Por Emilio Luis Magnaghi
La visita del Papa a Chipre tiene, entre otros motivos, servir de puente a las grandes corrientes de personas que dejan su país. Además, hay que mejorar las situaciones internas de las naciones que emiten refugiados o desplazados, como de quienes los reciben. De alguna manera, todos hemos sido el resultado de un proceso inmigratorio exitoso.
Seguramente, los integrantes de la Fuerza de Tareas Argentina (200 argentinos, 14 chilenos, 14 paraguayos y un brasileño) de la misión de la ONU UNFICYP, en la Isla de Chipre, pueden considerarse unos afortunados. No solo por desempeñarse como cascos azules en representación de nuestro país, sino por haber recibido una visita del papa Francisco hace solo unos pocos días atrás.
Concretamente, su Santidad se acercó a la Nunciatura de Nicosia para tener un encuentro con los soldados argentinos que cumplen servicios en esa misión de paz, desde hace casi 30 años. Durante el encuentro, además de las típicas selfies, Francisco bendijo sus banderas de guerra y estandartes, también, obsequió rosarios y medallas religiosas.
Pero, la principal finalidad del viaje papal no era este grato encuentro con sus compatriotas. Sucede que la isla de Chipre, ubicada en el Mediterráneo Oriental, es la puerta de entrada al Levante y, actualmente, es el país europeo que mayor número de refugiados recibe en comparación con su pequeña población.
Además, es el único país europeo que aún permanece dividido, ya que su parte Norte se encuentra ocupada por Turquía que la invadió en 1974. Y que, “al día de hoy sigue vigente el drama para muchas familias de no conocer el paradero de sus allegados desaparecidos”.
Además de que su población se ve privada de poder visitar sus iglesias y otros bienes culturales retenidos, como le ha manifestado su presidente Nikos Anastasiadis al propio Papa.
Por lo tanto, Chipre es un lugar ideal para mostrar sobre la situación de las personas refugiadas y desplazadas y sobre las que Francisco quiere llamar la atención mundial, en un momento en el que Polonia ha militarizado sus fronteras con Bielorrusia ante la llegada de miles de migrantes procedentes, sobre todo, de Afganistán y de Siria. Pero, paradójicamente, también Chipre y Grecia han construido muros para impedir la llegada de los refugiados.
Desde una perspectiva histórica se puede argumentar que el problema de los refugiados y de los desplazados no es algo nuevo, pero sí uno que se ha visto agravado por las consecuencias negativas de la pandemia.
Técnicamente, se considera refugiado a una persona que se encuentra fuera de su país de origen debido a un temor de persecución por razones de etnia, religión, nacionalidad, grupo social u opiniones políticas y que no puede o no quiere reclamar la protección de su país para poder volver. Por su parte, un desplazado es alguien que es forzado a dejar su hogar, pero que se mantiene dentro de las fronteras de su país, generalmente, por las mismas razones por las que lo hace un refugiado.
Por ejemplo, Asia y África son las principales regiones del mundo que emiten grandes cantidades de refugiados. Veamos:
1. Asia: el Conflicto de Gaza entre Palestina e Israel se calcula que ya ha producido medio millón de desplazados. Por su parte, la Guerra Civil Siria (el número de refugiados se sitúa en unos 355.000 y el de los desplazados en unos 500.000).
2. África: la prolongada guerra civil en la República Democrática del Congo ha expuesto a 2,7 millones de personas a abandonar sus hogares y a más de 398.000 que viven en 31 campos de desplazados y que dependen de la ayuda humanitaria para sobrevivir. La Guerra Civil en Somalia, por su parte, ha causado que más de un millón de somalíes hayan huido hacia los países vecinos. Además, más de 1,3 millones de somalíes que se encontraban desplazados internamente en el país. La guerra civil en Sudán del Sur ha producido que el número de desplazados ascienda a unos 150.000 que viven en campos de refugiados, ya saturados.
3. Por su parte, en Europa, la Guerra del este de Ucrania ya ha producido unos 260.000 desplazados y unos 814.000 ucranianos que se han refugiado en Rusia.
Pero, en el caso de los desplazados internos es Colombia, en nuestra Región, con un conflicto armado interno de más de 50 años de antigüedad, la que tiene el récord mundial con 7,7 millones de desplazados internos.
Las situaciones humanitarias extremas que plantean, tanto los refugiados como los desplazados son monitoreadas por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR o UNHCR, por sus siglas en inglés) y que es el organismo de las Naciones Unidas encargado de proteger a los refugiados y desplazados por persecuciones o conflictos, y promover soluciones duraderas a su situación, mediante el reasentamiento voluntario en su país de origen o en el de acogida. Y que tiene su sede en Ginebra, Suiza, y más de 250 oficinas repartidas por todo el mundo.
Pero están comenzando a agravarse y a intensificarse los que podríamos denominar los refugiados y los desplazados económicos. Vale decir, personas que no escapan de una persecución violenta promovida por motivos políticos, religiosos o étnicos, sino aguijoneados por una acuciante situación de pobreza en sus lugares de origen.
Bajo este concepto, el centro de gravedad pasa de los países asiáticos y africanos a nuestro continente. Especialmente, si tenemos en cuenta el constante y creciente flujo de migrantes que pretenden ingresar, ya sea en forma legal o ilegal a los EE.UU. y que alcanza una cifra de casi 50 millones de personas, de los cuales 17 de ellos pertenecen a su vecino del Sur, México y el resto a otros países de la América Central y del Caribe.
Tampoco pueden pasarse por alto los grandes volúmenes de inmigrantes procedentes de Venezuela, los que ya han causado serios problemas fronterizos con Colombia y con Brasil.
Y el peculiar caso de los inmigrantes haitianos en Chile, que han producido enfrentamientos con la población local y con las autoridades, cuando los mismos ocupan lugares públicos y los convierten en virtuales campos de refugiados.
Volviendo al papa Francisco, y su permanente mensaje de no construir muros, sino puentes para los refugiados y para los desplazados de todos los colores, no podemos menos que estar de acuerdo desde una perspectiva humanista y superadora. Pero, desde la política y desde la geopolítica, no tenemos más remedio que buscar soluciones concretas que reduzcan el impacto negativo que producen las grandes corrientes inmigratorias. No solo en ellas mismas, también en las comunidades no preparadas a las que arriban.
Al respecto, como en tantas otras situaciones, la mejor solución se orienta a la prevención. Vale decir, en este caso, a mejorar las situaciones internas de los países que emiten refugiados y/o desplazados.
También, en una sana política de recepción de los mismos, que se oriente tanto a la repatriación voluntaria como a su correcta asimilación, porque como nos recuerda nuestra propia historia nacional, todos hemos sido, en alguna medida, el resultado de un proceso inmigratorio exitoso.
El Doctor Emilio Magnaghi es Director del Centro de Estudios Estratégicos para la Defensa Nacional Santa Romana. Autor de El momento es ahora y El ABC de la Defensa Nacional.