Por Edgardo Mocca
Lo que está ocurriendo en la política argentina no tiene el sello del énfasis en los “reagrupamientos internos”, sino que en ellos está esbozado el plano de una discusión muy importante sobre el futuro del país.
Las clásicas miradas anti políticas suelen formular sus críticas a la importancia que adquieren en estos días las batallas internas en los principales partidos y coaliciones que organizan la disputa político-electoral en la Argentina. Es un rezongo conocido que cíclicamente reaparece y tiende a tener mejor recepción popular en tiempos de crisis y padecimientos sociales como los que hoy vivimos. Un problema que tiene esa crítica -fuertemente asentada en “principios morales”- que nunca terminan de explicitarse y que suelen tener en su interior la secreta preferencia por una “política sin partidos”- es que las definiciones de partidos y sectores internas resultan absolutamente necesarias a la hora de organizar la acción de los partidos ante situaciones agudamente críticas como las que vivimos.
Las dos expresiones centrales de estas nuevas “señales de vida” que emiten hoy los partidos políticos argentinos están en la reactivación -con impulsos de unidad interna- que brotan en el interior del peronismo y el estallido terminal de la unidad interna en el Pro. Como se ve, son reactivaciones de diferente signo: en el caso de la derecha -o de un sector importante de ella- tiene el síntoma de la desunión entre las dos principales corrientes que lo componen, las que responden a Macri y las que se encolumnan detrás de la figura de Bullrich. Y la ruptura a la que está dando lugar tiene un claro centro para su interpretación: detrás de las personas que aparecen como portadoras hay una cuestión política que tiene implicancias de Estado: la de la posición de la derecha fundada por Macri, crítica del gobierno de Milei y defensora de la “independencia partidaria ante el gobierno y la que sostiene la afirmación de la unidad de la derecha, expresada en la ministra de seguridad. Es claramente una querella política aun cuando los egos personales jueguen un papel muy importante: no hay querella política que no contenga en su interior un conflicto entre personas. Y el resultado final del litigio puede producir cambios en la relación de fuerza entre quienes se inclinan por la continuidad del apoyo al actual presidente Milei y quienes consideran que ese respaldo puede arrastrar en una eventual situación crítica a todos los que aparezcan en sus cercanías. El desarrollo de esa lucha interna en el PRO puede alcanzar una importancia muy grande en tiempos en que ningún pronóstico político y económico puede prescindir de la amenaza de una severa crisis política apareada -como suele estarlo entre nosotros- a un grave sacudimiento social y económico en nuestro país. No solamente es legítima la discusión en la derecha, sino que su propio resultado puede pasar a ser parte central del cuadro de situación política en la Argentina. Esa importancia se acentúa más aún si la crisis pusiera en juego la propia gobernabilidad en la Argentina. Ninguno de estos cálculos luce demasiado desproporcionado si se observa la trayectoria crítica de la política argentina de las últimas décadas.
La discusión política en el peronismo tiene otros andariveles: el peronismo es, claramente, la principal -si no la única- oposición al gobierno de la derecha. Lo ilustra de modo drástico la reciente discusión ante la llamada “ley bases”; quedó muy claro en su desarrollo el importante papel de las bancadas peronistas en ambas cámaras. Es cierto que hubo situaciones de desobediencia total o parcial en el peronismo parlamentario. Pero conviene prestarle mucha atención al alto grado de encolumnamiento en el voto contrario a una iniciativa muy trascendente por los peligros que puede acarrear su aplicación en el tejido económico y principalmente industrial del país.
Es decir que lo que está ocurriendo en la política argentina no tiene el sello del énfasis en los “reagrupamientos internos”, sino que en ellos está esbozado el plano de una discusión muy importante sobre el futuro del país. En el caso de las derechas, aparece en juego la solidez del gobierno y su capacidad o no de timonear la etapa crítica que atraviesa el país. Ese timón no es una cuestión menor: están muy claros los déficits del presidente a la hora de construir garantías para el ejercicio de un timón efectivo en tiempos tormentosos; lejos de proveer recursos de firmeza y credibilidad, la conducta de Milei no hace otra cosa que sembrar dudas sobre su capacidad para gobernar la crisis. En el supuesto de la continuidad de la situación interna actual del partido y la coalición de gobierno la alerta roja de la estabilidad democrática estaría plenamente encendida
En el caso del peronismo, el desarrollo de su situación como principal partido de oposición sigue manteniendo enigmas en su interior. Hay que destacar en este punto una diferencia muy importante en materia de su disciplina interna: en la etapa que se abrió con el triunfo de Macri en 2015 el drenaje de recursos internos parlamentario fue intenso y numeroso. Hoy el importante debate parlamentario del que venimos mostró un bloque cohesionado que casi no tuvo bajas de importancia; sus jefaturas respectivas manejaron sin demasiados sobresaltos la situación. Sin embargo, la cuestión en el peronismo no se reduce al manejo de su coherencia parlamentaria. Más compleja es la dilucidación de su futuro orgánico y político. Al respecto el reciente acto en San Vicente produjo una novedad no menor: se juntaron sectores que vienen de duras disputas internas. Y lo hicieron acudiendo al legado central que unánimemente reconocen los peronistas de todas las filiaciones internas: el legado de Perón. Las diversas líneas que componen al partido-movimiento confluyeron en un fuerte compromiso de unidad. Y de unidad no en abstracto, sino de cara a una situación grave del país en términos socioeconómicos y amenazante en cuanto a las proyecciones político-institucionales de un eventual agravamiento de estas circunstancias.
¿Qué pasa mientras tanto en el radicalismo? Hasta ahora nada demasiado importante ha ocurrido respecto del gran parteaguas de este período en la vida del partido fundado por Yrigoyen: la convención de Gualeguaychú. El contexto mencionado en esta misma nota está marcado por la grave crisis de la coalición que terminó formándose en aquel momento alrededor de la candidatura de Macri. Sería muy difícil encontrar radicales que se sientan cómodos u optimistas respecto del lugar del partido en la situación actual de la de hecho inexistente coalición de la que formalmente siguen siendo parte. Es claramente una situación agotada. Y desgraciadamente para ellos el agotamiento no es una opción entre otras: no hay nada que augure destino práctico alguno para una coalición que de hecho nunca funcionó como tal. El radicalismo no tiene ninguna política de alianzas digna de ese nombre. Y las posibilidades de gestarla no son muy promisorias, por lo menos a corto plazo.
Acaso para los dos grandes partidos históricos argentinos está asomando la posibilidad de un diálogo político a la altura de la grave crisis nacional. Tal vez los días en los que reaparece el recuerdo del regreso de Perón al país, pueda aparecer una reflexión sobre el fallido intento del general -junto al liderazgo radical de aquella época, personificado en la figura de Balbín-en procura de la gestación de una gran unidad nacional. Aquellos intentos se frustraron y en lugar de esa recuperación nacional vino la más grave experiencia de terrorismo estatal y decadencia nacional por la que pasamos los argentinos. La puesta en agenda de un nuevo intento de acercamiento -de urgencia frente a las graves amenazas que se ciernen sobre la Argentina en las condiciones de un gobierno absolutamente rendido ante la voluntad de las grandes corporaciones globales- podría ser una hoja de ruta para un diálogo. Sería una posibilidad de salvación para el partido radical y una ocasión para que el peronismo haga las cuentas con ciertos sectarismos que no hacen honor al sacrificio final de su fundador y líder principal.