Los investigadores Jorge Alberto y Guillermo Arce, del Centro de Geociencias Aplicadas de la UNNE, analizan las problemáticas ambientales derivadas de la expansión urbana en una reciente publicación de EUDENE. Un trabajo, centrado en una zona cercana al Gran Resistencia, advierte sobre los desafíos que enfrentan los municipios ante una expansión desordenada y sin planificación. Destacan que estos problemas son comunes en la mayoría de las ciudades de la región.
La expansión de las ciudades hacia las zonas rurales está generando una profunda mutación del territorio, marcada por un crecimiento desordenado que no considera adecuadamente las necesidades de las comunidades locales ni las características naturales del entorno. Este proceso da lugar a la formación de espacios de transición caracterizados por una expansión urbana descontrolada, también conocida como dispersión urbana.
Este tipo de crecimiento se define por ser horizontal y extensivo, avanzando sobre áreas rurales sin una planificación adecuada, lo que resulta en una baja densidad poblacional, la segregación de los usos del suelo —residenciales, comerciales— y una fuerte dependencia del automóvil como principal medio de transporte.
La falta de planificación responde más a intereses inmobiliarios que a un desarrollo sostenible, lo que genera una ocupación fragmentada del suelo, la pérdida de cinturones verdes y sistemas productivos, el desplazamiento de las poblaciones rurales y una creciente vulnerabilidad ante fenómenos como incendios e inundaciones.
En este contexto, un estudio realizado por el doctor Jorge Alfredo Alberto y el especialista Guillermo Antonio Arce, investigadores del Centro de Geociencias Aplicadas dependiente de la Facultad de Humanidades y de la Facultad de Ingeniería de la UNNE, analiza los impactos ambientales de esta dinámica en ciudades intermedias del nordeste argentino.
El trabajo, publicado en el capítulo 5 del libro "Territorios, configuraciones y problemáticas del Nordeste Argentino" (EUDENE), examina cómo el crecimiento urbano, impulsado en gran medida por intereses inmobiliarios, afecta zonas rurales que anteriormente predominaban en actividades agrícolas y ganaderas.
En el caso de estudio, un espacio situado 17 kilómetros al norte del Área Metropolitana del Gran Resistencia (AMGR), se observa que estas áreas de transición están influenciadas por importantes vías de comunicación, como la Ruta Nacional 11 y el acceso pavimentado a Colonia Benítez, factores que determinan la organización y ocupación del territorio.
La investigación revela que el espacio rural en estas áreas de expansión se transforma en un territorio híbrido, donde coexisten diversos usos del suelo, desde la agricultura y la ganadería tradicionales hasta nuevos desarrollos inmobiliarios. Estos espacios en mutación enfrentan un futuro incierto y desarticulado, planteando serios desafíos para la sostenibilidad y el equilibrio ambiental.
En estos territorios, la coexistencia caótica de diferentes usos del suelo provoca que los espacios se transformen rápidamente en áreas urbanas desarticuladas. Estas zonas se han denominado de diversas maneras según su dinámica o comportamiento, tales como "saltos de rana", "expansión a través de corredores" o "urbanizaciones cerradas", a menudo combinándose en un espacio desarticulado y en constante mutación.
Esta expansión no solo afecta la estructura del territorio, sino que también implica un consumo extensivo de suelo agrícola y de espacios naturales o de interés ambiental, lo que conlleva la pérdida de ecosistemas y la degradación ambiental. Además, la dispersión urbana eleva los costos de infraestructura, ya que proveer servicios públicos como agua, electricidad y transporte en estas áreas dispersas resulta caro e ineficiente debido a las grandes distancias entre urbanizaciones.
Al mismo tiempo, esta dispersión fomenta el aislamiento social, donde los barrios cerrados y las áreas periféricas presentan poca conexión entre sus habitantes, disminuyendo la cohesión comunitaria y acentuando el sentimiento de aislamiento, lo que a su vez intensifica el movimiento pendular diario y semanal entre la ciudad y estos espacios.
Los investigadores señalan tres necesidades urgentes para abordar esta situación. Primero, ordenar el uso de la tierra como unidad productiva, ya sea para la venta o arrendamiento, considerándola como un bien que debe seguir produciendo. Segundo, planificar el desarrollo residencial limitando la especulación inmobiliaria y asegurando que el crecimiento urbano sea compatible con el entorno rural. Tercero, reducir el impacto sobre las características naturales del espacio, estableciendo límites al crecimiento desordenado para mantener la calidad de vida de los habitantes.
El estudio también destaca que estos problemas son comunes en la mayoría de las ciudades de la región. Los municipios enfrentan dificultades para gestionar la administración de impuestos y tasas; carecen de información completa sobre los costos de expandir los servicios urbanos, y tienen regulaciones poco claras sobre el uso del suelo. Además, en estas nuevas zonas urbanizadas, los servicios básicos como calles, agua potable, cloacas y desagües son inadecuados o están incompletos.
Esta investigación sobre la relación entre lo urbano y lo rural ayuda a comprender cómo se organiza y administra el territorio, que al decir de los autores “son productos que reflejan los valores y supuestos de una cultura determinada”.