Pasaron 116 años del día en el que ya se anunciaba la inauguración del hotelazo que aún existe en la emblemática esquina, pero cuya “confitería” nada tiene que ver con la de entonces. Cosas del ¿progreso?
Con letras de molde, el diario en el que la tribuna “grita gol los lunes” (Fito Páez dixit, en su Mariposa Teknicolor) decía: “Uno de los mayores exponentes del rápido progreso del Rosario es el número de edificios que vienen erigiéndose en todos los radios de la ciudad. Uno de ellos es el hotel Savoy, de San Martín y San Lorenzo, próximo a inaugurarse y que será el más importante de los que tenemos hasta hoy”.
Y el cronista de entonces, un verdadero reportero gráfico, continuaba su “publinota” contando: “Su propietario, el señor Guillermo Widmer, invitó a recorrerlo, y sin hablar de su majestuosa fachada, notamos que está hecho de tal forma que el sol llega a absolutamente todas sus dependencias, incluso hasta el sótano, asegurando de esta forma la higiene más absoluta.
“Una parte del subsuelo, amplio y ventilado, está destinada a las máquinas de los ascensores, la calefacción de las habitaciones, depósito de vinos y nevera, y la otra parte que da a la esquina es para salón de billares».
“En la planta que está a nivel de la calle está el bar, con entrada por la esquina y otras laterales, donde una orquesta de doce profesores ejecutará música selecta».
“En el interior del edificio se ha colocado la pastelería, con un horno que pesa 35 toneladas.
“En el primer piso del hotel se encuentran las cocinas y un muy amplio comedor, sobre calle San Martín, y en el costado está el salón de fiestas y banquetes, sin una sola columna que moleste y con un espléndido decorado. También allí hay departamentos de lujo para familias, un espléndido “fumoir” y un gran salón para señoras con un piano de cola traído expresamente de Europa».
“En los pisos segundo y tercero se encuentran las habitaciones, todas dotadas de su cuarto de baño particular y con todo el confort imaginable».
“Finalmente viene la terraza, lo más hermoso que pueda imaginarse, pues dada su altura ofrece un panorama encantador».
”Todo el mobiliario viene de la casa Maple & Co. Ltd., de Londres, y su costo es de $ 300.000. La vajilla y la cristalería vienen de París y de Alemania respectivamente”.
Maple, para la mayoría de nosotros, es el envase de cartón inventado en 1911 por Joseph Coyle de Smithers, editor canadiense del diario British Columbia, que nos permite comprar huevos al por mayor; para otros, el zumo del arce y, para los cibernéticos, un lenguaje de procedimientos de programación.
Cumple cien años aquel “Pisito que puso Maple, piano, estera y velador. Un telefón que contesta, una vitrola que llora…”, que escribiera Carlos César Lenzi, con música de Edgardo Donato, en Montevideo, Uruguay, para “dar a luz”, justamente, “A media luz”.
Cuenta la leyenda que todo ocurrió cuando un músico en el uruguayo Palacio Wilson giró la llave que apagaba la araña de luces principal y dijo: “Ahora, ¡a media luz!” Lenzi, invitado a la fiesta privada que amenizaba Donato, recogió la frase y la convirtió en uno de los éxitos del género más grabado en la historia.
Pero volvamos a Rosario y encontrémonos con los muebles de calidad y estilo victoriano y eduardiano, nacidos en la calle Tottenham Court Road, destruida en los bombardeos de Londres, durante la Segunda Guerra Mundial, de la británica Maple & Co. que ahora están, al menos algunos de ellos, en otra emblemática esquina. La que ocupó en un tiempo Gath y Chavez, San Martín y Córdoba, en otro magnífico “Palacio” rosarino, el hoy Victoria Mall.
El magnate inglés Sir John Blundell Maple, que “la vio” y creció exponencialmente al importar madera y fabricar muebles y accesorios destinados a la creciente burguesía de las principales ciudades del mundo, entre ellas, la nuestra, marcó la tendencia europeizante de entonces, desde Suipacha al 600, en Buenos Aires, la “París de América”, cuando debió mudarse porque el anterior local le quedaba chico. Eso fue hasta 1991, cuando el grupo IRSA adquirió el edificio e hizo lo que hace siempre, alquilar espacios a distintas empresas, instalando shopping center pioneros en el formato de showroom.
La principal desarrolladora inmobiliaria de la Argentina hacía en los ’90 su primer gran adquisición y luego de varios intentos de venta, Eduardo Elsztain, logró cerrar trato en casi 7 millones de dólares con la UCEMA, universidad privada nacida en 1978 como Centro de Estudios Macroeconómicos de Argentina, de donde salieron, según palabras del propio presidente de IRSA, “los mejores cuadros directivos del grupo”.
“El pisito que puso Maple” en Corrientes 348, que fue un salón de lustrar, como tango cumple cien años en 2025. Y como todo tiene que ver con todo, también este año se celebra el centenario del nacimiento de un grande, Carlitos (jamás será Carlos, pese a haber llegado a los 97), Salim Balaá, descendiente de un inmigrante sirio y una croata, que pudimos conocer y disfrutar a través de la radio, la televisión, el cine, el circo y el teatro.
El mismo entrañable cómico argentino nacido en el barrio porteño Chacarita, que en una de las tantas giras que hacía junto a Alberto Locatti y a Jorge Marchesini, acertó a hospedarse en el gran hotel de San Lorenzo y San Martín y desde su habitación escuchó al diariero andaluz que había llegado con sus padres en 1910, justo cuando se inauguró el Savoy.
Lorenzo Godino, quien siendo un niño se enfermó y quedó con una sordera crónica, era el canillita solterón que había aprendido el oficio con su hermano y vivía con su hermana mayor en el conventillo que los Rouillón tenían en Balcarce y Jujuy. Ahora los empresarios hacen minimalistas monoambientes o diminutos departamentos de un ambiente…
Godino apenas si podía emitir guturales sonidos, pero eso no le impedía vocear La Capital desde la esquina en la que se instaló, en diagonal al majestuoso hotel. Claro que en su boca no entraba el “Extra, extra!” de los canillitas y sí salía “apeepee”, que hacía que quienes lo conocieran, o se burlaran o lo amaran entrañablemente, según la esencia de cada uno.
Carlitos Balá no sólo bajó a comprarle el diario sino que decidió inmortalizarlo con su “ea ea pepe” que, junto a sus “gestitos de idea” o el genial chupetómetro, consiguió que muchos chicos abandonaran tempranamente el hábito, contribuyendo a prevenir malformaciones bucales. Ahora muchos padres, si los hijos lloran, le enchufan un celular, provocando, sin saberlo, una generación de miopes, amblíopes o tempranos ciegos. Cosas del ¿progreso?