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El bombero que casi muere en los incendios en Corrientes: “Sentir que te vas derritiendo es una tortura”

Marcelo Salinas (49) sufrió graves quemaduras al enfrentar las llamas en enero. Estuvo internado y aún le queda seguir la recuperación: “No veo la hora de ponerme el casco y volver”.

Su mujer quiere que cuelgue el uniforme y también le exige que no le transmita la pasión del voluntariado a sus hijos. También su mamá y amigos le aconsejan "tomarse un tiempo", que el susto fue demasiado grande, pero él no quiere saber nada; es más, no ve la hora de volver a manipular la manguera y dar una mano. Marcelo Salinas es un bombero de Corrientes, de Caa Catí, uno de los pueblos donde los focos de incendio que asolaron la provincia litoraleña se hicieron sentir más, y él estuvo allí durante diciembre y buena parte de enero "combatiendo cuerpo a cuerpo y de manera desigual", grafica.

Salinas tiene 49 años y hace 13 que se plegó al cuerpo de bomberos de su Caa Catí natal y desde entonces "esa actividad es primordial en mi vida. Cuesta explicar los motivos", argumenta. Llegó de la mano de su hermano, que está en la parte administrativa en el cuartel pero no es bombero, y desde 2008 su amor por dar una mano se transformó en una pasión "inentendible", como cree Silvia, su esposa y madre de sus hijos, Fernando (20) y Facundo (15). "La entiendo a mi mujer, sobre todo ahora, que casi no la cuento. Estuve ahí de que el fuego me devore, nunca había vivido algo así, tuve mucho miedo".

Los incendios en la provincia de Corrientes fueron uno de los flagelos del verano argentino. El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria realizó un relevamiento en base a imágenes satelitales y estimó que se quemaron más de un millón de hectáreas.

​Se le entrecorta la voz a Salinas. "Dan ganas de llorar, Fue una pesadilla y estuvimos muy solos... El gobierno nacional con sus envíos, el ministro de Ambiente y el presidente llegaron demasiado tarde... ¿Por qué? Porque no dimensionaron nunca lo que sucedió, tienen una mirada muy superficial y ajena".

La pesadilla de las llamas

El 22 de enero, Salinas y su familia vivían un día relativamente tranquilo, esperando a la noche asistir a la graduación de Fernando, el hijo mayor, que se recibía de técnico en seguridad vial, evento para el que toda la familia estaba ilusionada. Pero a media tarde la alarma del Departamento de Bomberos de Caa Catí sorprendió a todos... sembró las dudas. "Voy a ver de qué se trata, amor, y vengo rápido... Esta noche será inolvidable", se despidió Marcelo de su mujer.

"Cuando me presenté en el cuartel nos dijeron que el fuego se había expandido en los campos y estaba a unos tres kilómetros de la entrada al pueblo. Debíamos frenarlo cuanto antes".

Junto a ocho bomberos, Salinas llegó a las afueras del pueblo y, efectivamente, el fuego estaba endemoniado. "La sequedad de campos, plantaciones y bosques nativos avivaron las llamas que, en un principio parecíamos controlar con el agua, cada uno de nosotros desde distintas posiciones", relata.

Hasta que un inesperado cambio en la dirección del viento descontroló cenizas y chispas, lo que le tendió una emboscada a Salinas y a su compañero Omar López, que se vieron acorralados, en un callejón sin salida. "Empezaron los gritos desesperados y había que levantar campamento, dejar todo, pero no podíamos, yo no podía, estaban nuestros equipos de trabajo que el fuego estropearía... son carísimos", cuenta.

En fracción de segundos Salinas, en vez de correr, quiso salvar la manguera y ese salvataje le costó que el fuego lo acorralara. "Me quedé paralizado, no encontraba salida, las llamas de 20 metros de altura parecían tsunamis de fuego. Por la mente se me pasaron cientos de imágenes: mis hijos, mi mujer, la fiesta de graduación a la que no iría. '¿Me estoy por morir?', pensé. En un rapto de claridad encontré un espacio posible por donde salir: había fuego, pero era eso o nada. Ya durante el día el calor superaba los 40 grados, y en el lugar donde yo estaba era el infierno de 100 grados, el pasto quemado ardía y sentía que me iba derritiendo, una tortura".

No encontraba, describe Salinas, la serenidad necesaria para ese momento bisagra. "Pensaba en las lecciones de mis superiores, en lo vital y tan difícil que es mantener la frescura en situaciones tan extremas, pero no lo conseguí, estaba bloqueado y nublado. Igual pude salir por un espacio que vi pero me caí y me descompensé. Estuve tirado un ratito, me levanté porque sentía las llamas que me perseguían, pero no podía recuperarme. Hice un intento más y zafé de milagro".

Fotógrafo freelance y auxiliar en una escuela, Salinas cuenta que "los dolores y la quemazón aflojaron pero los médicos me dijeron que la recuperación sería larga. Al principio me hablaron de un año para dejar que se reponga la piel y el cartílago, pero ahora me dijeron que estoy mucho mejor, de hecho me habían comentado que me harían injertos pero al parecer no serían necesarios. Igual hay que esperar y la espera me vuelve loco. Imaginate lo que eran ver las imágenes terroríficas por televisión, mis compañeros que llegaron de distintas ciudades exhaustos y yo tirado en una cama sintiéndome el peor de todos".

Repasa la secuencia de aquella tarde del 22 de enero una docena de veces por día y la conclusión siempre es la misma: "Tendría que haberme ido con mis compañeros, pero en ese momento siempre pensás que tenés cinco, diez segundos más para agarrar los instrumentos; claro que no estaba en los planes la gravitación del viento".

La distancia le permite admitir que "por más años que tengas, por más experiencia, el fuego es traicionero, más en un ambiente como el de nuestra provincia. Yo aprendí de esta paliza, fue una lección y por supuesto que tomé nota para no volver a sentir la impotencia y la frustración".

El ADN del bombero

Volver a ponerse la indumentaria de bombero y rescatista desvela a Salinas, que reconoce que "el miedo lo tuve y lo acepté, pero no me cambia la manera de sentir mi vocación. Sí debo entender que tengo una familia que se preocupa y que preferiría que yo me retire... Es cierto que estoy algo pesado, con 108 kilos si bien tengo movilidad, quizás me canso más rápido. Tengo que hablar con mis hijos, con mi mujer y decidiremos lo mejor para todos. Pero el bombero tiene un ADN que nadie comprende. Cuando todos corren para escaparse del fuego, nosotros estamos entrando".

No se siente un héroe, para nada, y si bien goza del "respeto y la admiración de buena parte del pueblo, siempre llegan más las críticas que los elogios. No es fácil ser bombero: si apagaste el incendio, era lo que tenías que hacer, pero si no pudiste hacerlo o te lleva más tiempo, llueven las críticas porque llegaste tarde o no estás lo suficientemente preparado. Yo sólo les recuerdo a todos los que lean esta nota que no cobramos un peso, no tenemos ni un subsidio, todo es por amor al arte".

Cree firmemente Salinas que "es hora de que los bomberos tengamos al menos una jubilación luego de cumplir, como mínimo, 18 años de actividad en el servicio. Es un proyecto de ley provincial que lanzó un diputado correntino y esperemos que se promulgue rápidamente. ¿De qué monto sería? Uno similar al de un oficial de policía de la provincia de Corrientes. Duele mucho ser bombero y no tener aunque sea un seguro por accidente. Tenemos sí un seguro de vida, que se ejecuta cuando morimos. Muy injusto". Fuente: Clarín

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