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Rosario Sin Secretos: Tras la humilde capilla, los cimientos de un gran templo

 

El solar donde empezó a construirse la segunda sede de la sagrada imagen de la Virgen del Rosario llegada en 1773 desde Cádiz, España, estaba ubicado en Buenos Aires, alguna vez Calle Real, entre las calles Córdoba y Santa Fe.

El terreno para hacerlo había sido donado por Santiago Montenegro, el mismo que honramos con la plaza que le quitamos a otro Santiago, Pinasco, allí mismo donde se levanta el centro cultural “Roberto Fontanarrosa”, que antes nos recordaba a Bernardino de la Trinidad González de Rivadavia y Rivadavia -los psicólogos podrían decir que el uso de su pomposo nombre y firma podrían haberlo ayudado a superar su complejo de petiso-.

Esto, de alguna manera nos complace porque fue Rivadavia, como secretario de Guerra del Triunvirato, quien cuando se enteró de lo sucedido en la alta barranca de las ceibas aquel caluroso 27 de Febrero de 1812, a las 6 y media de la tarde, le había escrito al creador de la enseña patria: «Haga pasar como un rasgo de entusiasmo el suceso de la bandera blanca y celeste enarbolada, ocultándola disimuladamente».

Menos mal que por entonces no existía internet y Belgrano sólo se enteró de la ira de Rivadavia casi tres meses después, luego de haberla enarbolado nuevamente y jurado durante la fiesta del 25 de Mayo de 1812, celebrada en Salta, adónde lo habían mandado al frente del Ejército del Norte para seguir defendiendo soberanía.

Tamaña «rebeldía» fue amonestada en otra carta del moreno secretario, con una amenaza aún mayor: «El gobierno no hace más que dejar a la prudencia de V.S. la reparación de tamaño desorden, pero debe prevenirle que ésta será la última vez que sacrificará hasta tal punto los respetos de autoridad y los intereses de la nación que preside».

Nobleza obliga, y en honor a la verdad histórica, muchos sostienen que tenemos pendiente sustituir, por la de Martín Miguel de Güemes, la estatua de Rivadavia que está junto a las de Belgrano, San Martín y Moreno, en el conjunto central que luce la Plaza “25 de Mayo”, ubicada justamente frente a la Catedral que celebra el 190º aniversario de su segunda erección.

Atrás quedaba la capilla de tapia de adobe con techumbre de paja que medía 9 por 42 metros a la que había ingresado Manuel Belgrano a manifestar su devoción católica a la sagrada imagen, la misma que hoy todos pueden apreciar al ingresar a su Camarín, por cualquiera de las dos escaleras descendientes. ¡Qué manera singular de convivir con la historia en una escala que escapa a los tiempos para darnos un espacio de común unión y comunión con quien nos hizo Cuna de nuestro máximo símbolo!

En el mientras tanto, las misas se oficiaban en una casita provisoria ubicada en calle Comercio (hoy Laprida) cerca de calle Córdoba. Allí donde tantas líneas de colectivo paran para llevar a los miles de pasajeros diarios de Rosario y que, con el tiempo, fue suplantada por la casa de dos pisos levantada por don Sebastián Gana, uno de los inmigrantes decanos de la colectividad española.

¿Quién era Gana? De buena gana lo contamos gracias a la página que lo tiene como uno de sus ilustres, el Club Español de Rosario.

Este español que vivió en ese lugar cuenta que llegó por vía fluvial, «en momentos espectaculares en que la ciudad sufría esas emociones del choque de las armas. El día de la batalla de Pavón».

Tras desembarcos complicados en Buenos Aires y en el Rosario, reveló: «¡Qué transformación más extraordinaria han experimentado estas ciudades en los años transcurridos! Aquí mismo en donde hoy se levanta la edificación moderna de las calles Mendoza, Córdoba y Corrientes había una magnífica laguna que llegaba cerca del mercado Sur”.

Y confiesa, entre amigos y ante el cónsul de España que fue a visitarlo a su casa: «Me he alejado sin querer del viejo y querido Rosario, cuando había para nuestro solaz un amable jardincito de recreo en la calle Mitre entre Catamarca y Salta. En este jardín hemos paseado nuestras ilusiones. Allí distraíamos el espíritu del trajín cotidiano”.

«Los días festivos íbamos a oír la retreta en el cuartel “1° de Mayo” que estaba entre las calles San Luis y San Juan, a la hora de pasar lista. También íbamos a la plaza “25 de Mayo” a oír música por las noches, los jueves y los domingos. Nuestras diversiones, como ven, no podían ser más inocentes. Teníamos por costumbre, aparte de esto, asistir a las tertulias de los amigos que se celebraban en los negocios. Tomábamos el café, la copita, y, cada cual, establecía su centro de reunión en donde mejor le placía. ¡Cuántas discusiones, cuántos proyectos, qué fogosidad y sobre todo, lo que recuerdo con más delectación es la armonía que reinaba entre todos! Estábamos nivelados por la cantidad de entusiasmo no por el dinero. Había entre nosotros compatriotas de gran fortuna. Antonio Zubelzu era riquísimo. Joaquín Lejarza ayudaba a cuantos le solicitaban algo, facilitaba dinero y medios de trabajar generosa y graciosamente. Juan Canals favoreció e hizo el bien sin mirar a quien”.

También se refirió Gana respecto del hombre que hoy tiene su estatua en la esquina de San Martín y Santa Fe, el hacendado fundador de Colonia Candelaria (hoy Casilda), impulsor del Ferrocarril Oeste Santafesino y primer director del Banco Provincial fundado por Servando Bayo en la época en la que se enseñoreaba el Banco de Londres y era “peligroso” tener moneda propia. En aquella época, el legislador Manuel Quintana que 30 años después llegó a ser presidente de la Nación, aconsejaba al gobierno británico, del que era consultor, bombardear Rosario.

Bernardo de Irigoyen, el socio capitalista que cargó de mercaderías la goleta “Manuelita” para que el tipógrafo Eudoro Carrasco se instalara en el Rosario el 1º de diciembre de 1853 y pudiera abrir la Librería e Imprenta en la calle del Puerto (hoy San Martín), dónde viera la luz, 14 años después, el diario La Capital, asociado a Ovidio Lagos, su compañero de tareas en la imprenta oficial del Estado de Pedro de Angelis; ese mismo Bernardo de Irigoyen que también vivió en Rosario, fue quien impidió el bombadeo.

Todavía Rosario le debe la nomenclatura de una calle en su recuerdo…

Volvamos al recuerdo de Gana: «Carlos Casado era el tipo representativo español; el arquetipo. Un individuo enormemente emprendedor que tan pronto disponía de cinco millones de pesos como se quedaba sin nada, listas alternativas, las causaban su natural disposición para acometer empresas que nos dejaban estupefactos, y las épocas difíciles que se atravesaban de crisis locales. Era hombre de ocurrencias geniales. Había terminado los estudios de marino mercante y sus aficiones náuticas y sus rasgos desprendidos le llevaron a España para asistir a las pruebas del submarino Peral. A un ex-marino como él, de ideas elevadas, lo que le faltaba era navegar por debajo del agua”.

«Seguramente aquella época era de más ilusiones, lo creo así por la cantidad de proyectos. ¡Las redes que habremos tendido de ferrocarriles y el entusiasmo que habremos derrochado para construir el puerto de Rosario! Porque aunque no lo hayamos hecho; nosotros empezamos».

Un lujo de texto que quiso, la Providencia, que encontráramos para compartir con todos ustedes. Hasta nuestro próximo Rosario Sin Secretos.

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