos barriales, creados de manera paralela para captar el público residual que fue alejado del corso oficial o “carnaval caté” como siempre se lo etiquetó. Siempre hubo un uso político, esos nadie lo duda, del carnaval barrial. Ocurre y ocurrirá durante varios años.

 

Ese mismo uso político se le dio desde la otra vereda, cuando el gobierno provincial le robó la idea o el “copyright” al municipio capitalino y le armó un carnaval anticipado en noviembre, utilizando a las comparsas barriales para imponer a un candidato.

 

Las grandes convidadas de piedra fueron estas comparsas barriales que, jamás, imaginaron que tres meses después serían fuertemente castigadas por haber participado de ese “Corrientes Carnaval”, por el solo hecho de ponerse una supuesta camiseta radical. Así le fue a varias que perdieron títulos y hasta se fueron al descenso.

 

Una bajeza total, por donde se lo mire. De parte de sus verdugos.

 

Con todo este fárrago de situaciones, Corrientes no merece ser siquiera considerada Capital Nacional del Carnaval, sino más bien un nido del escándalo permanente. Solo la salva el corazón de los comparseros quienes sin importarles la categoría de “barrio” u “oficial”, si son de la “A”, de la “B” o de la “C”; si bailan en el corsódromo de los radicales o en las calles de los justicialistas; siempre le ponen el mayor de los esfuerzos económicos y personales para poner a resguardo nuestro carnaval. Ojalá ellos nunca digan basta, pero por su más de cincuenta años de historia carnavalera, Corrientes merece otro carnaval. No así, cuando todo se parece a un carnaval de contramano.

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