Mons. Castagna: 'Una Iglesia testigo de la Resurrección'
"Cristo resucitado es el autor de la fe. Su relación es imprescindible para recibir el don, que incluye saber, con certeza, que Cristo ha resucitado y permanece vivo entre los hombres", recordó.
Sugerencia para la homilía de monseñor Castagna
Monseñor Domingo Castagna, arzobispo emérito de Corrientes, consideró que "es preciso que el anuncio de la Resurrección resuene hoy con el vigor y el fervor que los apóstoles ponían en la predicación".
"La misión de aquellos discípulos consiste en ser testigos de Cristo resucitado. Empeñan, para ello, una intensa actividad misionera", recordó en su sugerencia para la homilía del Domingo de Pascua.
"Después de la Resurrección, obedeciendo al mandato misionero de Cristo, al ascender a los cielos, se dispersan por todo el mundo y atestiguan lo que han visto y oído del Señor resucitado", profundizó.
El arzobispo aseguró que "cada uno de los apóstoles, constituye una 'sede apostólica' con la que, las Iglesias que ellos fundan -y como prueba de su autenticidad- deben mantener la comunión con ellos".
"Hoy, las diversas sedes, encabezadas por los Doce, se concentran en la de Pedro, piedra sobre la que se edifica la Iglesia, por voluntad de Cristo", precisó.
"Hoy, el Papa Francisco, auténtico sucesor de Pedro, ocupa esa sede, garante de la unidad de la Iglesia. Las iglesias particulares, regidas por sus obispos, mantienen el carácter universal de la Iglesia, mientras conserven la comunión con la sede de Pedro", concluyó.
Texto de la sugerencia
1.- Los signos de la fe que convencen a Pedro y a Juan. Hoy brota de nuestro corazón el grito jubiloso de la Resurrección. El texto de San Juan tiene las dimensiones de los grandes acontecimientos que apuntan a la Resurrección. Me refiero a la simplicidad y a la ternura de estilo de las intervenciones de Dios. ¡Qué impresionantes son las manifestaciones del amor de Dios! Magdalena, Juan y Pedro, y quienes los acompañan, vacilan aún y, no obstante, abren sus corazones a la insólita Noticia. Magdalena piensa que el cuerpo del Señor ha sido robado y escondido. No se cansa de preguntar a quién sea, dónde ha sido trasladado el cadáver de Jesús. La última imagen que conservan es la de Cristo muerto y depositado en el sepulcro nuevo, propiedad de José de Arimatea. Jesús comienza a manifestarse a sus discípulos, acompañados por su Santa Madre. Magdalena, la más perdonada de sus seguidores, recibe las primicias de la Resurrección de su Maestro y Señor. Su misión es la de anunciar a los Apóstoles el venturoso acontecimiento. Su encuentro con Pedro y Juan moviliza - a aquellos hombres - a introducirse en el Misterio del Dios encarnado. El prólogo del Evangelio de San Juan, es una consecuencia del Misterio Pascual, a cuyo conocimiento es posible acceder únicamente mediante la fe. El relato no puede ser más significativo: "Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro, vió y creyó. Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos regresaron entonces a su casa". (Juan 20, 8-9) Por ello la Cuaresma es un entrenamiento en la fe. Quien no cree no puede celebrar dignamente la Pascua. Los discípulos más cercanos de Jesús aprenden a ver y a contemplar la realidad del Misterio, que trasciende lo que pueden ver sus ojos terrenos. Jesús les enseña a leer los signos de la Resurrección. Lo testimonian Pedro y Juan que, ya dentro del sepulcro, saben interpretar aquellos lienzos vacíos del Cuerpo que lo habían contenido sin vida. El tránsito entre la muerte y la vida evidencia el prodigio de la Resurrección: "Juan vio y creyó".
2.- Cristo ha resucitado y permanece vivo entre los hombres. Celebramos la fe. Cristo resucitado es el autor de la fe. Su relación es imprescindible para recibir el don, que incluye la capacidad de saber, con certeza, que Cristo ha resucitado y permanece vivo entre los hombres. Es así como nuestra vida encuentra en Cristo la incuestionable referencia para una historia recompuesta en la verdad. El mundo dirigencial, que hoy aparece decidiendo los destinos de los diversos pueblos, necesita - lo apetezca o no - que se le anuncie el Misterio de la Pascua. Un anuncio mediante el testimonio de la santidad de los cristianos, según lo afirmaba San Juan Pablo II. Es, sin dudas, la hora de los santos. Dios se muestra solícito, ante el despropósito moral de innumerables contemporáneos, al suscitar santos en diversas situaciones y edades. Santos de lugares geográficos y culturales tan distantes y misteriosamente destacados por la devoción del pueblo. La presencia de los mismos, a veces silenciada por cuestionables interesas mediáticos, no puede ser excluida de la vida corriente. Está, y es preciso descubrirla e identificarla, en medio de un mundo polifacético como el nuestro. El Espíritu de Dios no es tímido, se planta en nuestra frágil existencia, infundiéndonos su fortaleza, sin anular nuestra libertad. La Pascua consiste en ponernos en marcha, trascendiendo nuestras limitaciones y purificándonos de las miserias de nuestros pecados. Para sacarnos de la esclavitud Jesús se somete al suplicio de la Cruz, así inicia el "paso", a través del desierto de nuestra vida temporal y logra nuestra venturosa llegada a la tierra prometida de la santidad. Jesús resucitado es la anticipación de la nueva Vida, que Él ha prometido y participa con quienes deciden seguirlo. No es un cuento de hadas, en el que la imaginación inspira relatos fantásticos con poco o ningún sustento en la realidad. En Cristo todo es verdad, imposible de reemplazar con las creaciones de los más destacados intelectuales del momento. Adueñados de los medios de comunicación y con poca resistencia en los más vulnerables, pasan a comandar el pensamiento y los sentimientos de quienes terminan rindiéndose a su influjo. Pensemos en la juventud, flotando a la deriva en medio de las más violentas tempestades del amoralismo y del relativismo, alimentadas por la inseguridad y la falta de referencia a la Palabra de Dios. Nos encontramos con una depresión generalizada, que impide toda reacción en la realidad circundante.
3.- La artesanía de la santidad. Jesús vino a cambiar al hombre, modelando una novedad que es obra del Espíritu. Al infundir su Espíritu, en quienes creen en Él, reproduce en ellos su propia y original novedad. Es ella la santidad, una verdadera artesanía, porque hace de cada persona redimida un ser irrepetible. Los santos no son calcos de otros santos, por ello son calificados verdaderas "artesanías". El desconocimiento de Dios - el divino Artesano - reduce, la vida del hombre, a una pobre imitación de los frágiles modelos, propuestos por el mundo. Cristo, el Hombre nuevo, se constituye en ideal que inspira, y, al mismo tiempo, que rechaza toda inútil mimetización. Dios es el más respetuoso del don de la libertad, que otorga a los hombres. En la Carta a los Gálatas, el Apóstol Pablo sintetiza su pensamiento de esta manera: "Esta es la libertad que nos ha dado Cristo. Manténganse firmes para no caer de nuevo bajo el yugo de la esclavitud" (Gálatas 5, 1). La Redención es la liberación del pecado. Y, por tanto, de todos sus derivados. El anhelo de libertad - de las personas y de los pueblo - halla en el Evangelio su exacta interpretación y su capacidad de realización. Pascua y liberación están relacionadas. Celebrar la Pascua es comprometerse en la liberación del pecado, y, por ende, de todo tipo de atropello a los derechos del hombre. La Iglesia, por esa razón, se presenta como adalid de la auténtica libertad. Por ello acepta los riesgos de ser agredida y perseguida por las fuerzas que hoy lideran las diversas dictaduras. La libertad - saneada por la gracia de la Redención - es el don de Cristo resucitado, otorgado a quienes intentan vivir de la fe en Él. El mundo es orientado a la plena vigencia de los valores que proceden del don divino de la libertad. La evangelización no termina entre los estrechos muros de un templo. Capacita, a quienes son evangelizados, a emprender toda obra que conduzca al logro de la auténtica libertad. El núcleo de ese admirable don es el amor. Sin libertad es imposible la práctica del primer mandamiento y sumerge en la esclavitud, a quienes no lo adoptan. El predominio del odio aleja, a muchos hombres y mujeres, de una verdadera vivencia de la fraternidad y del establecimiento de la justicia y de la paz. No existe otro método que el predicado y vivenciado por Jesús, mediante el don de la propia vida en el Misterio que acabamos de celebrar durante la Semana Santa. Trascendiendo el calendario, cada instante de la vida cristiana constituye el tránsito hacia la Pascua definitiva de la eternidad.
4.- Una Iglesia testigo de la Resurrección. Es preciso que el anuncio de la Resurrección resuene hoy con el vigor y el fervor que los Apóstoles ponían en la predicación. La misión de aquellos discípulos consiste en ser testigos de Cristo resucitado. Empeñan, para ello, una intensa actividad misionera. Después de la Resurrección, obedeciendo al mandato misionero de Cristo, al ascender a los cielos, se dispersan por todo el mundo y atestiguan lo que han visto y oído del Señor resucitado. Cada uno de los Apóstoles, constituye una Sede Apostólica con la que, las Iglesias que ellos fundan -y como prueba de su autenticidad- deben mantener la comunión con ellos. Hoy, las diversas Sedes, encabezadas por los Doce, se concentran en la de Pedro, piedra sobre la que se edifica la Iglesia, por voluntad de Cristo. Hoy, el Papa Francisco, auténtico sucesor de Pedro, ocupa esa Sede, garante de la unidad de la Iglesia. Las Iglesias Particulares, regidas por sus Obispos, mantienen el carácter universal de la Iglesia, mientras conserven la comunión con la Sede de Pedro: "La diócesis es una porción del Pueblo de Dios que se confía al Obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica". (Vaticano II - CD 14)+