Por Malva Marani
No hizo falta que el once titular de la Selección Argentina, con Lionel Messi a la cabeza, saliera al campo de juego con la foto de Diego Armando Maradona sellada sobre el pecho albiceleste para que se erizara la piel y aparecieran los escalofríos en el corazón. Ni siquiera que se descubriera en las inmediaciones del estadio la estatua gigante del Diez eternizado en bronce.
El homenaje de cada hincha para su gloria más querida ya había empezado antes, en el sagrado fuego interno, desde que las imágenes del plantel de Lionel Scaloni, en la previa, hicieron anudar otra vez la garganta, como aquel 25 de noviembre de 2020. Y trajeron a la conciencia la realidad: llegó, finalmente, el día de ver otra vez la camiseta argentina sin la compañía de la mirada de Maradona, hacedor de las emociones más inmensas con esos colores. La muerte del campeón de México '86 es un duelo compartido y, entre lo mucho que se extraña, está también eso que sólo éramos cuando lo disfrutábamos a él.
Sobre el verde césped y enfundado con la camiseta argentina, Messi se ha vuelto el último escultor de nuestras felicidades y maravillas, con la pelota encantada otra vez por un botín izquierdo. "Las comparaciones son odiosas, pero la nuestra no lo es: es hermosa -se animó a definirla Diego alguna vez-. Los dos zurdos, los dos argentinos, los dos que brillamos".
En un día difícil, el del primer partido sin Maradona, la historia se encargó de hacer un guiño que se corporizó en esa 10 que hoy lleva Messi, continuador de su obra. El de Fiorito tenía 33 años, 7 meses y 23 días aquel sábado 25 de junio de 1994, cuando le cortaron las piernas tras el 2-1 sobre Nigeria por la Copa del Mundo de Estados Unidos, su último juego con la celeste y blanca. El rosarino, a poco de cumplir 34 años, superó esa línea de tiempo ante Chile, saliendo a la cancha con Diego en su pecho. La herida duele, pero la magia continúa.