Se fue Cyn, un animal periodístico y ejemplo de solidaridad y lucha. La de los títulos justos, el compromiso social y un inquebrantable sentido de la justicia. Nuestra querida colega, compañera y amiga.
La puta que lo parió, Cynthia. Te vas a enojar, no nos vas a perdonar que escribamos esto y les contemos a todos sobre vos. Si siempre elegiste el anonimato y miraste con recelo los reflectores que en esta profesión a muchos encandilan. Las palabras sobran y faltan, se amontonan en los dedos, pero hacen fuerza para no salir. Pero la cursilería quizás sea un pecado obligatorio en estas circunstancias.
La especialista en Interior, la que conocía el nombre de ese paraje que nadie nunca escuchó siquiera nombrar y sabía quién era su intendente, por qué ruta se llega y cuándo celebra su fiesta patronal. La que encontraba esa nota increíble y lograba entrevistar a un tipo que vivía en un pozo sin señal. La de las comas perfectas, el título certero y el dato fresco conseguido justo antes del cierre.
La perfeccionista, la que pedía insistentes disculpas por su "grosero" error: unas comillas sin cerrar. La de la puntualidad suiza, y la que salía dos horas después con tal de no dejar un dato sin chequear. La que sabía de elecciones, frentes políticos, concejales, celebraciones religiosas, incendios, inundaciones.
A la que no se le escapaba la señora que cumplió 100 años en Concepción o el alumno de la isla Apipé que fue reconocido en un concurso nacional. La que hablaba con el juez, con el intendente, el concejal y con el peón. La del compromiso social, la apasionada, sin horarios ni peros. Un animal periodístico.
Pero tu talento periodístico es una anécdota, una minucia al lado de tu grandeza personal. Siempre fuiste la de las notas impecables y las comas perfectas, la de los títulos certeros. Pero, principalmente, fuiste arquetipo de solidaridad y lucha. La que ponía la cara por sus compañeros, por el que se estaba jubilando y por el nuevo. La que se le plantaba a los injustos y sus lacayos, la que luchó por todos, igual o más que por ella misma.
La que sabía cómo estaban los de su alrededor, todos y cada uno. La que peleaba por ellos sin medir el desgaste y el cansancio. La que no aceptaba un no cuando ofrecía su ayuda y a la que tenías que obligar a dejarse ayudar. Ella podía con todo.
Nadie que te haya conocido pudo darse el lujo de no quererte, respetarte y admirarte profundamente. No quisiste, pero fuiste ejemplo de trabajo, responsabilidad, dedicación y excelencia periodística. No lo buscaste, pero fuiste paradigma de compañerismo, protección y empuje. Te incomodaba, pero fuiste también fuente de consulta y una cantera de sabios y justos consejos.
Sin exageraciones ni condescendencia, fuiste la mejor de todos. Sin un cargo jerárquico, que merecías de sobra, fuiste siempre autoridad. Mimaste a todos y minimizaste siempre los reconocimientos con ocurrentes salidas cargadas de humor y acidez. Nos diste siempre la mano, pero siempre; y no nos fallaste, nunca.
Nos quedan los recuerdos: los felices, los difíciles, los de la lucha. Nos quedan las anécdotas, tu reacción a los chistes sobre chaqueños habiendo nacido –orgullosamente– en Charadai. Quedan las horas de redacción, las juntadas extradiario que tardábamos meses en coordinar, pero que finalmente salían y no queríamos que se terminen.
Sin ánimos de ser autorreferencial, me tomo la licencia de recordar acá dos momentos que te pintan entera. El primero, cuando te acercaste a hablarme y romper el hielo el día de mi debut en una redacción. Y la última vez que te vi, en el hospital: no terminé de llegar a tu lado cuando de nuevo decidiste romper el hielo con una sonrisa: "¿Cómo está tu bebé?", me preguntaste.
Así nomás era Cynthia Casco. De todos nosotros, la mejor.
