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¿Farol de negociador o amenaza real?: el neoimperialismo de Trump agita a Dinamarca, Panamá y Canadá

«Mi estilo negociador es muy simple y directo. Apunto muy alto y luego presiono, presiono y presiono hasta conseguir lo que quiero». Eso escribía Donald Trump en 1987 en su libro \'The Art of the Deal\' (\'El arte de la negociación), cuando se había convertido en la sensación del negocio del ladrillo de Nueva York, su ciudad. Eso fue antes de varias bancarrotas y reinvenciones. La última, la que le ha convertido en el mayor fenómeno político del siglo XXI.Ahora, a punto de iniciar su segundo mandato como presidente de EE.UU., Trump recupera y adapta su propio manual a la política exterior de la primera potencia mundial.Esta semana, el presidente-electo ha redoblado sus amenazas de expansión territorial de EE.UU. a costa de tres aliados: Dinamarca, Panamá y Canadá. En una rueda de prensa desde Mar-a-Lago, su residencia en la costa de Florida, Trump no descartó el uso de la fuerza para forzar una venta de Groenlandia, la isla en el Ártico bajo soberanía danesa; y la toma de control del Canal de Panamá, que EE.UU. devolvió al país centroamericano en 1999 como consecuencia de un acuerdo alcanzado por el presidente Jimmy Carter a finales de la década de 1970. Con Canadá, a la que el presidente-electo califica como «el estado 51º» de EE.UU., Trump busca una anexión, pero no habló de uso de fuerza militar, sino «económica».Noticia Relacionada estandar Si Trump no descarta usar la fuerza militar para controlar Groenlandia o el Canal de Panamá J. Ansorena | Corresponsal en Nueva York El presidente electo de los Estados Unidos también se ha referido al gasto en defensa de la OTAN, la fuerza económica contra Canadá o el cambio del nombre del Golfo de MéxicoLas consecuencias globales de materializar esta voluntad neoimperialista de Trump son difíciles de calcular. Por un lado, podrían justificar y reforzar el ánimo expansionista a otras potencias autoritarias, desde Rusia en el este de Europa y Asia Central a China en el Pacífico. Y, si EE.UU. va de verdad contra sus propios aliados -Dinamarca es miembro de la OTAN, Canadá también lo es, además del mayor socio comercial de EE.UU.- algunos podrían pensar que su situación es débil y plantearse otras vías para su seguridad.EstrategiaLa cuestión, como en tantas otras propuestas de Trump, es cuánto hay de farol de negociador y cuánto de amenaza real. Muchos de los que han estado dentro del equipo de Trump dicen que forma parte de su estrategia negociadora. «Lo que Trump trata de hacer es reforzar los límites del Hemisferio Occidental y defenderlos frente a otras potencias rivales», ha asegurado Alexander Gray, que fue jefe de Gabinete del Consejo de Seguridad Nacional de Trump en su primera presidencia, a \'The Wall Street Journal\'.China y Rusia están en la mirada de Trump cuando habla de Groenlandia y de Panamá. La isla bajo soberanía danesa tiene importancia estratégica en dos frentes para EE.UU.: los ingentes recursos naturales y su posición en el Ártico. El impacto del cambio climático, que ha acelerado el deshielo de la capa congelada que cubre buena parte de Groenlandia, facilitará la explotación de sus recursos, incluidos los minerales raros que son centrales en las industrias tecnológicas. También facilitará la circulación en el Ártico, algo en lo que China y Rusia llevan la delantera. En el Canal de Panamá, Trump critica el poder que tienen compañías chinas, con dos de sus puertos operados por empresas de Hong Kong. Y el presidente-electo comparte la oposición de muchos republicanos de antes y de ahora a ceder ese paso marítimo clave.¿Es el objetivo real de Trump controlar esos territorios? ¿O solo apunta alto, como decía en su libro, y desde esa posición busca conseguir el máximo beneficio posible? Algunos de sus asesores, según el diario neoyorquino, creen que lo que está detrás de las amenazas son logros menos espectaculares: mejores precios para el paso de barcos estadounidenses en el Canal de Panamá, posición prioritaria para el acceso a minerales raros en Groenlandia y mayor presencia militar en bases en la isla del Ártico; y una negociación ventajosa de la política comercial con Canadá, descabezada ahora por la dimisión de su primer ministro, Justin Trudeau, y agitada por las exigencias de Trump.FarolEn el caso de Canadá, la amenaza de anexión suena más a farol que a realidad. El asunto invita a recordar su gran promesa de campaña en 2016, la primera vez que ganó la Casa Blanca: Trump prometió un muro con México para contener la inmigración de indocumentados y, además, lo pagaría el vecino del sur. Ni el muro se construyó -solo una fracción en la frontera- ni México pagó un céntimo.Según una encuesta del mes pasado, solo el 13% de los canadienses ven con buenos ojos una incorporación a EE.UU. como un estado más del país. Y ese proceso requeriría un apoyo popular y político casi imposible, con la aprobación por parte del Senado, de la Cámara de los Comunes y de las diez asambleas legislativas provinciales.Que las amenazas de Trump sean un farol no implica que los afectados se las tomen a broma. El presidente-electo está reforzado por una remontada política nunca vista, por la supervivencia a dos atentados y por una victoria contundente en las urnas. Y con mayoría republicana en las dos cámaras del Congreso de EE.UU. -aunque con las limitaciones de la mayoría cualificada que exige el Senado- y con dominio casi absoluto de su partido. Trump es imprevisible y eso, también, es una de sus bazas en la negociación.

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