Por María Pia López
Cuerpos atados a dispositivos. Conectados y enredados. Crédulos en una memoria global y total que estaría al alcance de un clic. Pero que lejos de ser una atmósfera sin jerarquizaciones, está estrictamente organizada por la lógica numérica de las búsquedas y por la presunta satisfacción de lo que nuestro ser conectado quiere. El algoritmo como realización del deseo, incluso del deseo que no se formula, que desconocemos de nosotrxs, pero estará allí para descubrirnos. Pero a la vez, estamos enredados en otras vidas, con otrxs, que se nos presentan en su opacidad y en su potencia, en una conversación entre vulnerabilidades y afectos.
Escribo en una computadora, con mil ventanas abiertas a otros discursos -que a veces parecen siempre el mismo-, mientras el gato juega con una pelotita y esa presencia tiñe de alegre color el trabajo.
Muchas veces, la contundencia brutal de la escena de la conexión digital borra la materialidad efectiva de la otra escena, que a la vez es la que organiza nuestras vidas, más allá del reino de las aplicaciones, consumos de información, imágenes que proliferan. Están los dispositivos, pero también hay una serie de nosotrxs, de instancias de lo común, que no se suprimen por su presencia. Está el deseo, el dolor, la alegría, las vidas que se reconocen y se acompañan. Existen las aulas, los espacios de trabajo, las confabulaciones políticas, el teatro, los conciertos, tantas formas del convivio.
Entre ellas, encuentros de organizaciones y colectivos feministas, transfeministas, en distintos lugares del país. Anduve por varios en las últimas semanas: mucha vida había en ellos, muchas ganas de pensar y hacer. Cuando se dice que el feminismo “pasó de moda”, la mirada está puesta en las métricas -¿cuántas veces se vio un video, cuántos me gusta tiene un posteo?-, pero una moda es quizás la espuma que deja una ola profusa, pero la pregunta debería ser si ese mar sigue recreando sus fuerzas, una y otra vez. Los grupos están, la voluntad colectiva, y en esos espacios se traman estrategias y modos de vida, que van del consumo agroecológico a los talleres de arte o a la puesta de obras de teatro.
Pensar la política exige esa doble mirada: hacia las redes digitales, hacia los enredamientos colectivos. Construir oposición a este gobierno exige eso. Es un gobierno de las redes, que las maneja con mayor eficacia que la que dedica a la gestión estatal. Incluso exponiendo a su máximo dirigente a la mofa general, pero mientras acontece esa mofa -por ejemplo, respecto de su descuidada apariencia, su modo de caminar, sus modales de bufón encantado con premios banales-, acontece también la brutal desposesión de la población argentina: cada día más pobres, cada día más dañados los bienes comunes, cada día más restringidos nuestros derechos y libertades, mientras reímos a mandíbula batiente del patetismo del susodicho. Vinieron por la reconfiguración total de la sociedad argentina, y quien conduce ese proceso no esquiva ser su objeto sacrificial.
Hoy es 9 de julio y el algoritmo de mis redes me muestra, una y otra vez, escenas burlonas actuadas por un hombre que lleva la banda presidencial. Me río, claro. Pero no encuentro imágenes de la represión en Tucumán, en la misma noche. La eficacia que tienen es la de proponer que, en esa doble vida, la única verdad es la de la realidad virtual. O sea, la que pueden modificar con su maquinaria de fakes y trolls.
¿Cómo responder a esa política, sino con una nueva composición de esa doble vida? Sin el encantamiento, entre falaz e ingenuo, de sustituir hipótesis y estrategias políticas por métricas en las redes. Sin la necedad de proyectar los propios conservadurismos como expresión de la época ni de pensar que un candidato surge de los clics que reciba o de las reproducciones incluso críticas que merezca. Me dirán: este gobierno también surge de ahí. Y es cierto, pero también de un malestar social frente a la impotencia de la política para mejorar las condiciones de vida de la población y abrir un horizonte de futuro. Pensar desde la estrategia política no es encandilarse con métricas y clics, confrontar al personaje que gobierna con otro personaje, sino preguntarse por las posibilidades y obstáculos de otro plan de transformación económica y social.
Una época, solía insistir Horacio González, no es un mandato lineal, una monolítica imposición, sino un recorte de heterogeneidades y conflictos. El quehacer político siempre es intervención en ese mapa heterogéneo. Ningún resultado está cantado y estamos asistiendo al modo en que las instituciones partidarias francesas se sacuden y reorganizan, pero también alrededor de un liderazgo que no teme discutir el derecho al tiempo libre, a una vida digna más allá del trabajo. ¿Se podría decir: no digas eso, que es un tema para tratar en épocas menos tensadas por la ultraderecha, no seas piantavotos? O, por el contrario, ¿no nos pone de relieve que resistir es también crear otros imaginarios y modos de vida? Si no ¿para qué arrojarnos a la construcción colectiva?
La nueva y poderosa sociedad del espectáculo produce imágenes por doquier, pero al mismo tiempo escenas reales de coerción y privación: el hambre, el despido y la cárcel son blandidos como amenaza para quien ose resistir la gubernamentalidad de las fuerzas del cielo. ¡Te haremos conocer el infierno!, gritan en nuestros oídos.
No es absurdo tener miedo. Pero mucho del temor se revierte sobre una acusación a supuestos responsables de lo acaecido: ¡a ver cuándo hacen la autocrítica! O ¡esto es el exceso de los feminismos que se pasaron tres pueblos! Si la primera demanda supone que se trata de un problema discursivo -cuando en realidad la pregunta sería, hoy, qué hacer y las respuestas exigirían una compleja revisión de lo hecho y no hecho-; la segunda imprecación disfraza tras una preocupación del presente una condena anterior, que solo es actualizada. Me pregunto, nos pregunto: ¿qué fuerzas hay más allá y más acá de los transfeminismos que estén pensando ese qué hacer? Pensando más allá de la lógica sacrificial y punitiva, de la condena a un capitalismo extractivo y a vidas miserables.
Hoy: 9 de julio. Mientras veo jugar al gato, pienso que no habrá emancipación sino se reconstituye algo del orden de una colectividad. Que eso no ocurrirá sólo en el mundo virtual, sino en el enredamiento difícil, cotidiano, múltiple, polifónico. Que los transfeminismos son uno de los nudos centrales de esa composición, porque no se tratan de pensamientos desde el nicho o desde el kiosco sino una apuesta política general, para las vidas dignas de ser vividas para todxs, para cualquiera, y que sería hermoso empezar a imaginar unos estados generales de la emancipación argentina.