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J. Ratzinger-Benedicto XVI: la transubstanciación del mundo

 

“Cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios.

Cada uno de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario”

(Benedicto XVI, homilía de inicio del pontificado, 2005)

 

“Jean Marie Barette, más conocido como Papa Gregorio XVII firmó un instrumento de abdicación, se quitó el anillo del Pescador, entregó su sello al cardenal camarlengo

y pronunció unas pocas palabras de despedida.

–Y así, hermanos míos, todo se ha consumado (…). Estoy cierto de que ustedes explicarán adecuadamente lo que ha ocurrido tanto a la Iglesia como al mundo.

Espero que elijan a un hombre bueno. Dios sabe cuánto lo necesitan”.

(Morris West, “Los bufones de Dios”, 1981)

 

Cuando concluía el año 2022, una noticia dio la vuelta al mundo: la partida de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, el primer “Papa emérito” en la bimilenaria historia de la Iglesia Católica. Aún recuerdo la escasa capacidad de creatividad, profundidad y (paradójicamente) actualización de cierta prensa, al reflotar términos caricaturescos que le achacaron desde los años 80’, como “perro guardián”, “Panzer-Kardinal”, o incluso, como diría alguien no sin fino humor, partidario de una suerte de “Retrancandum Eclessiae”. El eminente teólogo y pastor, cuya vida había recibido, en su juventud, los cimbronazos de la Alemania nazi y, en su actividad docente, los convulsionados años 60’, “ya no descendería a la historia”, como él mismo escribió en 1978 al fallecer Pablo VI, quien lo había promovido a arzobispo y cardenal.

Pero tal vez, como en aquel momento que marca la finitud humana que se abre a lo infinito, pocos recuerdan su especial predisposición al diálogo, con firmeza y cordialidad, con intelectuales de la talla de Jürgen Habermas, Julia Kristeva, Paolo Flores d’Arcais o el propio Hans Küng. Acaso sea cierto que Ratzinger confiaba demasiado en que las ideas mueven al mundo y por eso esa especial dedicación suya a la “pastoral intelectual”. En lo que respecta a América Latina, más allá de la incomprensión y los encontronazos con la teología posconciliar en clave liberacionista, en su histórica visita a la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano en Aparecida (2007) ratificó la opción preferencial por los pobres y la riqueza de la piedad popular. Además, Juan Carlos Scannone, sj, insistía en señalar la cordialidad con la cual Ratzinger había saludado a Gustavo Gutiérrez en 1996, en un encuentro de alto nivel, en Alemania, para reflexionar sobre los temas prioritarios de la región.

La transubstanciación del mundo

Tras la muerte de Juan Pablo II, Ratzinger -quien había presidido las exequias y pronunciado una recordada homilía- fue electo como Papa con el nombre de Benedicto XVI. Este nombre fue escogido por San Benito, el patrono de Europa (pese a que el viejo continente se empecina en olvidar sus raíces) y por el rol pacificador de Benedicto XV en la Primera Guerra Mundial.

El gobierno eclesial encabezado por el ex Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, estuvo signado por desafíos, tropiezos y aciertos. Entre los primeros, cabe mencionar la necesidad de afrontar tanto la denunciada “dictadura del relativismo” en el mundo contemporáneo secularizado como los escándalos de los abusos sexuales cometidos por miembros del clero, lo cual mina la credibilidad de la Iglesia. Entre los segundos destacaron la reforma de la reforma litúrgica, los dichos de Ratisbona que escandalizaron a los musulmanes o la imprudente gestión para con los obispos lefebvristas. Entre los aciertos, sobresale la política de “tolerancia cero” para con los pederastas y sobre todo el programa magisterial que fuera a lo esencial, desplegando una reflexión actualizada sobre las virtudes teologales y la solidaridad con la familia humana a partir de promover el desarrollo humano integral. De ahí entonces las encíclicas de Benedicto XVI sobre el amor (Deus caritas est, 2005), la esperanza (Spe Salvi, 2007), la caridad en la verdad (Caritas in Veritate, 2009) y la fe (Lumen fidei, 2013). A esto se sumaría la relevante trilogía de su búsqueda personal (sin carácter magisterial y abierto al debate), del rostro auténtico de Jesús de Nazaret, poniendo énfasis en su vínculo con el Padre, sin lo cual no puede entenderse al Dios-Hombre y la predicación del Reino.

“¿Reformador o conservador?”, le preguntó en 2016 Peter Seewald, a modo de balance, luego de la revolucionaria renuncia (imaginada más de 30 años antes por el novelista australiano Morris West) en la que había emulado a su admirado Celestino V. Según la lúcida interpretación de Giorgio Agamben en El misterio del mal. Benedicto XVI y el fin de los tiempos (2013), el Papa había rescatado la dimensión escatológica/apocalíptica, para el cristianismo y para las democracias occidentales, que habían olvidado la distinción entre poder y autoridad y entre legalidad y legitimidad. A aquel interrogante, Ratzinger, quien vivía en un retiro monacal, respondió con su lucidez característica: “Siempre es preciso hacer ambas cosas. Hay que renovar, por lo que he intentado abrir camino hacia delante desde una reflexión moderna sobre la fe. Al mismo tiempo, se necesita también continuidad; es importante no permitir que se desgarre la fe, que se quebrante”. De manera similar había trazado la hermenéutica que entendía como correcta respecto al Concilio Vaticano II, del cual participó como joven perito y al cual conmemoró en el Año de la Fe (2012).

El diálogo con el referido periodista avanzó sobre otros puntos, declarando que puesto que “Colaborador de la verdad” ya era su lema episcopal y pontificio, “también puede figurar en mi lápida”, dijo Ratzinger. La última pregunta y respuesta revela el carácter de la persona que al finalizar 2022 dejó este mundo, muy alejada de las tergiversaciones mediáticas, volviendo a lo esencial: “Una última pregunta en estas últimas conversaciones: el amor es uno de sus temas centrales, como estudiante de teología, como catedrático, como Papa. ¿Qué lugar ha ocupado el amor en su vida? ¿Cómo ha sentido y gustado usted el amor, cómo lo ha vivido con sentimientos profundos? ¿O era más bien una cuestión teórica, filosófica?”, a lo cual Ratzinger, tímido y valiente al mismo tiempo, respondió: “No, no, de ninguna manera. Cuando uno no lo ha sentido, tampoco puede hablar de él. Lo sentí primero en mi casa, con mi padre, mi madre, mis hermanos. Por lo demás, no me gustaría entrar ahora en detalles personales; en cualquier caso, lo he vivido en diferentes formas y dimensiones. He cobrado creciente conciencia de ser amado y devolver amor a otros es fundamental para poder vivir, para poder decirse sí a uno mismo y poder decir sí a los demás. Por último, cada vez he visto con mayor claridad que Dios mismo no solo es, por así decirlo, un gobernante poderoso y un poder lejano, sino que es amor y me ama; de ahí que la vida deba estar moldeada por él. Por esa fuerza que se llama amor”.

El mismo año del diálogo con dicho periodista, el Papa emérito fue homenajeado públicamente por el Para gobernante, Francisco, al cumplirse los 65 años de la ordenación sacerdotal de Ratzinger. Sus palabras en la Sala Clementina muestran el sentido profundo que le daba a la eucaristía, para cuya celebración había sido ungido:

“Santo Padre, queridos hermanos:

Hace sesenta y cinco años, un hermano que fue ordenado conmigo decidió escribir en el recordatorio de la primera misa, además del nombre y las fechas, sólo una palabra, en griego: Eucharistoùmen, convencido de que con esta palabra, en sus muchas dimensiones, ya está dicho todo lo que se puede decir en este momento. Eucharistoùmen dice un gracias humano, gracias a todos. Gracias sobre todo a usted, Santo Padre. Su bondad, desde el primer momento de la elección, en cada momento de mi vida aquí, me admira, me hace partícipe realmente, interiormente. Más que los jardines vaticanos, con su belleza, es su bondad el lugar donde vivo: me siento protegido. Gracias también por la palabra de agradecimiento, por todo. Y esperamos que usted pueda seguir adelante con todos nosotros por esta senda de la misericordia divina, mostrando el camino de Jesús, hacia Jesús, hacia Dios.

(…) Eucharistòmen: en aquel momento el amigo [Rupert]Berger quería mencionar no sólo la dimensión del agradecimiento humano, sino naturalmente la palabra más profunda que se esconde, que se hace presente en la liturgia, en la Escritura, en las palabras gratias agens benedixit fregit deditque. Eucharistoùmen nos remite a esa realidad de dar gracias, a esa nueva dimensión dada por Cristo. Él transformó en acción de gracias, y así en bendición, la cruz, el sufrimiento, todo el mal del mundo. Y así, fundamentalmente, transubstanció la vida y el mundo; y nos dio y nos da cada día el pan de la vida verdadera, que supera los límites del mundo gracias a la fuerza de su amor.

Al final, queremos entrar en este «gracias» del Señor, y así recibir realmente la novedad de la vida y ayudar en la transubstanciación del mundo: que no sea un mundo de muerte, sino de vida; un mundo en el cual el amor ha vencido la muerte. Gracias a todos vosotros. Que el Señor nos bendiga a todos. Gracias, Santo Padre”.

La despedida

Al finalizar la homilía del inédito funeral en el cual un Papa despidió a su predecesor, Francisco expresó: “(…) Es el Pueblo fiel de Dios que, reunido, acompaña y confía la vida de quien fuera su pastor. Como las mujeres del Evangelio en el sepulcro, estamos aquí con el perfume de la gratitud y el ungüento de la esperanza para demostrarle, una vez más, ese amor que no se pierde; queremos hacerlo con la misma función, sabiduría, delicadeza y entrega que él supo esparcir a lo largo de los años. Queremos decir juntos: «Padre, en tus manos encomendamos su espíritu. Benedicto, fiel amigo del Esposo, que tu gozo sea perfecto al oír definitivamente y para siempre Su voz”. Así se despidió del buen pastor que además había tenido el don de una inteligencia sin miedo, sin fatiga y sin orgullo.

En el vuelo de regreso de su viaje a África en 2023, Francisco se refirió a Benedicto XVI diciendo: “siempre estaba a mi lado, apoyándome, y si tenía alguna dificultad, me lo decía y hablábamos. No hubo problemas”. Agregando que era “una persona tan buena, tan de Dios, casi diría un Santo Padre de la Iglesia”.[1]Esta expresión es en sí misma significativa, porque aproxima a Ratzinger-Benedicto XVI al nivel de figuras señeras del cristianismo, como San Agustín, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo y San Atanasio, que –según plasmaría Bernini con el esplendor del arte barroco– sostienen la Cátedra de San Pedro.

Nadie podría decirlo mejor que el Papa Francisco, rescatando a Benedicto XVI de las apropiaciones “de partido”, de las instrumentalizaciones ideológicas, tanto de las idealizaciones como de las críticas acérrimas. Por eso, al evocar su valiente y humilde renuncia, la cual abrió las puertas a una nueva primavera en la Iglesia, con la gran Teresa de Jesús expreso: “Señor, no nos quejamos porque te lo llevaste… solamente queremos darte gracias porque nos lo diste”. Para el dulce nazareno fueron las últimas palabras de Benedicto XVI, dichas en su lengua materna, compartida con su admirado Mozart, el idioma de su corazón: “Jesus, ich liebe dich” (“Jesús, te amo”).

* Doctor en Ciencia Política (UNSAM-UNR-UCA), coordinador tema “Política” en el Grupo de Trabajo CLACSO. “El futuro del trabajo y cuidado de la Casa Común”. Miembro de la Sociedad Argentina de Teología y del Grupo “Mons. Gerardo Farrell” de Pensamiento Social de la Iglesia.

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