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Opinión del Lector

Amenazas digitales ¿Hay estrategias para defenderse?

Euge Murillo

Por Euge Murillo

Entre el hostigamiento digital y el físico empieza a haber cada vez menos distancia, en una atmósfera virulenta la pregunta por cómo defenderse se vuelve determinante. La autodefensa como herramienta puesta a punto por las feminismos en los últimos años se inscribe en un presente que lo arenga como blanco junto a la comunidad LGBTIQ, los movimientos sociales y de derechos humanos.

“Defender atacando es precisamente la afirmación de un derecho injustamente negado”, dice Elsa Dorlin en su libro Defenderse, una filosofía de la violencia (Hekht, 2018), una investigación sobre la autodefensa de poblaciones a las que históricamente se les ha negado -por su raza o por su género- el derecho a defenderse.

La pregunta en relación a la autodefensa engrosa raíces frente a una maquinaria de hostigamientos y ataques bien incurridos por las ultraderechas que se inauguran en el plano digital a través de trolls pero que empiezan a propagarse en la vida física de maneras muy diversas y en distintos niveles. Siempre con los discursos de odio como sedimento ineludible. Con el feminismo, la comunidad LGTBIQ y los movimientos sociales y de derechos humanos como blancos predilectos se activa una maquinaria que va desde las amenazas de muerte en una red social y la exposición de datos personales (doxeo), hasta el acoso y el amedrentamiento físico en la calle y hasta en el propio domicilio ¿Qué hay para defenderse? ¿Cuáles son las estrategias de la autodefensa que tienen lugar en este escenario de ataques odiantes y por qué no podemos escindir este territorio virtual de la atmosfera de violencia que tuvieron el ataque a Sabrina Volke, militante de HIJXS o el triple lesbicidio-de-barracas?

En el último año el Equipo de Invaestigación Política (EDIPO) de la Revista Crisis con apoyo del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), ofrecieron varias coordenadas para empezar a entender cómo funciona la violencia política ejercida por las derechas radicalizadas desde el fin de la pandemia hasta acá. Para un acercamiento a estrategias de autocuidado hay dos de estas coordenadas que resultan un buen punto de partida: una es la plataforma Radar (Registro de Ataques de Derecha Argentinas Radicalizadas) , una herramienta puesta a disposición en septiembre del año pasado, a un año del intento de magnicidio de CFK, que funciona como mapeo colaborativo de ataques desde sectores que apelan directa o indirectamente a la violencia como método de acción política. De marzo de 2020 a julio de 2024 la plataforma -que permite reportar los casos- detectó 279 organizados por sus narrativas de odio y que incluyen ataques a símbolos, lugares y a la integridad física de personas.

RADAR es una plataforma digital que mapea ataques de las derecha argentinas radicalizadas

La otra es una investigación publicada hace dos semanas por el mismo equipo de trabajo que detalla la forma que tienen de operar los grupos de trolls a través de un caso que muestra categóricamente cómo se pasa del plano virtual al real, es decir, cómo se replica el hostigamiento en una red social en la puerta de tu casa. La investigación toma el caso de “una milicia digital de la ultraderecha” que se llamaría KFC en referencia a “Kiosco, Falopa, Coquita”, que tendría a su vez una conexión directa con la Casa Rosada y a una legisladora de la Libertad Avanza como una de sus víctimas.

Monetizar el odio

“Los ataques de la ultraderecha no son nuevos. Sin embargo, ahora la novedad radica en el uso de plataformas digitales que monetizan el odio” dice Inés Binder, integrante del Centro de Producciones Radiofónicas. Para ella el modelo de negocio de plataformas como X o Youtube se sostiene en hipersegmentar a las audiencias y premiar los discursos que generan más interacciones y que son principalmente los discursos de odio: “Hay una infraestructura tecnológica que favorece la polarización y radicalización del discurso público y que, junto a otra serie de configuraciones sociales, políticas y económicas, ofrecen un terreno fértil para la proliferación de la violencia” explica en diálogo con Las12.

Binder señala una desventaja que precede a la cuestión y es que se tiene una mirada de la tecnología ligada a la inaccesibilidad: “Hay algo del pensamiento mítico alrededor de la tecnología que hace que digamos `esto es así` o `es lo que hay`, dando por sentado que no la entendemos y, por lo tanto, no podemos protegernos”. Para ella es ahí donde se encuentra una de las claves, sobre teniendo en cuenta un contexto “de avance de la ultraderecha en donde ya no es válido el `no tengo nada que esconder`” dice. Este no es un dato menor frente a por ejemplo, la creación desde la cartera de Patricia Bullrich de la Unidad de Inteligencia Artificial aplicada a la Seguridad (UIAAS), una patrulla de redes sociales abiertas, aplicaciones y sitios de internet.

A la hora de gestionar una identidad en línea es necesario evaluar los riesgos y ventajas de las decisiones que se toman en relación a si poner un nombre real o no, en qué casos sí y en qué casos no, si apelar a identidades colectivas o individuales, entre otras cosas: “La elección tiene que ser a partir de ese análisis. Los trolls de derecha saben que el anonimato es una estrategia de protección y la usan permanentemente. Esto va en relación a una estrategia de reducción de la cantidad de datos y metadatos que generamos. Inocentemente podemos compartir información que, analizada con detenimiento, puede revelar nuestra ubicación, rutinas, lugares de trabajo o estudio, y dejarnos expuestos a ataques que, incluso, pasen al terreno físico”, explica Binder.

Contraseñas fuertes, configuración privacidad en navegadores, plataformas, teléfonos celulares y dispositivos, cifrado de comunicaciones y compartimentar la información son algunas de las estrategias básicas para la protección de datos. Sin embargo el defender atacando del que habla Elsa Dorlin también puede tener su esquema en el mundo digital: “Se trata de la elaboración de narrativas frente al odio, de bloqueos y silenciamientos masivos, de respuestas coordinadas para retomar el control de conversaciones específicas”, concluye Binder.

La intersección es una organización española que trabaja en la producción contra narrativas al odio, formada por investigadoras, activistas y artistas que hacen análisis digital, testean mensajes y buscan narrativas como la justicia climática y social, la igualdad de género y la diversidad LGTBIQ+; el freno a los discursos de odio y el avance a lo que llaman una internet más libre. A su vez brindan herramientas de cómo funciona el odio en redes y como defenderse.

Salir de las redes

“Te mandan un delivery, montan vigilancia en tu casa o se pasa a la agresión física y eso instaura el miedo y el disciplinamiento” dice Beatriz Busaniche de la Fundación Vía Libre, organización sin fines de lucro dedicada a la defensa de derechos fundamentales en entornos mediados por tecnologías de información y comunicación. Frente al hostigamiento y los ataques digitales ella presenta como fundamental las estrategias de bloqueo y de denuncia, tanto a perfiles en el plano digital como denuncias por vía judicial, pero también pone a jugar una posibilidad que ciertamente genera rechazo: salirse. “Esto es sin duda una consecuencia del disciplinamiento pero me parece importante no llamar a nadie a actos de heroísmo, el repliegue también es una estrategia válida”, explica.

Bajarse de una red social además de ser algo muy habitual puede resolver una parte del problema, pero la semilla de los datos sigue germinando. La pregunta que cabe es si en el territorio digital es posible la conservación de la privacidad o se trata sólo de elaborar estrategias de reducción de daños: “En este sentido para mi hay una doble vía de problema: por un lado la negligencia de las autoridades, incluyendo la ausencia casi total de la autoridad de protección de datos, y por otro lado la masiva exposición de las personas todo el tiempo, incluyendo familias, infancias, etc. La exposición permanente es un problema serio porque deja un flanco muy claro de ataque”, explica Busaniche.

Via judicial

En el código penal hay dos delitos tipificados como amenazas: la primera es la amenaza simple y es cuando una persona genera temor sobre otra; la segunda es la amenaza coactiva e implica no solo una intimidación como puede ser “te voy a matar” sino que viene acompañado de la obligación de hacer tal o cual cosa: “Si no dejás de decir esto te voy a matar”. La primera va por la vía de la justicia ordinaria y la segunda por la justicia federal.

“La particularidad que tienen las amenazas digitales es que en general la persona que amenaza se encuentra en el anonimato”, dice Camila Palacín, abogada de Argentina Humana que lleva varios casos de violencia digital judicializados. Sin embargo este obstáculo no es infranqueable: “Hay técnicas como por ejemplo que la justicia pida a la empresa de la red social el número de IP, se rastrea a la persona y depende el caso o se allana el domicilio o se le realiza una notificación a la persona que realizó la amenaza. Esto no quiere decir que siempre se llegue a este tipo de prueba pero si está cada vez está más aceitado el procedimiento porque cada vez hay más casos, no solamente de amenazas sino de delitos digitales”, explica.

Palacin explica que desde Argentina Humana lograron llevar adelante procesos judiciales de ataques contra Ofelia Fernández y Juan Grabois, pero insiste en que la vía judicial es solo una arista en las estrategias de defensa: “Busca ponerle un freno a las intimidaciones, más cuando son constantes o pasan a un plano físico. También es una estrategia para dejar de estar en el lugar de víctima por un lado y que las personas no se sientan tan impunes detrás de la pantalla”, dice.

Un gran acierto de la autodefensa feminista consiste en lograr hacer cuerpo la idea de que hay un derecho a defenderse y esa capacidad la puede tener cualquiera, la tecnología y la justicia tienden a lenguajes intrincados que es necesario conocer y analizar para hilvanar estrategias de cuidado y de defenesa.

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