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Mons. Castagna: "La familia ha dejado de ser transmisora de la fe y cuna de santos"

La Transfiguración.

Se produce aquí un hecho espectacular, que Jesús prohíbe revelar hasta después de su Resurrección. Es el de la transfiguración en el elevado monte Tabor.

A medida que se aproxima el momento culminante de la crucifixión, el mismo Jesús se ocupa de preparar el ánimo de estos Apóstoles, columnas de los Doce: Pedro, Santiago y Juan. En las diversas exégesis, relacionadas con los textos bíblicos del Nuevo Testamento, la transfiguración viene a prevenir el llamado «escándalo» de la Cruz.

No obstante -Cristo condenado ya a la crucifixión- estos mismos hombres, excluido Juan, sucumben ante el aparente fracaso de su Maestro. La sensación de fracaso, pone a dura prueba la fidelidad de aquellos principales discípulos.

El joven Juan, se distancia de sus condiscípulos, asistido por un amor fiel e inquebrantable a Jesús, con María, la Madre de Jesús, Magdalena y el pequeño grupo de mujeres, que arriesga la vida en el acompañamiento del Señor, hasta la Cruz.

En Cristo se cumplen la Ley y los Profetas.

Jesús demuestra que en Él se cumplen las profecías y lo señalan como el Mesías de Dios.

El marco referencial es sobrecogedor, de allí la reacción de Pedro: «Señor, ¡Qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías» (Mateo 17, 4). De inmediato Jesús los hace descender a la cruda realidad.

Deben guardar la noticia de ese acontecimiento, hasta la Resurrección, incluida la voz del Cielo que lo acredita.

La Cuaresma nos da espacio para pensar y vivir la fe. Es peligroso reducir el tiempo litúrgico más fuerte a una instancia religiosa meramente formal, que poco influye en el entramado social de nuestro pueblo.

Es preciso renovar el espíritu evangelizador, en favor de una sociedad pluricultural, entablando un diálogo abierto con quienes atraen el interés de muchos bautizados, hoy descreídos.

Me refiero a quienes hoy ceden ante la andanada ideológica de un mundo tironeado por la incredulidad. Es la gran misión y tarea de la Iglesia, enraizada en Cristo y abierta al mundo, por quien el Señor derramó su sangre. A ese mundo tiene que llegar la gracia del Evangelio.

El debilitamiento de la fe bautismal.

Se ha producido un debilitamiento de la fe. Es fruto de la ausencia, casi total, de la práctica religiosa.

Un mínimo porcentaje de bautizados se proclama «practicante», y parece no inquietarse demasiado por quienes no lo son. La desconexión, de la Palabra de Dios y de los sacramentos, constituye la causa profunda de la falta de fe religiosa y de su ingravitación en el comportamiento ético y moral de muchas personas, confesadas públicamente como «católicas».

Todo el mundo lleva a bautizar a sus hijos, y muy pocos se esmeran en que, esos bautizados, sean educados y vivan como cristianos. La familia ha dejado de ser transmisora de la fe y cuna de santos.

Allí está el origen de la incredulidad contemporánea. Un enorme desafío para la pastoral de la Iglesia. El mal no está en sus consecuencias, sino en sus causas.

El mismo celo, que animó a los Apóstoles a cristianizar al pueblo judío y al mundo pagano, debe hoy animar a la Iglesia para reconvertir a los bautizados sin fe. ¿En qué consiste ese celo? En presentar a Cristo resucitado como el único Salvador del mundo.

San Pablo crea una pastoral adecuada para enfrentar a la gentilidad. Es un modelo para la Iglesia contemporánea.

Dios se ocupa de la humanidad.

La transfiguración constituye una especial instancia, en vista a la misión de aquellos hombres. Deben transmitir, con la palabra y el testimonio, la Buena Noticia de que Dios se ocupa de la humanidad.

Los estragos del mal ponen en riesgo la vida de los hombres. La indiferencia y la violencia producen ese peligro. Dios ama al mundo y acude a resolver sus graves conflictos. Lo hace mediante la Encarnación de su Hijo divino.

La transfiguración viene a ser la prueba anticipada de la divinidad de Cristo y, por ende, de la trascendencia de la misión apostólica.

En la escena, aparecen dos conspicuos representantes de la Ley y de los Profetas: Moisés y Elías. Nada queda al margen, como si no tuviera importancia, o la tuviera menos.

La gracia de Cristo, al brotar del misterio de la Encarnación, muerte y Resurrección, afecta todo lo humano, lo redime del pecado y lo transfigura.

*Homilía del domingo 5 de marzo.

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HOMILÍA MONS. CASTAGNA

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