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Actualidad Ricardo Bustos

Soy habitante de nacimiento, pretendo ser ciudadano si me dejan

Una crítica hacia los argentinos y su gobierno.

Una crítica hacia los argentinos y su gobierno.

He nacido en una ciudad muy bella de la provincia de Buenos Aires, Argentina, y  creo que llegó el momento de cambiar mi vida. Luego de pensar mucho tiempo antes de tomar esta decisión, sé que comenzaré un largo peregrinar por ministerios, oficinas, consulados y tantos otros entes gubernamentales que me acerquen a la puerta de entrada a este, mi hermoso país.

Vivo en Argentina y decidí que me quiero radicar en Argentina y autoproclamarme ciudadano argentino, porque hasta la fecha solo me consideran “habitante” de esta tierra bendita. A partir de ahora, lucharé por tener los mismos derechos que tienen quienes ingresan por las fronteras de Argentina, sin documentos, trabajo, lugar donde vivir y algún papel que explique los motivos que lo han traído a estos valles de ilusión.

No tengo planes sociales (y no está bien que así sea, trataré de conseguirlos), no tengo vivienda (lucharé por lograrla) y si veo que cuesta mucho, me involucraré con las gloriosas organizaciones sociales que harán posible convertirme en “ocupa” de algún terrenito que tiene propietario y paga sus impuestos, pero que aún no cuenta con el capital suficiente para construir su casita o tierra fiscal que no es protegida por los gobernantes de turno.

Una vez dentro del terreno levantaré una vivienda con palos y bolsas de residuos y llamaré al Fiscal para reclamar por mi situación de indigencia y la obligación que tiene el Estado Argentino de brindarme (como indica la Constitución) la protección y cuidados  para una vida sana. Al tiempo nomás ya llegará la solicitud de agua corriente, luz, pavimento, escuela para mis niños, garrafa solidaria, pañales, preservativos, televisión digital, futbol y automovilismo gratis para todos, plan PROGRESAR (no se para que  si hasta hoy mis hijos más grandes ni estudian ni trabajan, con el subsidio menos ganas tendrán de rezarle a San Cayetano o venerar a Sarmiento).

En síntesis, últimamente me han venido unas ganas enormes de ser argentino pero sin ninguna obligación ante la sociedad organizada (los otros) y disfrutar de todos los beneficios que hoy me cuestan diez veces más si lo hago como corresponde, respetando a mis semejantes, no cortando calles o autopistas, no quemando neumáticos y contaminando el aire, no agrediendo a los ancianos porque son descartables, no cuidando de los niños porque de eso se encargan otros, no golpeando y matando a la persona, no robando todo aquello que me permita venderlo en el acto para lograr comprar “el placer diario”. Encima con la tranquilidad de  saber que alguien se preocupará por sacarme de la  cárcel argumentando artículos del Código penal que no conozco ni me importa, no  impidiendo el paso de ambulancias o bomberos ante una emergencia.

Obviamente lo escrito solo se enmarca en una cruel e irónica burla por todo lo que nos toca padecer a quienes intentamos sobrevivir en un país maravilloso con mucho por hacer, si es que alguien se decidiera a intentarlo, pero con muy poca voluntad.

Un día un pastor relataba a los niños que Dios cuando creó la tierra le dio aire puro, agua salada, dulce, mucho verde, montañas, animales, en fin una maravilla en todo sentido, pero con un pequeño detalle al final del cuento, no pensó Dios que alguna vez ese planeta tendría argentinos.

Al decir de un grande de la Literatura argentina, el filósofo Marcos Aguinis en “El atroz encanto de ser argentinos”, responde a una contradicción: ¿Cómo puede ser atroz un encanto? Y es que ser argentino es una empresa cada vez más difícil. Emociona serlo, pero se sufre por ello. Hemos atravesado momentos duros y siempre los hemos superado. El nuevo milenio nos encuentra con las esperanzas debilitadas y nuestra sensación de incertidumbre ante el futuro está en su punto más alto. Para muchos la emigración se ha convertido en el único recurso posible para progresar. Sin embargo, no dejamos de sentir orgullo por haber nacido en esta tierra”.

Y pensando bien lo mismo debe ocurrir con los millones de inmigrantes que han ingresado a nuestro país en las últimas décadas sintiendo el mismo orgullo que nosotros pero por su tierra.

“Yo iría tratando bien a los inmigrantes, porque pronto los inmigrantes seremos nosotros.” Autor anónimo.

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