Por Aldo Duzdevich
La mal llamada “Revolución Libertadora” había expulsado a Perón del Gobierno mediante un golpe cívico-militar. El gobierno de Aramburu y Rojas realizó varias purgas internas en el Ejercito para expulsar a los militares nacionalistas cercanos al peronismo.
Pocos meses después, en el mismo barco donde estaban prisioneros, varios altos oficiales tramaron un golpe para desplazar a la cúpula golpista y restituir la soberanía popular convocando a elección sin proscripciones.
Los militares buscaron el apoyo civil entre los grupos de la incipiente Resistencia Peronista. La dictadura había detectado los preparativos de sublevación, pero los dejó avanzar para dar un baño de sangre de escarmiento
La noche del 9 de junio de 1956 se produjo el levantamiento del General Valle, si bien las principales acciones se desarrollaron en Buenos Aires y La Plata, en distintas ciudades del país había grupos revolucionarios esperando la orden de actuar, que se iba a emitir por las radios tomadas por los revolucionarios.
Hubo acciones, en Rosario, La Pampa, Viedma y otras ciudades. Esta es la historia de los sucesos en Rosario.
14 carabinas y un facón contra el 11 de Infantería
En Rosario, la noche del 9 de junio de 1956, el Comisario Ricardo Díaz, luego de informar a sus subordinados sobre la situación, decide encerrarlos en una de las celdas de la Comisaría, y acompañado por el sumariante Cesar Vigil (el único que se suma) carga el “arsenal” de 14 carabinas viejas, para a sumarse a la sublevación del General Juan José Valle.
“Para hacer tiempo con Marcial nos fuimos al cine Ocean, al salir nos encontramos con los compañeros de la célula, estaban todos menos el que tenía que traer las armas, menos mal que Lapettina y su yerno Morales habían traído dos escopetas con bastantes cartuchos, Marcial nos pidió que lo esperáramos y fue a buscar un gran facón que le saco al tío, yo me puse muy orgulloso de él”. Recuerda Juan “Chancho” Lucero.
Los planes para sublevar Rosario
En Rosario, como en el resto del país, el intento del general Valle estaba infiltrado y descubierto de antemano. El plan consistía en tomar el Regimiento 11 de Infantería (que disponía en ese momento de más 700 hombres), la radio LT2 y otros objetivos.
Si bien los jefes de la rebelión eran militares, el General Enrique Lugand y el coronel Carlos Frascogna, la mayoría de los complotados eran civiles, lo que significaba una dificultad no menor, primero porque se trataría de un asalto externo a un regimiento y no del amotinamiento del mismo y, en segundo lugar, porque no se contaba con armas suficientes para hacer frente a tamaño desafío.
Allí es cuando entra en escena el Comisario Díaz, asegurando que pondría a disposición las catorce carabinas pertenecientes a la Comisaría 16, dependencia policial a su cargo ubicada en Tiro Suizo. Con ese pequeño “arsenal”, sumado a las armas que cada uno de los participantes aportaría y la fe imbatible que los movilizaba, los insurrectos rosarinos daban por ganada la partida.
Rosario, la vieja capital del peronismo
Hubo una época en que Rosario era un bastión del peronismo. Durante los días septiembre de la mal llamada revolución libertadora, Rosario fue una de las pocas ciudades donde el pueblo peronista dio pelea en las calles.
En su libro “Memorias de una muchacha peronista”, Berta Temporelli rememora:
“¿Qué llevó a esos hombres a pintar ‘Los yanquis, los rusos y las potencias reconocen a la libertadora, Villa Manuelita no’? ¿Qué hizo que esas mujeres tuvieran la valentía de desafiar a las fuerzas represoras, desprendiendo sus blusas, dejando los pechos al desnudo al grito de “tiren”? ¿Quiénes eran esos seres anónimos que protagonizaron aquellas jornadas que pasarían a la historia? Eran mujeres y hombres que por primera vez habían sido dignificados como personas con derechos, y ahora demostraban lealtad a sus líderes, a Perón y Evita”.
“El testimonio de José Mármol, es un ejemplo vivo de ese coraje: “Alrededor de las cuatro de la tarde, las tropas venían tirando desde un camión. Yo había puesto, en una columna de Ovidio Lagos y 27 de febrero, los estandartes de Perón y de Evita. Entonces, volví a subirme a la escalera, me envolví con una bandera argentina y los esperé gritando: ¡Viva Perón, carajo; la puta que los parió!”. Me dispararon un balazo en el hombro derecho, cerca del cuello, y quedé tendido en la vereda”.
El contacto con el general Juan José Valle
Recuerda Lucero: “En diciembre de 1955, nos reunimos con el General Juan José Valle. El contacto lo realiza nuestro jefe civil en Rosario cuyo apellido era Piacenza. La reunión se hizo en un lugar cerca de la calle Zelaya en una casilla de esas que usaba el ferrocarril, el dueño era un compañero de apellido Duclo. Estaban: Piacenza, el General Lughan, Don Victorio Cardinali, Duclo, el General Juan José Valle y yo. No perdí detalle de todo lo que se dijo. ‘Si llegamos a triunfar tengamos siempre profundo respeto por los prisioneros – dijo Valle – el amor debe primar por encima de los odios’. Recuerden cuando suene la hora, nuestro santo y seña será: ‘A la madrugada se cortan las frutas’ y cuando lleguemos al lugar de los hechos, donde habrá soldados en diferentes guardias y suboficiales comprometidos la consigna será ‘San Juan’. Desde ahí continuamos organizándonos con mucho más entusiasmo convencidos de que triunfaríamos y traeríamos a Perón de vuelta a la Patria”.
“A la madrugada se corta la fruta”
Algunos jóvenes comenzaron a recorrer los barrios pasando un mensaje en clave: “A la madrugada se corta la fruta”. La insurrección estaba en marcha en todo el país.
Sigue recordando Lucero: “Finalmente en junio llegó la consigna, yo estaba acompañado de mi amigo Marcial Martínez, quien no participaba de las reuniones porque era muy chico, tenía 16 años y yo 18. Pero Marcial se las aguantaba más que yo, un compañero, muy pobre, huérfano desde muy niño, reservado, solidario, valiente, de los mejores. Las armas prometidas no llegaron; Scaramuccino era el nombre del responsable de traerlas, muchos años después supimos que escondió las armas y se fugó a las islas, en realidad se cagó.”
“José Menéndez se puso al frente del grupo, era obrero y trabajaba en la misma fábrica con mi hermano, paramos un camión y nos fuimos a la Central de Teléfonos de la calle Salta, ahí quedó Poroto González que era de otra célula, en el mismo camión me fui a tomar otra central telefónica, lo mismo hizo el compañero Bonamelli que tomó la que estaba en calle Baigorria. Cuando llega la Gendarmería a la central telefónica con Marcial quisimos resistir con nuestras escopetas, pero la Gendarmería tenía fusiles FAL y ametralladoras PAM. Los compañeros Menéndez, Lappetina y Morales con más criterio y experiencia nos disuadieron”.
A las 23 horas, el grupo de Díaz, se apodera del predio donde se hallaba la antena de LT2, dejando ir al casero y a su familia. Instantes más tarde, LT2 empieza a propalar la proclama del hasta el momento, ignoto Movimiento de Recuperación Nacional: “Las horas dolorosas que vive la República, y el clamor angustioso de su pueblo, sometido a la más cruda y despiadada tiranía, nos han decidido a tomar las armas para restablecer en nuestra patria el imperio de la libertad y la justicia al amparo de la Constitución y las leyes…”.
Al día siguiente, el parte oficial del Ejército describe el operativo represivo destinado a recuperar la antena: “Una maniobra de pinzas realizada por un grupo de efectivos de esa fuerza, a cargo del Capitán Pizzi, y por un escuadrón de Gendarmería a cargo del comandante Guillermo Rosbaco”.
Los insurrectos, con el comisario Díaz a la cabeza, junto a Lopícolo, Putero, Jurjo, Marinaza, entre otros, resisten la embestida durante más de dos horas. Pero empiezan a llegar las noticias del fracaso de la toma del Regimiento 11, sumado a la recuperación por parte del Ejército de la central telefónica Sarratea, ocupada previamente por el grupo de Lucero y de Marcial Martínez. Finalmente, cuando los insurrectos se enteran de la derrota del alzamiento en todo el país, deciden emprender la retirada. Seis de ellos son apresados al instante, y el resto en los días subsiguientes. A las 2:30 horas del domingo 10, LT2 enmudece y deja de transmitir la proclama revolucionaria.
Frustrado intento en el Regimiento 11
Mientras que en LT2 el comisario Diaz y sus catorce carabinas dieron dura pelea durante dos horas, en el Regimiento 11 no hubo lucha. El diario El Litoral en su crónica relata: “Pintorescos hechos, casi risueños, por la credulidad de unos 20 ciudadanos, ocurrieron en esta ciudad, luego que por LT2 se difundiera la exhortación de que el pueblo saliera a la calle y se reuniera en el Regimiento 11 de Infantería que había sido ocupado. Los aludidos se dirigieron a esos cuarteles, donde en efecto se los recibió de inmediato, pero nada más que para remitidos detenidos e incomunicados a la jefatura de policía.”
“Uno de los desencantados fue el doctor Celio Ferruccio Spirandelli el ex intendente de esta ciudad el que concurrió a presentar sus saludos al general Lugand a quién daba como jefe del movimiento sedicioso. Otro caso fue el de un tranvía de la línea 18 que apareció durante la madrugada en la zona sureste llevando gente para los cuarteles, el coche fue copado por la policía y conducido hasta la jefatura donde se alojó su pasaje de unas 60 personas”.
Luego el diario da una extensa lista de cerca de 200 detenidos en Rosario.
Los para nada risueños fusilamientos
El diario El Litoral omitía en la “pintoresca” descripción de los hechos, que esa misma noche por un decreto nacional, previamente redactado, se impuso la Ley Marcial en todo el país autorizando el fusilamiento de los sublevados civiles o militares.
La noche del 12 de junio, Ricardo Díaz es atrapado junto a Vigil en las inmediaciones de la yerbatera Martín, y remitido a la Jefatura de Policía. Allí esperan más de 400 detenidos, 21 de ellos sujetos a la Ley Marcial.
La misma noche, estos últimos son llevados al Regimiento 11 para ser fusilados. El destino, o mejor, las internas al interior del Ejército habrían de frenar lo que parecía inevitable.
Recuerda Juan Lucero: “Llega un ómnibus para trasladarnos al Regimiento 11 de Infantería, El Comisario Díaz hizo una señal como diciendo nos liquidan. Íbamos todos cortando clavos, trataré de recordarlos por sus apellidos: Nicolini, Díaz (el comisario), Martínez, Loppicolo, Putero, Barinaga, Vigil, Scaramuccino, Altieri, mi hermano Lucero, Demarco, Bonamelli, Lappetina, Morales, Jurjo, Mainetti, Piacenza, Menéndez, un motorman de los tranvías que no recuerdo su apellido y yo. El traslado estaba a cargo del capitán Gentille y demoró el traslado lo más que pudo, hizo parar el ómnibus para revisar el motor, el comisario Díaz se dio cuenta, ‘si, funciona bien’ nos dijo, yo no me daba cuenta de nada, solo rezaba. Ahí descubrimos que Gentile estaba haciendo tiempo, no quería fusilar a nadie, resultó ser ‘lonardista”. Tal como se dieron los hechos, esto (la demora) nos salvó la vida”.
Sin embargo, el ómnibus termina por arribar a destino, donde esperaba el pelotón de fusilamiento a cargo del coronel Manni: “Ese nos quería fusilar a toda costa. Es más, ya había pasado Jurjo, que fue el primero en pasar para ser fusilado, y en eso viene corriendo Gentile, diciendo que había llegado un parte anunciando que se había levantado la ley marcial. Gentile no se puede contener y le empiezan a caer las lágrimas y a decir ‘muchachos, se salvaron’, y nos convida con cigarrillos, un paquete verde”.
Quienes no tuvieron la misma suerte fueron el general Valle y veintiocho compañeros de infortunio que fueron fusilados en Buenos Aires. Antes de ser fusilado, Valle dejaría una carta a Aramburu, presidente de facto y responsable de su inminente muerte: “Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mi un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse (…) Nuestro levantamiento es una expresión más de la indignación incontenible del pueblo argentino esclavizado”.
Los partidos “democráticos” apoyan los fusilamientos
En Rosario, los detenidos fueron recluidos en la cárcel la “Redonda”. Mientras tanto las columnas de La Capital consignaban el repudio de las “fuerzas democráticas” frente al intento frustrado: desde el Partido Demócrata Progresista, pasando por la UCR local, el Partido Demócrata Cristiano, el Partido Socialista, la Liga de Estudiantes Humanistas de Rosario, hasta la Unión Socialista Libertaria de la provincia de Santa Fe que se pronunciaba vehementemente contra el “golpe ejecutado por minorías al servicio del dictador prófugo”. En similares términos se expresaba el Partido Comunista, que caracterizaba al hecho como un “contragolpe” y llamaba a los trabajadores a “no dejarse arrastrar por las aventuras”. Ninguno de los comunicados denunciaba el fusilamiento a sangre fría de 29 argentinos.
Por este hecho Juan “Chancho” Lucero estuvo dos años preso. Luego continuó su militancia en la Resistencia Peronista. En 1968 integró, el grupo de las (FAP) Fuerzas Armadas Peronistas de Taco Ralo donde fue detenido. Siendo Diputado Provincial (1973) presidió la comisión investigadora por el asesinato de “Tacuarita” Brandazza. Por esta investigación sufrió varios atentados contra su vida. En el año 1976 fue nuevamente encarcelado y su hija -militante de la UES- de 15 años de edad, fue secuestrada.
Marcial Martínez. igual que Lucero cuando salió de la cárcel, se integró a la Resistencia Peronista. 7 de enero de 1960, Marcial, es cercado por la policía. Le dice a un compañero: “Negro, yo esta vez no caigo vivo, porque no sé, si voy a aguantar la tortura y antes de entregar a un compañero me suicido”.
Y así fue nomás. Cercado toma esa trágica decisión, pero antes escribe en una carta las acciones revolucionarias que lo tuvieron como protagonista y en las cuales toma para sí toda la responsabilidad emergente y libera a sus compañeros de cualquier otra.
Él se pega un tiro de 45 con total tranquilidad; es más, el primer disparo se atascó o no salió y entonces pone una nueva bala en la recamara de su pistola para poner fin a su vida.
Fuentes de esta nota, el libro Memorias de una muchacha peronista de Berta Temporelli; archivo “uno por uno” de Roberto Baschetti, nota de Osvaldo Desmonti, nota de Eduardo Toniolli.
*Autor de «Salvados por Francisco» y «La Lealtad-Los montoneros que se quedaron con Perón»