Por Eduardo Aliverti
El virus avanza implacable.
El comunicado en que sólo faltó el Gobierno porteño y que juntó las firmas del Ministerio de Salud bonaerense, el PAMI, las dos prepagas más importantes del país, las cámaras que nuclean a los servicios de emergencia, ATE y UPCN, es lapidario. O se toman disposiciones más drásticas o se colapsa.
¿Cuesta tanto reconocerlo y ejecutar?
Hace no mucho, hablábamos en este espacio de los opineitors que rechazan decir no sé, no estoy seguro, tengo dudas, tal o cual afirmación es apenas una hipótesis, es período para bajar un cambio en lugar de gritar destemplados.
Al cabo de los últimos anuncios, en torno de la pandemia, esa percepción se acentuó.
Podría arriesgarse que el griterío mediático, en sus diversas expresiones, es directamente proporcional a la forma en que necesitan ocultar los interrogantes que no se admiten: cuantas más dudas tengo, más grito. Más me enojo. Más hago que estoy seguro de lo que digo. De lo que grito.
Habrá quienes sostengan que, en verdad, no encubren vacilaciones, sino que buscan horadar al Gobierno hasta desestabilizarlo. Puede ser. Y asimismo pueden ser ambas cosas. Como fuere, el resultado es igual.
Y es así como se produce ese menjunje mediante el cual los medios retroalimentan un clima que no inventan, porque ya está previamente instalado en la sociedad. Lo que hacen es contribuir a aumentar el desconcierto y el odio, buscando que los gritos y las acusaciones parezcan seguridades.
Hace siete días citamos aquí al sociólogo e investigador Daniel Feierstein a propósito de los estudios de opinión desarrollados por la Universidad Nacional de Quilmes, dando cuenta de que alrededor de un 50 por ciento de la población considera que casi todos rechazarían medidas presidenciales de endurecimiento; y que un porcentual de 20 estima que ni siquiera llegaría a implementarlas. Al revés, la minoría contraria a cualquier tipo de limitaciones está convencida de ser mayoría, siendo que la mayoría son quienes sí aceptarían restricciones agravadas aun cuando no estuvieran de acuerdo.
Esta semana se publicó el libro de Feierstein. Pandemia. Un balance social y político del Covid-19.
Señala allí que “la batalla por el sentido se libra en tres planos articulados: cognitivo, emocional y ético-moral. Qué información aceptamos, qué emociones juegan con mayor fuerza y a qué modelo de comunidad apostamos. Resulta muy clara la necesidad de luchar contra la ‘infodemia’, circulación de información falsa, teorías conspirativas, campañas, etcétera. (Pero mi percepción es que) Hoy la disputa en la sociedad argentina, y en gran parte del mundo, no se da sólo ni fundamentalmente en ese plano, sino también en los otros dos”.
“En el emocional --agrega el autor-- se enfrenta la posibilidad de entregarse al negacionismo y a la naturalización. O la de sentirse interpelado por el dolor del otro”.
Y el siguiente remate acerca de los tres planos, centrado en el ético-moral: “Confrontan dos modelos de representación de la sociedad que somos, pero, sobre todo, de la sociedad que queremos ser. Esta sociedad incluye una enorme mayoría que duda, que no sabe, que puede inclinarse por distintos comportamientos porque todos portamos el egoísmo y la solidaridad como posibilidades de nuestra estructura moral. (Son) Opciones que no se saldan igual en todo momento, ni en todo lugar, ni ante cualquier evento”.
Ese último tramo, esa precisión angustiosa acerca de que ser egoístas o solidarios puede fluctuar tranquilamente, es relevante cuando ancla en la confianza política derivada de las decisiones oficiales. Y de su forma de comunicarlas, aunque ya se sepa o intuya que, cuando hay dificultades de comunicación, lo que rige en verdad es un problema político. De convicción y firmeza para influir en forma masiva, sin importar el presunto coste electoral o todo lo contrario: justamente porque importa la factura electoralista, es que se debe actuar sin imágenes aguachentas.
La agenda opositora, entendiéndose entre ella --sólo para ejemplificar-- que la suspensión o postergación de las elecciones primarias es una maniobra del oficialismo, debería ser refutada no con el ninguneo absoluto, pero sí con una altura institucional y dirigencial mucho mayor.
¿A quién se le pasa por la cabeza que interesan colectivamente unas PASO trasladadas un mes para adelante? ¿Por qué el Gobierno se prende a discutir eso (sin perder de vista que la rosca política no descansa nunca en ninguna parte)? ¿No podría objetarse, como al pasar, que si es por especulación electoralista al oficialismo le convendría dejar la fecha de las primarias según están fijadas, porque mermaría la asistencia de los mayores de 60 años que concentran el voto opositor?
¿Para qué Casa Rosada y algunas de sus espadas comunicacionales se enganchan en responder dichos y provocaciones de tuiteo, de personajes que gracias si representan a fanáticos del indignacionismo de derecha o simplemente frívolo?
¿No sería mejor reparar en el vacío existente y absoluto de campañas de concientización, sobre la ola o tsunami que estamos viviendo?
Agota ser repetitivos, pero tampoco es cuestión de que por la búsqueda de ser originales se extravíen las definiciones prioritarias.
Tomando un alerta expresado por el politólogo Pablo Touzon, ¿no es hora de que el Gobierno y Frente de Todos dejen de consistir esencialmente en tener buenos arqueros, y que pasen a armar una delantera menos designada por el cuidado de la defensa? ¿Dónde está comprobado que los mejores equipos se arman, siempre, de atrás para adelante?
Etapa de pandemia agravada a nivel mundial y explosión de peligro local. Decisión de restringir actividades tratando de consensuar con la oposición, hasta acá, los requerimientos de esta tragedia. Asistencia estatal con anuncios económicos específicos a favor de los sectores inevitablemente perjudicados. Carrera del virus contra las vacunas, que llegan y continuarán arribando en plazos no determinados por nosotros y en medio de que no alcanzan. El mundo producía 3 mil millones de vacunas por año y hoy se necesitan 10 mil millones. En algún momento, que no es ahora pero sí próximo, probablemente sobren. Mientras tanto, si no hay por lo menos una cuota decisiva de responsabilidad social tampoco hay manera de que haya medidas suficientes para administrar esta tragedia. Las nuevas variantes de la cepa, ya de circulación comunitaria, hacen estragos en casi todas partes. La franja poblacional de entre 20 y 40 años, genéricamente expresado y, también, no sólo en Argentina, pareciera haber resuelto que no aguanta más y que se juega a que sobrellevarán los contagios sin riesgos letales, ni para ellos ni para el resto. Cabe pedirles un esfuerzo de comprensión sobre el grave peligro social de esa actitud. No somos ni seremos un régimen policíaco, porque además no tendría efectividad. Y entretanto tenemos que lidiar con una economía devastada; negociar con los acreedores externos; ver qué nos pasa y qué les pasa a los grandes actores de la economía, no solamente el Gobierno, como para seguir sin domar a la inflación; garantizar que tenemos organizada la vacunación aunque las vacunas no son solución inmediata; ver cómo hacemos, y estamos haciéndolo, para que el transporte público --entre otras cosas-- no sea el caos que es, porque todos nos relajamos calculando muy mal que lo peor ya había pasado. Economía y Salud van de la mano, y aprendimos de nuestros errores bien que, si es por eso, nadie tenía el diario del lunes. Aceptamos o rechazamos las acusaciones que nos endilgan, pero no tenemos tiempo para responder a cada una porque, en primer lugar, el tiempo es lo que no debemos perder. En circunstancias como éstas, vale recordar aquello de que el poder no se discute. Se ejerce. Eso tiene o tendría costos políticos que estamos dispuestos a afrontar. Nuestra voluntad fue y es el diálogo, pero no hasta el límite de que contagios y muertes sean incontrolables.
Esa vendría a ser una síntesis, con toda seguridad (muy) incompleta y quizá mediocre, de lo que evidentemente sólo es fácil para decir.