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Rosario sin secretos: hoy un Juramento, ayer nomás, una rendición

 

Parangonando aquella vieja canción que Gardel, Le Pera y Batistella, nos hicieran escuchar alguna vez: “Hoy un juramento, mañana una traición, amores de estudiante, flores de un día son”,  los invitamos a mirar la ciudad con otros ojos.

Aquel suceso que significó la rendición de Leandro N. Alem durante la Revolución Radical, 131 años atrás, sobre los techos del bastión de Tiscornia, hoy alquila espacios para los automóviles que lleguen al microcentro. La playa Juramento, sin arena, mar ni río, nos estaciona en el pasado a través de algunos minutos de lectura.

Los viandantes (familiarmente conocido como peatones) cuando recorremos la ciudad nos encontramos con lugares que alguna vez tuvieron una importancia histórica fundamental y fundacional que, lamentablemente, no solemos rescatar más que en diversas expresiones de amor a Rosario desde distintas plataformas. Esta es una de ellas.

Vecina al edificio del Correo Central, declarado patrimonio de la ciudad, se encuentra una cochera cuya habilitación estuvo paralizada durante largos 14 años por sospechas de cohecho, denuncias cruzadas y hasta “costó la cabeza” de algunos funcionarios del riñón socialista durante la intendencia de Hermes Binner.

Durante años, en su frente, el empresario a cargo de la obra, que luego fue absuelto de culpa y cargo e indemnizado con dinero del erario público, había colocado un enorme cartel a lo ancho de todo el predio con textos que iban desde el preámbulo de nuestra constitución, a mensajes dirigidos con su descargo a los legisladores y funcionarios y también “a todos nuestros habitantes”.

Apostados en la terraza del Café Francais (esquina sudoeste de Laprida y Santa Fe, en diagonal donde hoy está la Municipalidad)

Para su realización hubo que demoler una antigua casona, la de Pedro Tiscornia, rosarino de cabo a rabo, del que hablaremos en otra conclusión histórica de Conclusión.

Pero dejemos las digresiones a un lado, subamos otra vez al DeLorean para estacionarlo en Córdoba al 700 y visualicemos aquel 2 de octubre de 1893, cuando Julio Argentino Roca capturaba al revolucionario radical nacido en Balvanera, Leandro n Alem, como él mismo firmaba sus papeles y hasta imprimía sus tarjetas personales. Cuando se le preguntó el significado de esa n minúscula dijo a su médico y correligionario Martín Torino que era “n de nada”, pero nos animamos a pensar que era un mensaje encriptado donde recordaba a su padre Leandro Antonio Alen, con n, el pulpero y militar argentino, integrante del brazo armado de la Sociedad Popular Restauradora, la Mazorca, que fue fusilado en 1853.

Ya que hablamos de Torino, volvamos a la playa de estacionamiento cuando los hombres de Alem, armados con bombas y fusiles, tomaron la Jefatura de Policía (construida al lado de lo de Tiscornia, antes que el Correo) y lograron hacerse cargo de la ciudad.

Su arenga aún resuena, aunque apocopada, en multitudinarias marchas populares: “Acá nadie se ha rendido ni nada se ha perdido, cada uno a su casa, guardando bien las armas. ¡Qué pueblo este Rosario, que noble pueblo!”

Otra frase de uno de los fundadores del Partido Radical que quedó para la historia y parece tener, con algunas aproximaciones a nuestra hora democrática, cierta vigencia: “He sido pérfidamente traicionado, todos quieren esquivar la responsabilidad y echarle el perro muerto al jefe irreflexivo y precipitado”.

Sin dudas que la democracia, que tanto costó conseguir, es tarea de todos y cada uno, desde el lugar que nos toque ocupar, por humilde que fuera, para preservar la salud social de nuestro noble pueblo, en paz y bajo una misma y soberana bandera, la de los argentinos.

Revolucionarios radicales con una ametralladora Gatling y otros armamentos menores en el patio de la Jefatura Política (hoy Correo Central), esquina Córdoba y Buenos Aires

En el aniversario 216 del nacimiento del maestro uruguayo Marcos Sastre, fundador de la librería Argentina donde funcionó el Salón Literario en el que se conocieron Esteban Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez y otros pensadores de la época, celebremos y pongamos en valor nuestra propia historia urbana.

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