La comunidad diocesana de Jujuy recordó la vida y obra del padre Tarcisio Rubín, con un triduo y una misa celebrada este 7 de octubre en el cementerio Cristo Rey, de la localidad de San Pedro, donde descansan los restos del religioso scalabriniano. El sacerdote Jorge García Méndez destacó que el proceso de beatificación del «querido misionero» se encuentra en plena etapa de ejecución, para lo cual se continúan recabando testimonios y datos sobre los numerosos milagros que obró el padre Tarcisio.
El sacerdote explicó que se está en plena preparación del Jubileo 2025 y recordó que, en este camino a recorrer, el Papa Francisco quiso que este año esté dedicado a la oración.
«Precisamente, la segunda parte de la novena que estoy preparando para el padre Tarcisio, lo define como un hombre de oración, un mensajero para los sencillos y un sacerdote para los sacerdotes. Ese es el testimonio que narra el padre Luciano Biaggio en el libro donde cuenta la biografía de Tarcisio, para quien la oración fue el alimento de la fe en su expresión más pura, fue un grito silencioso que surgió de su corazón, que creyó y confió en Dios», indicó.
El padre García Méndez aseguró que el padre Rubín vivió «plenamente la oración desde el silencio; confiando siempre en Dios y en la vida que nos da Él, nos enseñó a orar desde la Biblia».
«Desde siempre, las comunidades jujeñas que compartieron un tiempo de vida con el padre Tarcisio Rubín lo definieron como un santo. Aseguraban que el misionero irradiaba santidad, no sólo en sus palabras, sino en la humildad de sus actos, en la entrega sin límite en su servicio a los pobres. Nunca esperó que los pobres llegaran a él, porque él mismo salía a buscarlos», destacó.
«Para muchos trabajadores golondrinas, el padre Tarcisio fue la más fiel compañía. Terminaba la zafra en el norte y los seguía a la cosecha de tabaco, de la uva en Mendoza, de la manzana en Río Negro, a las minas. Recorría miles de kilómetros para encontrarlos y atenderlos, no sólo espiritualmente, sino que, mientras trabajaban, era él quien les preparaba el almuerzo para sus hijos, que durante la zafra aguardaban, por aquel tiempo, bajo la sombra de los árboles», detalló.
El padre Tarcisio Rubín nació el 6 de mayo de 1929 en el pueblo de Loreggia, provincia de Padua, Italia. Fue ordenado sacerdote el 21 de marzo de 1953, en la catedral de la Piacenza. Llegó a la Argentina el 9 de abril de 1974.
En 1975, Dios guió sus pasos hacia el norte argentino. Fue figura preponderante en el establecimiento y organización de los misioneros scalabrinianos en la ciudad de San Pedro de Jujuy, desde donde se canalizaron las actividades para la atención de los migrantes de toda la zona.
A fines de septiembre de 1983, el misionero cayó gravemente enfermo y fue derivado a un centro especializado en Córdoba. Pero desoyendo toda prescripción médica, cumplió el que sería su último sueño: volver a Jujuy.
Al llegar a San Pedro, se dirigió a Libertador General San Martín, pero decidió seguir hasta la localidad de San Francisco, en el departamento de Valle Grande. Al llegar, pidió a la comunidad que preparara todo para la fiesta patronal que se aproximaba (el 4 de octubre, día de San Francisco de Asís), y decidió subir los cerros para a visitar a las familias de Alto Calilegua.
Nunca se rendía ante los desafíos, ni siquiera en vísperas de su partida definitiva. El 2 de octubre, la directora y un grupo de alumnos de la escuelita de Alto Calilegua fueron a recibirlo a la entrada del pueblo. Luego de celebrar la misa a las 21, se retiró a orar a la capilla. Al día siguiente, el 3 de octubre de 1983, los niños encontraron su cuerpo sin vida, tendido frente al altar.
Fue difícil el descenso: algunos hombres hicieron una angarilla, donde colocaron el cuerpo para bajarlo desde el alto. Luego, los sacerdotes, al tomar conocimiento del deceso, realizaron las gestiones para su arribo a San Pedro de Jujuy, donde fue despedido por sacerdotes que llegaron de distintas partes del mundo.
Sus restos fueron depositados en la parte lateral del altar de la capilla del cementerio Cristo Rey.
El padre García Méndez afirmó que «la imagen del misionero sigue siempre presente en la mente y en el corazón de las comunidades, que rezan para que pronto sea beatificado».