Fuera y dentro del país de Superman, reina la confusión. Acostumbrados a los ídolos con capa de toda la vida, los líderes populistas que cada vez más dominan la política en demasiadas democracias occidentales están consiguiendo pasar de supervillanos a superhéroes. Y dentro de ese amenazador proceso de transformación, las mismas palabras y los mismos hechos que en un pasado no tan distante habrían provocado indignación, son ahora tan frecuentes que la apatía supera con mayor frecuencia a la reprobación.Tal y como explicaba recientemente el \'Financial Times\', dentro de la actual era política sin consecuencias se está perdiendo por completo la vergüenza. Sobre todo, a la hora de liarla parda sin el más mínimo remordimiento, culpa o sentido de la responsabilidad. Es como si se hubiera hecho realidad el mensaje garabateado en una chaqueta que la primera dama Melania Trump lució a la puerta de la Casa Blanca en 2018: «Realmente no me importa, ¿y a ti?».En este postureo malevo, Donald Trump y su oligarca favorito, Elon Musk, se presentan como superhéroes pero sin dejar de cultivar en ningún momento el arquetipo del supervillano: hombres ambiciosos, con aspiraciones de dominar el mundo, impredecibles, sin ataduras a normas ni reglas. Algo está pasando cuando presumir de ser el malo perfecto para el reparto de la próxima película de James Bond se recompensa con un segundo mandato en la Casa Blanca o con la mayor fortuna del mundo.Gracias a internet, la realidad se sitúa muy, muy por delante de la ficción. Como le gusta repetir a Steve Bannon, otro siniestro personaje de MAGA, la política está aguas abajo de la cultura. Es cierto que toda la vida ha existido un reducto de atención reservado para los antihéroes. Esos Tony Soprano tan repugnantes como imposibles de ignorar. La diferencia es que ahora, más allá de la morbosa ficción, a esta nueva generación de \'Jokers\' obsesionados con la lona del tongo se les valida en las urnas, o en los mercados, y se les recompensa con poder real.