A las tres y cuarto, en la orilla del lago Chekha, todos miran al cielo al oír el rugido de un avión de combate. Más allá de este instante, el día transcurre de forma anodina en Sumy. Sumy está a treinta y cinco kilómetros de la frontera con Rusia , donde la región de Kursk, que está parcialmente invadida por tropas ucranianas desde el pasado agosto y es actualmente una de las zonas más activas del frente. En Sumy vivían doscientas cincuenta mil personas en 2021 ; algo más de un tercio huyeron y no han regresado.La amenaza de drones y misiles no es diaria, pero casi; las clases son \'online\' o, a veces, en refugios; hay cortes de suministros puntuales, el GPS no funciona y, a veces, los móviles marcan la hora de Moscú. Con todo, la gente trata de vivir una vida normal y normalmente lo consiguen porque la mayor parte del tiempo no pasa nada: en la avenida Kharkivska, las tiendas y los bares están abiertos, y hay familias con niños y circulan los tranvías, y una anciana vende calcetines de lana en un banco, un hombre hace gimnasia en el parque y otro acaricia un gato.A las nueve menos cuarto del domingo, una fuerte explosión hace temblar los cristales de toda la ciudad; unos minutos después, ya circulan en la red X las primeras imágenes: es un bloque de viviendas y hay fuego en los dos primeros pisos. Nadie dice dónde ha sido; nunca nadie dice nada hasta pasadas unas horas.ATAQUE EN UCRANIA Al menos 10 personas murieron y 51 resultaron heridas en un ataque con cohetes por la tarde contra un edificio residencial en Sumy A. CABRERA/ EFEEl impacto ha sido en un jardín interior rodeado de seis edificios, cerca del lago. A las nueve y media, en la calle que lleva a los seis bloques, hay una ambulancia y decenas de personas observan la tragedia: hay tres cadáveres tapados, y luego traen otro, una mujer, en una manta que hace de camilla. El cráter del misil está a cinco metros de una de las fachadas, y todas las ventanas están arrancadas, también en los pisos más altos. Huele a quemado, y suenan las sirenas y los pasos sobre los cristales rotos y los escombros. A veces se escucha cómo los bomberos derriban alguna puerta por si aún encuentran más víctimas. Hay militares y policías recuperando partes del misil, y las examinan y las fotografían. Los fotoperiodistas fotografían la fachada y los coches calcinados. Algunos vecinos, supervivientes o bien ausentes cuando el impacto, vienen a llevarse cosas de sus casas, y uno lleva a su conejo en una jaula. Hay una mujer que va dando pasos sin rumbo, sola, mirando hacia todos lados.A las once menos cuarto, en la calle principal, han acordonado un espacio alrededor de la ambulancia y allí tienen a los muertos: por debajo de una de las mantas asoma una mano, y aún hay cuatro cuerpos sin cubrir.