Por Atilio A. Boron
El presidente Joe Biden (foto) pasa revista a sus aliados para un probable –tal vez muy probable- enfrentamiento militar con China y Rusia. ¿El pretexto?: una “Cumbre por la Democracia” acerca de cuya legitimidad muy pocos sinceramente creen. Los gobiernos “aliados” de Estados Unidos (clientela con reclutas en todo el mundo, comenzando por Europa) saben que aquélla es una farsa cuyo verdadero propósito es alinear fuerzas para acompañar una irresponsable escalada militar que podría desembocar en una guerra de vastas proporciones, con epicentros en Ucrania y Taiwán. La intención beligerante queda de manifiesto cuando invita, como si fuera un país independiente, a Taiwán, provincia rebelde de China pero indiscutiblemente, por historia y geografía, parte integrante de su territorio.
Las excusas de la administración Biden para esta reunión virtual son tres: contener la creciente amenaza de regímenes autoritarios o despiadadas autocracias; luchar contra la corrupción y promover los derechos humanos. En los tres temas el desempeño de Estados Unidos ha sido decepcionante cuando no desastroso. Su continuo apoyo a las dictaduras en todo el mundo, desde el Sudeste asiático hasta Latinoamérica y el Caribe, pasando por África, Oriente Medio y Europa es archisabido. Enumerar los casos concretos llevaría páginas enteras que exceden los límites de esta nota. Recordemos su involucramiento en el derrocamiento, asesinato y desaparición de Patrice Lumumba en enero de 1961 en el Congo; su abierta participación en el golpe de estado que culminó con la caída del gobierno de Salvador Allende en Chile; su desembozado apoyo al golpe neonazi que tuvo lugar en Ucrania en febrero del 2014; o la protección concedida a Chun Doo-hwan, el sangriento dictador de Corea del Sur que en agosto de 1980 ametralló a centenares de manifestantes con los helicópteros que le había donado Washington. Tanto la Casa Blanca como las cancillerías europeas se abstuvieron de condenar tan brutal crimen y optaron por el silencio.
Aliados
Tal como lo reconoce la Economist Intelligence Unit de la muy conservadora revista The Economist, las credenciales democráticas de Estados Unidos son por lo menos “falladas” (flawed). Por esta razón, en su índice de desarrollo democrático ese país ocupa el puesto número 25, muy lejos de los países nórdicos que encabezan el ranking. Pese a esto Biden se cree con méritos suficientes para dictar cátedra de democracia y decidir qué países son democráticos y cuáles no. Parece haber olvidado que es el gobernante de un país que tiene un tristísimo record en materia de Derechos Humanos. Ningún otro acto terrorista en el mundo se compara con las bombas atómicas que Estados Unidos arrojara sobre dos indefensas ciudades japonesas, y poco valor debe asignarle a este tema quien mantiene durante décadas una alianza estratégica de largo plazo con la monstruosa monarquía de Arabia Saudita, pertinaz aficionada a la decapitación de sus adversarios. Varios invitados a la reunión ostentan un nefasto record en materia de Derechos Humanos y sin embargo son convocados para recibir la bendición de Biden. Pensemos nomás en la permanente protección que Estados Unidos brinda al narcogobierno de Iván Duque, pese al promedio de un asesinato de un líder social día por medio que perpetran los organismos de seguridad del estado; o a la semidictadura de Sebastián Piñera, que reprimió con calculada crueldad a pacíficos manifestantes durante largos meses; o al hipercorrupto fantoche político de Sudamérica, Juan Guaidó, invitado estelar al conversatorio democrático; o al régimen neonazi israelí, que no sólo roba tierra a los pobladores originarios de la región, los palestinos, sino que los masacra a mansalva ante la indiferencia de los “gobiernos democráticos” del mundo. Cabe recordar que hace más de medio siglo Israel es el primer receptor de “ayuda militar” estadounidense, y sus atropellos apenas figuran en los informes sobre la situación de los Derechos Humanos en el mundo que anualmente prepara el Departamento de Estado.
Por eso decimos que esta reunión es una farsa, una broma de mal gusto para las millones de personas que en todo el mundo pugnan por construir regímenes democráticos. Son muchos los académicos norteamericanos que ahora rehúsan hablar de su país como una democracia. Noam Chomsky, Jeffrey Sachs, Sheldon Wolin, entre otros, prefieren usar el término “plutocracia” para caracterizar al sistema político de su país. Es decir, gobierno de los ricos, por los ricos y para los ricos. Pese a ello, Biden y sus compinches arman esta mascarada para alinear fuerzas en contra de China y Rusia. Ojalá el gobierno argentino advierta a tiempo la maniobra y se manifieste en contra de todo tipo de injerencismo o “intervencionismos humanitarios.”