No es lo mismo la idea de pobres de espíritu, que son bienaventurados, según las palabras de Jesús, recogidas en el evangelio de San Mateo, que los espiritualmente pobres. Estos abundan más que los otros. Ser pobre de espíritu supone una actitud de desprendimiento de los bienes de la tierra, algo difícil de conseguir en el ambiente occidental donde prima la riqueza y el vivir bien sobre otro cualquier valor. Así que bajo esa descripción hay poco bienaventurados.
Pero los espiritualmente pobres abundan en nuestra sociedad. Precisamente ese ambiente materialista, opuesto al de los pobres de espíritu, hace que haya muchas personas que no tengan ningún interés por cuidar su alma y solo piensan en su cuerpo. Lamentable, sin duda, pero es lo que está al día. ¿Y quién se preocupa por los espiritualmente pobres, que son mayoría? Porque se nos habla mucho de atender a los pobres, pero en muchos casos solo nos cuidamos de proveerles de lo material, como si deseáramos que dejaran de ser pobres, y sin cuidar de que sean pobres de espíritu.
También en los evangelios encontramos la frase del Señor “no he venido a llamar a los justos sino a los pecadores”. La Iglesia, desde de siempre, se ha preocupado por la conversión de tantas personas perdidas para el espíritu, por falta de formación, por el ambiente en el que han vivido, porque están imbuidos en actividades que alejan de Dios. Sin embargo, ahora parece que debemos preocuparnos más de los pobres materiales -que podrían ser bienaventurados- que de los pobres espirituales.