Por Eduardo Aliverti
Si hay acuerdo con que las categorías simbólicas son trascendentales y hasta decisivas, en principio anotemos un punto para la pérfida pero inteligente estrategia de los medios opositores: rige el confinamiento.
“Cuarentena” cayó en desuso porque ya no tiene la potencia de denuesto aplicada el año pasado, al verseársela como “la más larga del mundo” cuando, salidos del período inicial, el relajo generalizado manifestó su carácter light, a la argentina, con trampas aquí y allá, con controles inexistentes.
Es así que, en aras de desanimar, había que concebir otra cosa y la hicieron bien. ¿Cuánto de bien? Y, sobre todo, ¿cómo se contesta a lo que quieren imponer?
Estamos confinados, presos, en Siberia, atacados por la inoperancia de “Alverso” y de la “jefa de la banda”, sin defensa alguna que no sea la de estos inútiles que nos dejaron afuera de la gloriosa vacuna de Pfizer. Estamos confinados por culpa de los privilegios K con su vacunatorio VIP (unas diez personas, más la renuncia del ministro involucrado). Confinados por los errores de cálculo en la contratación de dosis (amarreteadas por los países centrales que se usan de ejemplo). Confinados y chau.
¿No corresponderá volver a cómo se convence para que la mayoría de la sociedad obedezca convencida?
Las vacunas llegan, para reiterar, pero nunca alcanzan. El sistema de salud colapsa aunque, por más que hoy suene a consuelo fútil, hubiera sido mucho peor de no haberse trabajado en adecuar su infraestructura.
Es la propaganda de la necesidad de deprimirse.
¿Hasta dónde llega la penetración de esa campaña? ¿Es tan acertada o es tan lo que adhiere o encoleriza a quienes consumimos medios convencionales, a las franjas ultrapolitizadas o ultraindignadas de ambos wines, a los enroscados de cierto circuito retroalimentado entre sí?
Puede ganar el espíritu colectivo o la bronca individualista, según sea aquello de cómo convence el Gobierno. Sus caras públicas. Sus comunicadores
Acerca de lo imperioso que es extremar la ejemplaridad de las acciones del Estado y la eficiencia en cómo se las ejecuta, dos noticias en particular quedaron sumidas en el vértigo previo y posterior a las nuevas medidas contra la expansión del virus.
Una es el cese de las exportaciones de carne vacuna, por 30 días, que impactó fuerte al darse la noticia y que provoca el lockout de la Mesa de Enlace gauchócrata.
El anuncio se inscribe entre lo que viene reclamándose al oficialismo, dentro de sus propias filas, respecto de mostrar decisiones que de una vez por todas lo identifiquen como lo que es: el Gobierno. No un comentarista.
La experiencia de cuando en 2006 se tomó una resolución aparentemente similar fue muy mala. Cayó de manera abrupta la cantidad de cabezas de ganado, se cerraron decenas de plantas frigoríficas, se perdieron miles de empleos y el precio de la carne no paró de subir por encima de la inflación.
Sin embargo, a) la economía se hallaba en etapa expansiva por las políticas ídem del kirchnerismo, lo cual disimuló consecuencias negativos en el bolsillo popular; y b) hoy no se trata de una disposición de carácter permanente, sino de reordenar cómo se controla al sector agropecuario porque, tras la orgía macrista, no quedó nada en pie. Ni siquiera el ganado, si es por mecanismos básicos de control sobre lo ocurre entre que se cría la vaca, se la engorda, se la faena, se la desposta y llega al mostrador (que a su vez se divide entre los supermercados y las carnicerías).
En ese proceso, como lo describió Raúl Dellatorre (ver su artículo en Página/12, el viernes pasado), hay actividad de empresas irregulares, subfacturación de exportaciones, fuga de divisas, operaciones no declaradas y otras que se realizan a nombre de compañías fantasmas.
Apenas en un día, el jueves, “el mecanismo de seguimiento y control (que Macri desreguló por completo en 2018) habría arrojado el retiro de la licencia para exportar a cinco frigoríficos, que no sólo no contaban con instalaciones sino que, al menos en dos casos, habían dado domicilio falso”.
La pregunta que debería caerse de madura es si hay en el Estado, en su burocracia en el mejor sentido de la palabra, en una escena pandémica, el dominio de que las sanciones no redunden en seguir pagando un bife como si viviéramos en París y no en el reino de la pampa húmeda. Y si la respuesta es que no hay tal volumen operativo, la contrapregunta es cómo se lo construye.
La segunda información sumergida apunta a los precios mayoristas que continúan sin freno, según el mismísimo Indec. ¿Qué se hace y qué podría hacerse, no ya en cuanto a la voluntad de los funcionarios sino a través su poder de fuego verdadero?
Esos precios son los que se estiman “a la salida de la fábrica” o, si se prefiere, antes de entrar al circuito comercial. En lo que va del año, acumulan una suba promedio de más del 20 por ciento y la comparación, frente a abril de 2020, arroja un alza general superior al 60 por ciento. ¡¡¡En pandemia!!! Los productos agropecuarios subieron 62,2 por ciento, y los alimentos y las bebidas casi un 40.
La “obligación” es dar respuestas concretas e implementables, en lugar de reventar con comentarios del tipo “Alberto, ponete los pantalones”; o de eximir al “cristinismo” de sus responsabilidades, como si el gobierno del Frente de Todos no fuera, justamente, de todas las secciones peronistas y panperonistas. Y no sólo de quien fue entronizado en una movida magistral para sacarse de encima a Macri.
Para los olvidadizos, que sobran: fue nada menos que Cristina, el cuadro político más impresionante de este país, quien admitió públicamente que apenas podía estimarse en un 20 o 25 por ciento el manejo del poder real de que pudo disponer.
Entonces, sentarse a decir, escribir y delirar que las cosas son soplar y hacer botellas es una afrenta al sentido común, inclusive antes que tener la responsabilidad política de hacer honor a las enseñanzas históricas.
Sin embargo, no por eso debe dejarse de correr al Gobierno por izquierda porque, de lo contrario, se le deja amplio margen al posibilismo derechoso.
Así como no debe ser que se judicialice la protesta social, no debe ser que un puñado de víctimas de despidos injustificados corte las vías del Roca para darle de comer a sus victimarios.
No debe ser que la dirigencia sindical esté esfumada y que no produzca ni siquiera un documento con grandes líneas orientadoras sobre mecanismos de protesta en estas circunstancias.
No debe ser que “la política” y sus funcionarios pidan un esfuerzo más, para después aparecer aglomerados sin tapabocas.
No debe ser que no haya acciones comunicacionales renovadas que concienticen sobre la necesidad de cuidarse.
No debe ser que se consienta un show televisivo equiparable a fiesta clandestina.
No debe ser que ese Estado paralelo que es la Conmebol haya impedido a último momento la suspensión del futbol local, ni que se produzca la locura de la Copa América en escenario argentino.
¿Parecen ejemplos tontos? Vaya: son los mismos que usa la derecha para deslegitimar todas las medidas que se toman.
No debe ser que no se entienda que hace falta más que nunca una mostranza de liderazgo fuerte, en la confianza de que la mayoría de la población acompañará mientras los gestos oficiales --que también constituyen a lo ideológico- -acompañen a los pedidos de “sacrificio”.
Cada actitud pública que sea interpretable como coherente con lo que se pide y exige, cada imagen por mínima que parezca, cada voluntad demostrada por más inútil que asome, cada denuncia bien transmitida, cada sanción efectivizada, son agua limpia en el desánimo de una sociedad con fastidio.
Una oposición brutal, no como nunca se ha visto sino, todo lo contrario, la misma desde hace tantas décadas, anclada en tantas porciones de odio de clase, persigue desestabilizar como sea un Gobierno que por algo les molesta. Mucho.
Y si por algo les afecta tanto, quiere decir que tan mal rumbeado no está.
A esa derecha bestial no se la combate (sólo) con discursos, porque además quedaría claro que el concepto acusatorio --son de derecha, sos de derecha-- les es motivo de indiferencia creciente y hasta de orgullo.
Es con la imagen de los gestos auténticos, y si fuera necesario sobreactuados, como debe enfrentárselos. Los grandes discursos únicos, embroncados y/o de apelación ideológica, son el terreno contra el que se manejan mejor porque, en tiempos de ignorancia de lo ideológico, se impone entrar allí por otras vías.
¿No cabe profundizar en eso? ¿En la ejemplaridad? ¿En el cuidado de que cada apelación gubernamental se incumba con una acción paradigmática consecuente?
Si hay que volar el tiempo que fuere la hipocresía de las clases presenciales, como si, además, eso hubiera existido alguna vez en lugar de la repartija socialmente desigual entre los conectados y los que no, se la vuela. Por ejemplo.
Basta, en síntesis, de dos cosas aparente o seguramente contradictorias: el dialoguismo con el poder real que conduce a nada y los estallidos sobre que, sencillamente, hay un gobierno entreguista o inútil.
La dialéctica consiste en resolver ese problema y, hasta donde da la vista, la solución por ahora es juntarse contra el bicho, no prestar atención a las homilías de los desestabilizadores e incorporar gestos oficiales a las decisiones básicas.
No es que vaya a alcanzar con eso.
Es que sin eso no se puede.