Los aceite sanadores ya eran nombrados por Marcos, discípulo de Pedro, que registra que Jesús pidió a los Apóstoles que usaran aceite para hacer curaciones milagrosas. En ese marco, Jesús llamó a los doce y comenzó a enviarlos de dos en dos, a predicar el Evangelio y a sanar, dándoles autoridad sobre los espíritus impuros.
La curación fue a través de la aplicación de aceite, como se narra en el Evangelio de Marcos 6:13, «ungieron con aceite a muchos que estaban enfermos y los curaron». De allí deriva la tradición de los aceites sanadores.
Existen distintos tipos de aceites sanadores en la tradición católica, pero ¿efectivamente sanan, dónde pueden conseguirse, es posible prepararlos?
Los aceites son sacramentales y han hecho muchas curaciones milagrosas a lo largo de los siglos.
A menudo, se recolectan en las tumbas de los santos, o se crean al poner una reliquia de primera clase dentro de una tina de aceite, o frente a la imagen de un santo. También hay aceites creados con ingredientes de la naturaleza, que han sido recomendados en revelaciones privadas para curar.
Se encuentran los aceites institucionales de la iglesia (bendecidos por los obispos el jueves santo: el Santo Crisma), el Óleo de los Catecúmenos y el Óleo de los Enfermos.
Pero es fundamental tener en cuenta que no es el aceite el que cura, sino el poder de Dios a través de la intercesión de la Iglesia o un santo.
Lo mismo sucede con el agua que brota de la fuente de Lourdes, o en otros lugares de apariciones. Se les atribuyen grandes poderes curativos, pero no es el agua la que sana como tal, sino que la Virgen ha dispuesto esas fuentes para traer gracias, a quién acuda con fe.
Hay una variedad de aceites tradicionales católicos asociados a Santos, con fuertes evidencias de ser sanadores.
Está el famoso aceite de San Nicolás, el santo que dio inicio a la tradición de Santa Claus o Papá Noel, sus reliquias se encuentran en Bari, Italia. Y de su tumba gotea un aceite que se recoge cada año el 9 de mayo y se distribuye entre los fieles.
A veces se lo llama “maná” y, desde hace cientos de años se recoge, se mezcla con agua bendita y se embotella en pequeños frascos de vidrio decorados con iconos del santo, y se da a los fieles.
Algo similar sucede con el Aceite de Santa Walburga. Desde hace mil años, una humedad misteriosa se acumula cada año en las reliquias de Santa Walburga, en la abadía de Alemania donde reposan. Este aceite se considera un signo de su intercesión continua. Se recoge y se da a los peregrinos. Destacando que las curaciones atribuidas a la intercesión de Santa Walburga son abundantes.
Otro es el Óleo de Santa Teresita de Lisieux. Las reliquias de primera clase de Santa Teresita de Lisieux se sumergen en una tina de aceite de rosas, mientras se rezan oraciones de intercesión sobre ella. Este aceite se ha distribuido por todo el mundo y ha sido fuente de milagros.
También está el Aceite de Santa Ana que proviene de una lámpara que se quema frente a la tumba de Santa Ana. Dicho aceite es bendecido por un sacerdote y luego se distribuye por todo el mundo. Muchos afirman curaciones milagrosas a través de él.
El Aceite de San Charbel que se exuda de su tumba en el Líbano, ha producido abundantes milagros atribuidos a la intercesión del santo.
En tanto, el Aceite de Santa Filomena es bendecido cada 10 de agosto, por el obispo local. El aceite está en el Santuario de Santa Filomena, en Italia, donde descansa su cuerpo. El aceite está cerca de sus reliquias cuando es bendecido, y luego se distribuye a los peregrinos. Este sacramental de Santa Filomena tiene una larga historia de interceder por casos desesperados y muchas curaciones.
Y en el jardín del Huerto de los Olivos, en Tierra Santa, custodiado por los frailes franciscanos, dan un pequeño frasco de aceite, como un sacramental para sanaciones, producido por esos mismos árboles que vieron a Cristo sudar sangre.
Y en esa tradición, se suma el aceite que se popularizó por la obra que hizo San André Bessette en Quebec, con el aceite de San José. Este humilde portero de una congregación canadiense es considerado el que ha logrado más milagros por intercesión de San José en cualquier época.
El aceite llegó a sus manos por una revelación privada de San José. La imagen de San José tenía unas lamparitas de aceite, y cuando estas se iban a terminar, San André colocaba ese aceite en un contenedor más grande y rellenaba la lámpara.
Luego envasaba el aceite en frasquitos pequeños y los consagraba a San José poniéndolos debajo del altar pidiendo su intercesión, para luego repartirlo entre los enfermos.
¿Con qué están elaborados?
El aceite que utiliza ingredientes de la naturaleza es el de San Rafael, que consiste en hervir ¼ litro de aceite con 30 pétalos y una rosa completa. Y se debe rezar el credo, tres veces el gloria y la oración siguiente:
“¡Oh Madre de Dios, María Rosa mística! Concédeme junto con el arcángel san Rafael, el ángel de la sanación de Dios, la gracia de sentir un profundo dolor por mis pecados e implorar ante Dios, para que Él me conceda el auxilio divino ante mi actual enfermedad.”
Otro de los aceites populares es el llamado también de San José por el hermano Agustín del Divino Corazón. El cual se hace poniendo siete rosas, azucenas o lirios, y el aceite, frente al altar del santo Patriarca San José. Al pasar los siete días se ponen los pétalos a hervir con el aceite por siete minutos. Y se recomienda rezar la corona de los siete gozos a San José al usarlo y también consagrarse al santo patriarca.
En la época del Covid19 se popularizó también el «Aceite del Buen Samaritano». Se dice que mejora el sistema inmune y protege de infecciones como la gripe y los virus.
Se le llama también «Aceite de los Ladrones», porque está asociado con la leyenda de cuatro ladrones que robaban los cuerpos de las víctimas de la peste bubónica, pero lograron escapar de la infección usando este aceite.
Sus ingredientes son un aceite base, que puede ser oliva, almendra, coco u otro, y 5 aceites esenciales: limón, romero, canela, eucalipto y clavo de olor.
Y aplicando toda esta rica tradición de los aceites sanadores, tú también puedes crear un aceite sacramental. Usa una lámpara de aceite o una llamada vela infinita, cuyo combustible sea aceite de oliva, que recuerda la amarga pasión de Jesús en el huerto de Getsemaní.
Pon la lámpara frente a un altar de Jesús en el huerto, o la Virgen o San José, o de la advocación que quieras; y la enciendes. Luego vacías el aceite en un frasquito y lo llevas a bendecir por un sacerdote, si encuentras uno disponible.