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El gran espectáculo de Trump vuelve a Washington

La ceremonia inaugural de la nueva «época dorada» de América, proclamada con entusiasmo por un Donald Trump triunfante y resarcido, estuvo marcada por momentos de evidente incomodidad, tanto física como moral.Según comentó el nuevo presidente, su esposa, Melania, sufrió mucho con los tacones de Manolo Blahnik que había elegido para la ocasión, mientras que la pamela del diseñador Eric Javits estuvo a punto de salir volando con ella detrás debido al viento generado por el helicóptero militar que transportó a los Biden tras la jura y el almuerzo. «Casi se nos va volando», bromeó después Trump con esa falta de formalismos que tantos adeptos le ha ganado. En el apartado del padecimiento psicológico, fueron fuentes de tensión los durísimos ataques a Joe Biden y su equipo, a los que Trump calificó a la cara, sin reparos, de corruptos, incompetentes e ilegítimos, mientras se veía obligado a seguir con ellos un protocolo diseñado para simbolizar una concordia y continuidad democrática totalmente ausentes en tan solemne ceremonia.Noticia Relacionada Desde el Capital One Arena (Washington) estandar Si «U-S-A, U-S-A»: el frío polar no puede con la euforia Javier Ansorena | Enviado especial a WashingtonEl contraste entre las palabras incendiarias del nuevo presidente y la formalidad, casi afable, de los gestos compartidos –el té en la Casa Blanca, la escolta conjunta al Capitolio, el intercambio de saludos– subrayó el profundo abismo político que se abrió antes y después de Trump, con el interregno anómalo de un Biden ya acabado.La despedida de BidenLo primero que hizo Trump ya de presidente fue acompañar a Biden al helicóptero, montarlo con su mujer en él, y enviarlo a su jubilación, que comienza con un viaje a California. Antes, Biden dio un pequeño discurso a su equipo en la base militar de Andrés. «Bueno todos hemos visto el mismo discurso, y esta claro que vamos a tener trabajo por delante», dijo. A quienes ahora salen del gobierno y a su partido, les dijo: «Dejamos la Casa Blanca pero no dejamos de pelear». El helicóptero se alzó sobre un mar de sillas vacías, en la explanada ante el Capitolio, cubiertas de una fina capa de nieve y de hielo, abandonadas tras los cambios de planes por la ola polar. Todo, todo fue en esta ceremonia excepcional, comenzando por el hecho de que Trump haya vuelto cuatro años después de dejar el cargo. Chocó ver a alguien tan dado al espectáculo grandilocuente, a las superproducciones hiperbólicas, jurar el cargo enclaustrado en un espacio tan reducido, rodeado de frescos, estatuas e invitados, pero el frío en las calles de Washington fue ayer hiriente, de perforar la piel y aturdir los sentidos. Así, aunque Trump fue el protagonista indiscutible, no estuvo solo en el centro de atención. Una distracción a las provocaciones de su discurso —similar al tono combativo de sus mítines— fue la inusual lista de invitados. En un lugar privilegiado, por delante de cualquier político republicano o miembro de su gabinete, se encontraban algunos de los ases de la tecnología: Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos.Trump 2.0Su mera presencia era la demostración de que Trump 2.0 es el mismo, pero evolucionado, con mayores ambiciones y una estrategia más ambiciosa. Rodeado de los titanes de la tecnología, el presidente parecía enviar un mensaje claro: en esta nueva «época dorada» que promete liderar, el poder no solo residirá en la política, sino también en las manos de quienes controlan la economía digital y el futuro tecnológico.El trato de favor a los tecnólogos generó recelos. Los que no cupieron bajo la célebre cúpula del Capitolio, justo debajo del fresco de la Apoteosis de Washington, tuvieron que ser enviados a sentarse en otra sala cercana, mirando a una pantalla, como quien llega tarde a un concierto y se queda atrás. Trump quiso ir a verles, para no comenzar el mandato ya con rencores. Bromeó, dijo que se estaba más calentito en esa otra sala, que los que estaban allí eran mejores, más guapos, más esbeltos. Sonrisas, todo se le perdona a Trump en este regreso victorioso.Las caras de los demócratas eran notablemente serias, mucho más que las de sus contrapartes republicanas. Entre ellas, destacó el semblante de la vicepresidenta Kamala Harris, cuya expresión parecía cargar el peso de un día que podría haber sido el suyo, el día de su juramentación como presidenta. Sin embargo, las urnas –particularmente el contundente resultado del voto popular– habían trazado otro destino. Su rostro reflejaba una solemnidad que evocaba más un funeral, quizá incluso el de su propia carrera política, en lugar de la celebración que los suyos habían anticipado meses atrás.Pero no estaba Trump para llantos. Una de las primeras cosas que ocurrió en Washington segundos después de su jura fue que milagrosamente las banderas sobre la Casa Blanca y el Capitolio se izaron de media asta a asta completa. Estaban bajas por el duelo de Jimmy Carter, que aún dura. Pero Trump y su equipo decidieron que ya no están la capital ni la nación para duelos, sino para celebrar que Trump está de vuelta.

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