Por Pablo Vera
En una tranquila tarde en la casa de Harry White, funcionario del Tesoro de Estados Unidos, hay una reunión social. A una de las visitas le llama la atención una alfombra de origen soviético que adorna el piso de la casa. Este visitante, que según nos cuenta Beethoven Herrera Valencia en “Harry White. Espía de la URSS”, era un hombre formado en actividades de contra-inteligencia. Sospecha de ciertos movimientos de White y con supuestas pruebas lo denuncia. White comienza a preocuparse. Sus movimientos se hacen sigilosos. La sensación de sentirse espiado es un incordio que neutraliza su actividad cotidiana. ¿Sera aquel hombre de traje negro un agente que lo sigue? ¿Sera la camarera de su bar habitual un agente encubierto?
Ciertamente, White es un admirador del régimen soviético. Ben Steil, en su magistral obra “La Batalla de Bretton Woods” nos dice sobre White que “sintió toda su vida una prolongada y amplia fascinación por la Unión Soviética y en 1933, poco después de convertirse en profesor de economía en el Lawrence College de Wisconsin, decidió intentar obtener una beca para desplazarse a Rusia y poder estudiar su sistema de planes económicos”.
Ante la situación, el conocido mal carácter de White se transforma en una tormenta de ira. ¿Era paranoia o algo se estaba incubando en el sistema de inteligencia norteamericano? El gobierno de Estados Unidos decidió acumular las copias de los cablegramas que salían del país. En 1943 una rama de la inteligencia militar de Estados Unidos, comenzó a descifrar los intercambios con Moscú. Nacía el “Proyecto Venona” cuya tarea primordial era examinar y explorar el intercambio y comunicaciones diplomáticas de la URSS.
Mario Rapoport en “El Ojo del Mundo ¿Qué fue el Proyecto Venona?” (Página 12, 30/07/2013) dice que “los cables del Proyecto Venona indicarían, por ejemplo, que el ex Subsecretario del Tesoro Harry White había tenido contactos directos con los servicios de inteligencia soviéticos a quienes transmitía o comentaba informaciones del gobierno o de sus actividades, aunque no resulta probado que en ellas se hubiera pasado documentación alguna”. En la misma línea de razonamiento, James Boughton en “El Intrincado Legajo de Harry White” (junio 2024) con respecto a las acusaciones de espionaje en su contra dice que “las pruebas para sustentar esas acusaciones siempre fueron endebles… A medida que más recientemente se ha ido acumulando evidencia al respecto, se ha podido constatar que, acaso White fue objetivo del espionaje soviético en busca de información y no un agente a su servicio”. Sin embargo el FBI lo acusó formalmente hacia 1947, siendo citado ante un gran jurado. En la primera audiencia, respondió con agudeza y frialdad. Antes de una nueva audiencia falleció por un infarto severo en 1948.
Las implicancias y recovecos del caso White son dignas de la mejor película de espionaje, porque en el momento de la citación era el representante de Estados Unidos en la dirección del FMI. Es junto a Keynes, protagonista central de la ingeniería de la construcción de ese organismo multilateral.
Pero hay un paso previo de White en las cruciales decisiones de política internacional, su participación y colaboración en el llamado Plan Morgenthau. Hacia 1944, los aliados tenían claro que el triunfo sobre Alemania era un hecho. La cuestión era gestionar la ocupación y el destino de Alemania. Henry Morgenthau era ministro de Finanzas de Estados Unidos. Escribió un texto, que sería la base del Plan, llamado “Alemania es nuestro problema”, donde explica en detalle que para evitar que Alemania iniciara una tercera Guerra Mundial, era necesario desindustrializarla, transformarla lisa y llanamente en un país pastoril.
Algunos, como Carlos Andrés Ortiz, encuentran puntos de confluencia del Plan con el Tratado de Versalles, que estableció estrictas y severas sanciones contra la Alemania vencida en la Primera Guerra Mundial. John Maynard Keynes, en su texto de 1919 “Consecuencias Económicas de la Paz, cuestiona los considerando del Tratado, pronosticando que traería una recesión económica mundial, y sobre todo que sería de imposible cumplimiento. El Plan implicaba un desmantelamiento total y absoluto en seis meses de la maquinaria manufacturera, una reducción al máximo de la producción de acero y una severa dieta alimentaria sobre el pueblo alemán.
Morgenthau opinaba que “los alemanes deben ser alimentados tres veces al día con sopa de los comedores benéficos del Ejercito y recordarán esa experiencia por el resto de sus vidas”. Pero la difusión del Plan, filtrado al The Wall Street Jornal y al The New York Times, generó severas resistencias y fue aprovechado por el declinante régimen nazi como propaganda, argumentando que los aliados pretendían el exterminio de Alemania. Finalmente, el Plan fue desechado y muy por el contrario, Estados Unidos implementó el Plan Marshall, al advertir que para sus intereses geopolíticos no era conveniente una Europa débil frente a la simpatía y admiración que podía contagiar el régimen soviético.
Erik Reinert sostiene que el Plan fue resucitado en los 90, con el llamado Consenso de Washington, en donde se impone a “América Latina planes de ajuste que conllevan a liquidar los promisorios objetivos alcanzados por los modelos de sustitución de importaciones”. En síntesis, desindustrializar, primarizar la economía, para Morgenthau y para el Consenso de Washington objetivos que pretenden disciplinar la vida económica y social.
El Plan Bases, con RIGI incluido, es la instrumentación de un Plan Morgenthau a la Argentina. Desindustrializar, dinamitar la legislación laboral. La implementación de una depresión económica como la que estamos viviendo, es un objetivo buscado para someter a nuestro pueblo a los mayores niveles de sufrimiento. Estamos en un promedio de 44,8 kilos de carne por habitante, muy lejos del promedio histórico de 72. El consumo de leche fluida cayo en el primer trimestre del año casi un ventie por ciento y el de leche en polvo un treinta, según el Instituto para el Desarrollo Agroindustrial Argentino. Según el Índice de Producción Manufacturero, en mayo 2024 la caída interanual respecto a mayo 2023 es de 14,8 por ciento. El Índice de la Actividad de la Construcción, comparando también 2023 con 2024, indica una caída del 32,6 por ciento. El Uso de la Capacidad Instalada cayo del 63,8 al 54,9 por ciento, según el Indec.
Se pretende instalar un modelo de subsistencia económica, en donde el sector primario-exportador sea el eje ganador, y el conjunto de la sociedad, deambule en la tristeza y sobre todo en el sometimiento. Guido Aschieri, en “La recesión define la política”, publicado en el blog “¿Y ahora qué?”, señala que “al gobierno parece ni siquiera interesarle revertir este curso de acción. Por lo contrario, las autoridades manifiestan permanentemente la intención de continuar con la configuración macroeconómica actual”.
En primer lugar, debemos ser desobedientes al Plan Morgenthau de Milei, como lo fueron otros países, aprendiendo como dijera Dani Rodrik que “todas las economías exitosas de las últimas seis décadas deben su crecimiento a procesos de industrialización”. Hay que tomar de la historia económica de los países centrales sus políticas de protección y apoyo a la industria, que hoy nos recuerda Ha Joon-Chang retomando el legado de Friedrich List y Alexander Hamilton. En el caso argentino, se trata de recuperar las ideas de Manuel Belgrano, Diamand y tantos otros pensadores del Estructuralismo Latinoamericano.
En este marco es más que auspiciosos el encuentro de la Confederación de Sindicatos Industriales, con la participación de los gobernadores Kicillof, Quíntela, Melella, Zilotto y Zamora, en donde se presentó un valioso documento, que concluye diciendo: “Sin industria no hay empleo, sin desarrollo de la investigación y promoción de las políticas industriales no hay futuro”. Agregamos con el Plan Morgenthau de Milei, tampoco.