Por Daniel Guiñazú
La limpia e incuestionable consagración de Defensa y Justicia como campeón invicto de la Copa Sudamericana 2020 sigue dando que hablar. Por la calidad del fútbol que entregó en Córdoba y por la manera en la que apabulló a Lanús y los jugadores interpretaron y desarrollaron la idea futbolística que les bajó Hernán Crespo como técnico. Pero el éxito no arribó a través de un modelo que pueda ser replicado por otros clubes. Defensa no apuesta a la continuidad sino a lo contrario: cambia y cambia todo el tiempo. Se nutre de futbolistas pasantes, generalmente descartados por los otros equipos, que llegan, juegan una temporada y se van. Y de técnicos jóvenes y ambiciosos que necesitan iniciar su camino sin las presiones reinantes en instituciones más grandes, con metas más perentorias. Y que dejan la institución una vez cumplidos sus objetivos.
Defensa hace de un defecto su mayor virtud: incorpora casi un plantel completo antes de cada campeonato. Y lo desarma al final. Ese es su verdadero proyecto. De aquel equipo subcampeón de Racing de la Superliga 2018/19 que dirigía Sebastián Beccacece, sólo han sobrevivido el arquero Ezequiel Unsain, el lateral Rafael Delgado y el extremo Ciro Rius. Y sin ir tan lejos: de la formación que hace justo un año goleaba 4 a 1 a Talleres de Córdoba por la Superliga 19/20, solo han quedado Unsain, el zaguero David Martínez, el lateral Marcelo Benítez y el atacante Eugenio Isnaldo. El resto del plantel ya no está mas en Florencio Varela. Ni siquiera su técnico, Mariano Soso, al que Crespo reemplazó luego de que presentara su renuncia en queja por la alocada política de altas y bajas impulsada por José Lemme, el histórico presidente de la institución, y su hijo Diego. Y detrás de la cual se advierte la mano astuta de Cristian Bragarnik, el representante más poderoso del fútbol argentino y el principal inversor y asesor deportivo de la entidad de 2009 a la fecha.
En los hechos, el modelo que ha llevado al éxito a Defensa y Justicia resulta inviable. Porque es el mismo al que se opone la mayoría de los clubes y los hinchas argentinos: bajo la fachada de una asociación civil sin fines de lucro, el club de Florencio Varela funciona como una sociedad deportiva con un empresario como Bragarnik que traza los grandes lineamientos, arrima fondos frescos, técnicos y jugadores de su representación y recoge resultados futbolísticos y sobre todo económicos. En Defensa y Justicia es un inversor calificado. En Elche de España, directamente el dueño.
Por eso no debería sorprender que, con la cotización en alza luego de haber ganado la Copa Sudamericana, el plantel de Defensa vuelva a desmembrarse, se vaya un montón de jugadores, llegue otro montón y queden apenas unos pocos. De hecho, por estas horas se rumorea que Bragarnik fomentaría el arribo de Crespo como director técnico de la selección de Chile. Su gran negocio es llevar y traer gente de aquí para allá y cobrar comisiones suculentas por ello. Y mal no le ha ido, más bien todo lo contrario. Pero detrás de la merecida imposición del humilde equipo de Florencio Varela asoma una señal de alerta. Y bueno sería para el fútbol argentino no dejar de prestarle atención.