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Opinión del Lector

La ultraderecha tecno, Musk, Milei y el crack de los marubos

José Luis Lanao

Por José Luis Lanao

La llegada de internet a una apacible tribu de la Amazonía profunda cambió las costumbres de sus integrantes.

Créame. No es una fake news. El pueblo marubo vivía más o menos bien en la Amazonía profunda de Brasil hasta que en septiembre les llegó algo nuevo: internet de alta velocidad. Elon Musk desplegó sus satélites Starlink, los mismos que les quiere vender a su amigo Milei, y de un día para otro se conectaron con el mundo.

Unos meses después, dos periodistas de The New York Times viajaron al poblado a ver que tal les iba. Vieron cosas buenas, como el contacto con familiares lejanos que habían abandonado la aldea, o avisos a emergencia. Pero si quieren saber como les va a los marubos, el reportaje concluye que se han vuelto más vagos, no hablan, no trabajan y la comunidad se ha dividido. Se pasan el día viendo vídeos, intercambiando tonterías, “cotilleando” los unos de los otros, hablando con desconocidos en la inmensidad de la nube. Como en cualquier sitio.

La pregunta que se hacen los expertos ahora es cuántas etapas van a quemar, y a qué velocidad. Cuándo dejarán de tener amigos para amasar seguidores. Cuándo empezarán a almacenar vídeos de gatitos, y admitir que sus “tattoos” tradicionales (los de toda la vida) son una mierda, y lo que triunfan son los de “Hello Kitty” y “Bob Esponja”. Que el cambio climático es una tontería, y que la Amazonia no es plana sino redonda, o al revés, según el negacionista de turno. Cuándo empezarán a insultarse, a mentirse, a despellejarse, a odiarse en las redes. A descubrir que se puede privatizar el suelo, el agua, las medicinas de la selva, y amasar el concepto de especulación inmobiliaria: de vender o alquilar.

Cuando ya no quede más que mirar, y nada más que luces dispersas en la oscuridad, de la pantalla de los marubos se descolgara una pelota hecha de hojas de palmeras, y la recreación íntima de una pasión salvaje, laminada por el lado más ciego del instinto, reclamara su espacio. El fútbol siempre acaba por abrirse paso, con un quiebro, un toque, una gambeta. Será solo cuestión de tiempo que se apodere del espíritu festivo de la tribu, y que el Manchester City le clave el garfio en la nuca al joven crack del poblado.

Padecemos un tecno capitalismo de ultraderecha sin precedentes, que se ha abierto paso a codazos a través de la monitorización de nuestras existencias. Un sumidero de soberanía personal que nos engaña por partida doble; en primer lugar, cuando hacemos entrega de nuestros datos a cambio de unos servicios relativamente triviales y, en segundo lugar, cuando esos datos son utilizados para personalizar y estructurar un mundo que no deseamos.

La tiranía del capitalismo de vigilancia, de claro corte “feudal” ( tan solo cinco multinacionales dominan internet), es el modelo empresarial deseado por Elon Musk y Javier Milei. Sin responsabilidad social y fiscal, sin sindicatos, sin derechos laborales y sin intromisión del Estado. Una especie de modelo aparentemente indoloro y amable, pero que llega al fondo de lo que pretende: la dependencia masiva de las obsesiones que nos inyecta. Es preciso que las mayorías acumulen cosas para que las minorías acumulen capital. Ingenioso y siniestro.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979

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