Por Mempo Giardinelli
Aparte de la agenda cretina que impone la beligerante oposición, esta semana que pasó fue también de intensos debates patrióticos alrededor de la perdida, pero todavía recuperable soberanía sobre el río Paraná.
Soberanía sin medias tintas, es la consigna de much@s compatriotas para quienes es urgente terminar con las concesiones -–como la de Menem al consorcio belga Jean-de Nul-– que además fue incontrolada durante un cuarto de siglo y hasta el día de hoy.
En pleno empiojamiento ético e incomunicacional de la vida política, fogoneado por mentidiarios, telebasura y pretendidos éticos de lengua que la van de moralistas -–y en un contexto en que a los estragos de la peste, la justicia manipulada, el abuso empresarial, bancario y de los agrobandidos, se suman la creciente violencia opositora de corte fascista y sus mitologías idiotas–- el drama fundamental de este país es el hambre que padecen millones de compatriotas.
A ese cuadro, grave de por sí, se suma ahora un problema que parece que la sociedad no termina de registrar y que quizás dure todavía mucho tiempo: la República Argentina está empezando a librar la gran batalla de la soberanía, que se ha iniciado ya y que simboliza la mal llamada "hidrovía". Palabra que no existe en el idioma castellano ni existe como sujeto geográfico. Es un concepto de valor comercial exclusivamente y forma parte de la ya larga invasión de vocablos utilizados por intereses comerciales neoliberales que han venido colonizando la conciencia de nuestro pueblo.
Esto lo saben muy bien las multinacionales que se han apoderado de nuestro río y al convertirlo en "hidrovía" nos obligan a discutir otras cosas, que además dominan ellos: el comercio exterior; el contrabando de entrada y de salida; el pesaje que jamás hacen porque todo lo que dicen exportar son meras declaraciones juradas que nadie controla y así las únicas estadísticas son las de la Bolsa de Comercio. Así nos roban la riqueza, porque nos han robado la soberanía. Y así centenares de barcos paraguayos van y vienen sin control de lo que entra ni de lo que sale, mientras Senasa y Prefectura no tienen autoridad para controlar nada seriamente, ninguna de las provincias ribereñas recibe ni un peso de impuestos y tampoco los pagan las grandes empresas. Que además manejan bancos y controlan la moneda, y con ello toda la economía.
El río Paraná es un río, no una hidrovía. De igual modo que el Mississipi y el Missouri en EEUU son ríos, no hidrovías. Y el Sena en Francia; el Elba y el Danubio en Alemania, o el Volga en Rusia, no son hidrovías, son ríos y orgullos de sus pueblos, como siempre lo fue el Paraná para nosotros. Y esta precisión no es asunto baladí, sino fundamental, porque jamás podremos defender bien, nada, si hablamos el idioma que imponen los intereses, nacionales o extranjeros.
En el contexto político-económico argentino actual, en el que todavía no se deroga la Ley de Entidades Financieras de Martínez de Hoz y el FMI sigue dictando cátedra, sin auditoría de la deuda y con creciente deterioro y abuso ambiental, la cuestión de la soberanía es decisiva por lo menos en sentido primario, ya que soberanía es la capacidad de un pueblo de decidir su destino, su vida colectiva y el ejercicio de sus derechos sin injerencia de otros gobiernos o alianzas que pretendan estar por encima de la voluntad popular.
En circunstancias en que estamos cumpliendo 175 años desde nuestros símbolos de soberanía que son la Batalla de la Vuelta de Obligado y la heroica victoria en Punta Quebracho (hoy prácticamente ignorada) puede afirmarse que junto con Malvinas y nuestras islas del Atlántico Sur, hoy posesiones inglesas, nunca la soberanía nacional estuvo tan en riesgo como ahora.
Tras la infortunada derrota electoral de 2015, que desató el arrasamiento de nuestra tierra, nuestras montañas, nuestras riquezas boscosas, nuestro subsuelo y nuestras extensiones atlánticas, ahora es imperioso recuperar el control estatal de nuestro Padre Río al que llegan hoy, en 2021, más de 2 millones de camiones y 250.000 vagones al año, y todo se concentra en unos 30 puertos fluviales sobre el Paraná, donde están las más grandes fábricas de aceite del mundo, el 80% extranjeras.
Pero no sólo eso: nunca en dos siglos de historia la Argentina produjo tanta riqueza como ahora. Nunca. Desde las montañas, las pampas y los ríos interiores, la riqueza fluye en esas camionadas que se desplazan a tope con metales, granos, carnes, maderas y todo lo que produce este país generoso hasta las lágrimas, y que, siendo fabuloso, parece condenar a casi 50 millones de habitantes.
Casi toda la producción desemboca en nuestro río, y no sólo eso: también el contrabando está descontrolado, y es vox populi que en toda la frontera norte hay organizaciones clandestinas que además de evasión fiscal practican casi libremente actividades criminales como un incesante tráfico de drogas. Analizar y discutir, entonces, el control de nuestras aguas es fundamental porque la amenaza a la soberanía compromete hoy no sólo al Paraná, que es su símbolo, sino a toda la riqueza acuífera argentina, que es fenomenal, una de las más grandes, sanas y valiosas del mundo. Y no me refiero solamente al Paraná sino también a los espejos interiores, que también están en riesgo, casi todos ya en manos de corporaciones o millonarios extranjeros. Y esto incluye la fabulosa riqueza acuífera de nuestros Andes, donde están los mayores yacimientos de litio, oro, cobre y plata.
Y también hay que considerar en el paquete acuífero a la costa atlántica fabulosa que tenemos, y que nuestro pueblo ignora casi por completo, o no mira. Es un hecho penoso que nuestros gobiernos sucesivamente desprecien el mar porque está lejos de Buenos Aires y lo único que suele interesar a millones de ciudadan@s es el buen tiempo durante un par de meses de verano en las playas. Más allá de las cuales hay tierras y aguas que ignoramos, pero que explotan otros y que enriquecen a otros.
Es imperioso, entonces, no sólo impedir que se renueve la concesión que cedió Menem, sino que además urge recuperar el manejo autónomo y soberano de nuestras exportaciones e importaciones. Urge ejercer todos los controles que correspondan y no dejar que nos corran con otros cuentos que ya circulan, como el de que la intervención estatal sería carísima e ineficiente y otros argumentos incomprobables. Más caro es que nos sigan robando. Recuperar la soberanía sobre el Paraná y todos los ríos y acuíferos afluentes es esencial para potenciar incluso nuestra condición de país marítimo, que también somos. Hoy la acción diplomática para recuperar las Islas Malvinas usurpadas, y el control sobre las islas del Atlántico Sur y la porción de Antártida que reivindicamos desde hace más de un siglo, no pasa de buenas retóricas.
También por eso el macizo cuestionamiento al Decreto 949/2020, cuya vigencia hoy continúa y bueno sería cesar. No sea que en abril próximo, con cualquier cuento justificativo se prorrogue la concesión menemista, lo que significará lisa y llanamente la renuncia de hecho de la República Argentina a la histórica soberanía sobre el río Paraná y el Mar Argentino. Ojalá nuestro Presidente cumpla su anunciada decisión de no volver a concesionar el Paraná. Para que todo no siga igual por otros 25 años.