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Opinión del Lector

Independencias y vacilaciones

Sergio Wischñevsky

Por Sergio Wischñevsky

No existe ninguna razón histórica ni legal para que las conmemoraciones oficiales por el día de la Independencia deban hacerse con un desfile militar. Tranquilamente podría hacerse un desfile popular, pero el mensaje es claro: nada de expresiones públicas en dónde pueda colarse algún malestar, el orden jerárquico cuartelario es la argentinidad que se quiere construir. Para un gobierno que ha decidido alinearse y subordinarse sin fisuras a la potencia estadounidense, es difícil tener un discurso con algún contenido independentista, se gritará Viva la libertad carajo, y a seguir agachando la cabeza.

Intentos de declarar la Independencia hubo varios. La Revolución de Mayo no se atrevió a hacerlo, y por eso, mientras en los hechos se independizaba y mandaba al Virrey Cisneros en un barco de regreso a España junto con sus funcionarios, en los papeles juraba fidelidad al rey Fernando VII. Tres años después, la Asamblea del año XIII tenía entre sus objetivos declarar la independencia, pero por diferentes motivos no lo hicieron. El rey ya estaba de nuevo en su trono y tenía la firme intención de recuperar también sus colonias. Otra oportunidad perdida por falta de acuerdos.

Buenos Aires no se resignaba a dejar de ser el centro político desde dónde emanaran las decisiones y los pueblos del interior empezaban a tomar conciencia de su propia importancia política y militar. La Argentina todavía no existía tal como la conocemos hoy. No estaba para nada claro cual iban a ser sus límites y forma de gobierno, el nombre más usual que unificaba a todos era el de Provincias Unidas del Rio de la Plata, pero la herencia del virreinato ya se estaba disgregando. Paraguay declaró su independencia de Buenos Aires.

En 1815 hubo un nuevo intento independentista. Se sabía que pronto llegarían los ejércitos y la armada española, era necesario crear algún tipo de orden para que los pueblos no tuvieran que enfrentar en soledad la fuerza arrolladora de la potencia monárquica. Desde México hacia el sur fueron cayendo todas las regiones insurrectas. Sólo quedaban aún en libertad las Provincias Unidas, y el gran problema es que no estaban unidas.

José Gervasio Artigas estaba liderando la Liga de los Pueblos Libres que abarcaba las provincias de la Banda Oriental, Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, Córdoba y los pueblos de las misiones. Desde esa poderosa agrupación ya habían declarado la independencia y ofrecían una alternativa de organización sumamente democrática y popular. Pero Buenos Aires los rechazó, incluso lo invitó a crear una nación aparte, Artigas se negó firmemente a separarse del resto de las provincias.

Finalmente llegó el famoso Congreso de Tucumán de 1816. Fueron muchos los objetivos que se plantearon y lograron uno solo. Buenos Aires terminó aceptando que debía formar con las provincias del norte y de Cuyo algún tipo de acuerdo político sustentable, una estructura institucional dónde se tomen las decisiones, se articulen leyes, y sobre todo, se dicte una Constitución. La necesidad de unirse para no ser aplastados por separado. Ninguna de las provincias intervinientes estaba dispuesta a aceptar que la sede de esas deliberaciones sea en Buenos Aires, se eligió Tucumán como lugar neutral, y por que estaba cerca el Ejército del Norte. Se votaron los representantes con diferentes criterios electorales. De los 33 diputados elegidos: dieciocho de ellos eran abogados, ​nueve sacerdotes,​ y dos más eran frailes, mientras que los otros cuatro eran militares.

Eran muchas las cosas que los separaban, pero el temor a la invasión realista era muy concreto, y las noticias que llegaban sobre el accionar de la monarquía con los que se habían atrevido a insubordinarse eran escalofriantes.

San Martín estaba en Cuyo preparando el cruce de los Andes pero ya venía perdiendo la paciencia: ”¡Hasta cuándo esperamos declarar nuestra independencia! ¿No le parece una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón, y por último hacer la guerra al soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo? Por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo? Los enemigos (y con mucha razón) nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos... Ánimo, que para los hombres de coraje se han hecho las empresas. Veamos claro, mi amigo; si no se hace, el Congreso es nulo en todas sus partes, porque reasumiendo éste la soberanía, es una usurpación al que se cree verdadero, es decir, a Fernandito”.

En medio de las vacilaciones se convocó a Manuel Belgrano, recién llegado de Europa, para que asesore sobre cual sería la reacción de las potencias extranjeras ante una declaración de Independencia. El creador de la bandera informó que desde la caída de Napoleón nadie quiere oír hablar de República, sólo sería aceptable una monarquía Constitucional, para lo cual propuso que se eligiera un rey Inca. Se lo escuchó con incredulidad.

El 9 de julio, por fin, producto del cansancio de los pueblos, elegido en medio de la indiferencia pública, “federal” por su composición y tendencia y “unitario” por la fuerza de las cosas, revolucionario por su origen y reaccionario en sus ideas, creando y ejerciendo directamente el Poder Ejecutivo sin ser obedecido por los pueblos que representaba, sin haber dictado una sola ley positiva en el curso de su existencia, proclamando la monarquía cuando fundaba una república, atravesado por divisiones locales siendo el único vínculo de la unidad nacional, este famoso Congreso de Tucumán salvó, sin embargo, a la revolución y a pesar de dejar expuestas las diferencias que se manifestarán sangrientamente en lo sucesivo, se atrevió a proclamar la independencia.

La declaración se distribuyó entre los pueblos en castellano, quechua y aimara. Emulando el modelo norteamericano se autobautizaron: Provincias Unidas de Sudamérica y dejaron abierta la posibilidad de sumar a la Nación a los pueblos que quisieran integrarla.

Producto del peligro inminente ese Congreso se trasladó a Buenos Aires y en 1820 aprobó una Constitución que ninguna provincia quiso acatar y fue cómo el puntapié inicial de una larga guerra civil. Se pudo declarar la independencia, pero pasarían décadas hasta poder establecer un principio de acuerdo sobre qué tipo de país queremos, tal vez, eso aún no lo hemos logrado, y la Independencia sigue siendo un sueño.

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