La moral cristiana no coincide con la del mundo, expresa Mons. Castagna, al comentar el Evangelio del 7° domingo durante el año.
El comportamiento cristiano no coincide con los parámetros éticos del mundo, expresa el arzobispo emérito de Corrientes, monseñor Domingo Salvador Castagna, al comentar el Evangelio del 7° domingo durante el año, donde el evangelista Lucas dice que las expresiones de Jesús: "Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian, bendigan a los que los maldicen, rueguen por quienes los difaman", aparecen como provocativas y escandalosas, para la mentalidad de gran parte de la población. Monseñor Castagna ofrece este comentario como sugerencia para la homilía del mencionado domingo.
Texto de la sugerencia homilética
-El tema central de la moral es el amor. El comportamiento cristiano se constituye en la antítesis del pecado. No coincide con los parámetros éticos del mundo. Trasciende sus mejores términos y los ajusta a los criterios expresados en las bienaventuranzas.
En este texto, San Lucas expone el tema central de la moral y de la ética, que debe regir la conducta humana: el amor. Descuidándolo se imposibilita todo progreso humano auténtico. El odio destruye la vida e impide su normal desarrollo. No se lo suprime con la represión más severa, sino con su antídoto natural: el amor.
Las expresiones de Jesús aparecen como provocativas, hasta escandalosas, para la mentalidad que domina a gran parte de la población: “Pero yo les digo a ustedes: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Bendigan a los que los maldicen, rueguen por quienes los difaman”.
-Recomponer la moral personal y social. Es el costo para erradicar de la sociedad el odio y la violencia. Lo pagó Dios mediante la crucifixión y muerte de Jesucristo, su Divino Hijo. De esa manera dejó despejada la única senda de acceso a la salud, perdida por causa del pecado. Su enseñanza, aunque de una radicalidad que estremece, es la verdad que necesita el mundo actual para frenar la espiral de la violencia, en la que está involucrado.
La predicación apostólica, fiel continuidad de las enseñanzas del Maestro divino, abunda en el mismo sentido: “No te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien”. (Romanos 12,21) Pero, ¡qué imposible es “para los hombres” recomponer la moral o la ética cuando se ha llegado a tal grado de deterioro! Es oportuno recordar la afirmación del Arcángel Gabriel a María: “…porque no hay nada imposible para Dios”.
Debemos repetirnos hoy lo mismo, aplicado a la situación humanamente caótica, que pone a la humanidad al borde de su extinción. Sin pretender asustar a nadie con apocalípticos anuncios, sería irresponsable disimular el peligro.
-Necesaria preparación para recibir la Palabra. La palabra evangélica siempre viene al encuentro del mundo para liberarlo del pecado. Es preciso limpiar las mentes de los contaminantes causados por el pecado, para que éste sea definitivamente erradicado. Causa tristeza la pérdida del sentido del pecado, en una sociedad en la que todo es igual, como en los cambalaches, y que algunas expresiones del pecado son tomadas a la chacota, dándoles lugar privilegiado en ciertos medios de comunicación. Se vulgarizó el tango de Discépolo y su "filosófica" conclusión: “Todo es igual, nada es mejor”.
La evangelización tiene por delante una ardua tarea de esclarecimiento y purificación. Para llegar al anuncio explícito, se requerirá un preevangelizador esfuerzo. Para entender y recibir la Palabra de Dios hará falta la acción precursora de quienes se dedican a la educación inicial, media, universitaria y popular. Es la metodología de Dios, comprometiendo el ministerio de los auténticos profetas, hasta la aparición de San Juan Bautista. No podemos anunciar a Cristo, la Palabra encarnada, sin preparar a sus destinatarios, mediante un vigoroso esfuerzo multidisciplinar.
-La acción precursora de los mejores. Esa preparación incluye la eliminación progresiva de los elementos que enferman el alma del pueblo. Es imprescindible identificarlos, tarea relativamente fácil, ya que todo -más lo malo que lo bueno- obtiene un nivel explícito de exposición, a veces intencionalmente publicitado. El empeño de los mejores -educadores, políticos y comunicadores- puede y debe ser cauce y orientación para las instituciones de mayor gravitación social. La Iglesia, por razones de innegable trascendencia, no puede eludir su grave responsabilidad.+