Por Eduardo Aliverti
Hubo un posteo, entre tantísimos que sucedieron a los episodios insólitos de estos días, que habló de una definitiva “capusottización” de la política.
Aludió a Florencio Randazzo y su spot inconcebible, si acaso puede intentarse un adjetivo capaz de calificar la ficcionalización de su supuesto diálogo con CFK en 2015.
Sería evidente que Ramiro Agulla no atraviesa su mejor momento creativo, pero, en toda circunstancia, quien aprueba, rechaza o rectifica una orientación publicitaria es el cliente o candidato. Nunca el especialista.
La referencia al crédito de Chivilcoy, sin embargo, podría abarcar el tono global de los afanes opositores, aunque con alguna aclaración que irá líneas adelante.
En cantidad y calidad, es objetivo, por completo, que la inmensa mayoría de las agresiones de campaña provienen del arco enfrentado al Gobierno.
Son datos, no impresiones.
Incluso por parte de personalidades enfáticas del oficialismo, comenzando por la propia Cristina, no se registran ataques de virulencia.
Ciertos cuestionamientos del flanco gubernamental, más aún, se registran en su interior.
Es el caso de la incómoda situación que afronta Agustín Rossi, quien sufre la desprolijidad mediante la cual no pudo resolverse la interna santafesina o, peor, a través de la que queda afectado uno de los hombres más leales y capaces del Frente de Todos.
Pueden comprenderse razones electorales estratégicas que hayan conducido hacia el respaldo oficial, o cristinista, a la nómina del gobernador Omar Perotti.
Es imposible, en cambio, justificar la desconexión intestina demostrada --otra vez-- por este episodio doloroso, que produjo una fisura importante en la muestra de unidad tan correctamente privilegiada por el oficialismo y nada menos que en una provincia de las clave.
Empero, para reiterar, se trata de cuestiones endógenas del Gobierno y no del fondo ni de la forma en que éste encara las urnas contra sus adversarios.
A la inversa, el grueso opositor está dedicado a una escalada violenta que --y aquí la aclaración-- no siempre resiste asimilaciones capusottianas.
Tomado el disparador más comentado de la semana: las bestialidades del cambiemita Fernando Iglesias, que mudó del gorilismo humorístico grasa a exabruptos detestables, interesan en tanto factor de representación general y jamás como solo indicativo de un personaje muy menor de la política.
¿Representación de misoginia extendida entre los oferentes electorales de la oposición?
No en primer lugar.
Es el sello de a qué deben entregar sus esfuerzos al no haber manera, sencillamente porque no la tienen, de que brinden ideas (ni siquiera novedosas, apenas a secas) de proyectos más o menos estructurales.
¿El oficialismo sí tiene esas ideas?
Pongamos la respuesta como dudosa, si se quiere.
Hasta ahora se ha visto que, con sus más y sus menos, el Gobierno supo pilotear bien, defensivamente, frente a una instancia mundial y local dramática, desconocida, que encima lo tomó a tres meses de asumido.
Lo que sería a futuro de mediano plazo está por verse si, como parece ocurrir, se retorna a alguna “normalidad” que permita jugar el partido en condiciones más propicias: modelo de país, tipo de producción, distribución del ingreso, acuerdo con acreedores en cuáles condiciones, etcétera.
Esa incertidumbre no cuenta en el perfil de la oposición, por aquella obviedad de que carece de cualquier alternativa diferenciada de lo ya expuesto cuando gobernó. Acá nomás, a la vuelta de la esquina.
En ese sentido es ¿curioso?, o quizá muy curioso, que la casi totalidad de los análisis y repercusiones de la agenda publicada, en torno de ese ridículo Olivosgate o como desee llamársele, pase únicamente por lo que se emite y no por lo que se omite.
A lo sumo, alguna frivolidad pretenciosa lleva a que el bruto de Iglesias, y de su coequiper Waldorff, en rigor se las arregló para desviar un eje que transitaba por las peleas aparentemente duras entre radicales culposos y macristas asumidos.
Es entonces que, a nuestro juicio, se entró en una dinámica entendible pero lamentable, por la que, sin perjuicio de ser imprescindible la condena a semejantes mostranzas de machismo asqueroso, el núcleo atiende bravatas en vez de desnudar lo que se oculta tras ellas.
El centro, así, no es ni la misoginia, ni las berretadas, ni los prejuicios (bien) indicados.
Es que ésos son recursos para evitar debates y propuestas sobre economía, trabajo, empleo, inflación, poderes concentrados y sigue la lista.
Corrupción o discapacidad moral también, pero, no por nada, los cambiemitas prefieren abordarlas alrededor de quiénes visitaron la quinta presidencial en cuarentena.
Bulín mataría Pepín, digamos.
¿La pregunta es cómo se cayó en hablar sobre la temática secundaria de los visitantes de Olivos?
¿Se aspiraba a que el Presidente debía ser un anacoreta con zoom, asimismo sin perjuicio de que lo simbólico requiere cuidarse al extremo y que los funcionarios, más quienes los rodean, deben ser y parecer?
En toda hipótesis, y en esto sí valen las comparaciones, ¿resulta que la mesa judicial macrista frecuentadora de la residencia, a ritmo permanente, es menos grave que una actriz o peluqueros concurrentes?
¿Qué cosa tan deleznable habría pretendido esconderse cuando son públicos los registros de entrada y salida por hora y minuto, en Olivos y en la Rosada?
¿O la pregunta es cuánto de esto le importa mucho más a los medios que al común de la gente?
Que sea amplio motivo de conversación popular la ida de Messi del Barcelona es creíble y hasta seguro, por ejemplo.
No lo es que, fuera del electorado rígido del oposicionismo, lo sean estas chicanas de baja estofa.
O mejor dicho: es imaginable que repercutan frases de figuras conocidas, del tipo ¿viste lo que dijo equis?
Pero de ahí a colegir que tiene influencia político-electoral el listado quirúrgico de asistentes a Olivos… Habría la misma distancia que entre Iglesias y Groucho Marx.
Son manifestaciones que, en su significado primero o último, no varían respecto de Heidi como vecina de todos los argentinos, o de Macri apuntando que el populismo es peor que la pandemia, o de elegir entre comunismo o libertad, o del spot de Randazzo.
Tal vez, el Gobierno debería dejar que de esos manotazos se ocupen, mayormente, los memes de sus simpatizantes. Más algunos toques del periodismo adicto, insuflado antes por la sutileza que por un machaque constante y favorecedor de que la oposición se salga con esas suyas de despistar columnas vertebrales.
Sus problemas, los del FdT, son ante todo el desafío de cómo sujetar tensiones evidentes en un abajo donde el asistencialismo aguanta a duras penas los precios de la canasta básica. Y en un medio donde permanecen muchos rezagados, o directamente apartados del circuito comercial y de consumo.
No es justo decir que está haciéndose nada, ni que no sirve o serviría cuanto se hace.
Las vacunas llegan, comienzan a producirse localmente y los programas de atención son eficaces; hay sectores reactivados como industria y construcción, todavía sin influencia marcada en los ingresos masivos; se intenta estimular la confianza en el acceso al crédito para productos durables; las paritarias se reabren a fines de que los trabajadores registrados no pierdan por goleada contra la inflación.
En consecuencia, tampoco podría afirmarse, con honestidad, que la única palabra o dirección es ajuste contra los que menos tienen.
Que ese conjunto (muy) resumido sea aceptable, discutible o rechazable, vale.
Lo que no vale es prenderse en provocaciones o debates infructuosos.